Uno de los títulos venezolanos más importantes de 2008 —presentado a finales de año— es El pasajero de Truman, novela que rescató del olvido la figura de Diógenes Escalante, aquel diplomático tachirense que perdió la cabeza y con ella también el tren de la historia que debía haberlo conducido a la presidencia del país, para garantizar la transición pacífica a la democracia en 1945. La segunda novela del margariteño Francisco Suniaga se aleja de su celebrada La otra isla para proponer la reconstrucción histórica de un capítulo oscuro de nuestra civilidad, cuando el embajador que quería ser presidente se sumergió en los pantanos de la demencia en los umbrales de un reto político de gran magnitud. Una ficción de la historia que se revela como un acto de entrega, como una memoria que comparten tardíamente Humberto Ordóñez y Román Velandia, dos hombres que conocieron al diplomático y que guardan una vieja deuda mutua. Dos observadores y protagonistas del siglo pasado que recuerdan aquello que callaron, con el impecable matiz del testimonio íntimo e inescrutable. Un libro notable por la calidad de su escritura y por las luces que ofrece sobre el proceso político venezolano de la primera mitad del siglo pasado.
El nervio central de la novela se desarrolla a través del encuentro, después de más de 60 años, entre Velandia y Ordóñez —Ramón J. Velasquez y Hugo Orozco, protagonistas reales de esta ficción— que deriva en una serie de conversaciones sobre lo que pasó aquella mañana de 1945 en una habitación del caraqueño hotel Ávila, cuando el hombre que estaba llamado a salvar a la patria dejó de asistir a un desayuno con Isaías Medina Angarita —el andino en el poder del posgomecismo— porque le habían robado sus camisas. Dos llamadas telefónicas segaron el destino de aquella vocación presidencial. Lo cual no es más que el punto de partida dramático para que ambos hombres revisen la historia del país desde la decadencia de Cipriano Castro y el ascenso al poder de Juan Vicente Gómez hasta la conjura cívico-militar que derrocó a Medina y abrió paso a la primera presidencia de Acción Democrática y la posterior dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La novela abandona con frecuencia los senderos de la ficción y se convierte en la reconstrucción literaria de un período de la historia venezolana.
La narración cobra cuerpo en tres planos: primero, la conversación entre Velandia y Ordóñez, algo que sucede en la novela pero que probablemente nunca se dio en la realidad; después, la muy completa visión de primera mano de Ordóñez sobre la trayectoria de Escalante; y, finalmente, las muy agudas confesiones de este último sobre los avatares del poder de los gobernantes andinos en Venezuela a quien fuera su asistente durante una década. Tres hilos narrativos que se articulan de forma admirable con una prosa ágil, atenta al detalle, ajena al efectismo, que no lleva prisas y guarda un ritmo apropiado a personajes y momentos históricos. El autor se desvanace detrás de sus personajes, se oculta de manera sutil y cede el protagonismo a quienes estuvieron en la línea de acción, pero uno como lector siente que está allí la mano del autor, que existe un director de la orquesta y que no sólo valen lo que cuentan los personajes sino lo que cuenta quien concibe los personajes.
Cuando concluí la lectura de El pasajero de Truman —es bueno recordar que Escalante era muy amigo del presidente norteamericano, quien envió su avión para que el diplomático venezolano, luego de este terrible epìsodio en Caracas, regresara a Washington, donde había vivido por décadas, y de allí proviene el título de la novela— confirmé que el personaje central del relato no es Diógenes Escalante —como pareciera en una primera visión— sino Humberto Ordóñez, antifaz nominal de Hugo Orozco, el hombre que padeció como un asunto personal la insania de su admirado jefe. En esta situación dramática, la figura de Velandia —el historiador, periodista, ex senador y ex Presidente de la República que todos conocemos— funciona como el catalizador de la historia. Es Velandia quien busca a Ordóñez, quien casi lo conmina a hablar y quien recibe sus confesiones al amparo de una taza de té. Es Velandia quien se convierte en el alter ego de Francisco Suniaga. Velandia es el narrador y Ordóñez el protagonista de esta narración con la figura de Escalante como generador de la trama. Si la anécdota apunta a la enajenación del diplomático, la medula del relato se halla en las reflexiones de Velandia y Ordóñez, más de 60 años después, sobre lo que aquella demencia significó para la historia venezolana, incluido el momento actual.
Quienes alguna vez trabajamos en El Nacional y en la Copre conocemos la sagacidad intelectual de Velásquez y su disposición a participar en las transiciones fundamentales de la democracia. Alguna vez buscó la creación de sus cimientes institucionales —primero en 1945 y luego desde 1959, con el gobierno de Betancourt— y hace unos 20 años estimuló la necesaria —pero subestimada entonces y ahora— reforma del Estado que nos habría ahorrado los diez años de esta absurda «revolución bolivariana» que hoy busca la reelección indefinida de su figura mesiánica.
Se dice que Suniaga es un autor tardío —comenzó a publicar después de cumplir 50 años— pero yo prefiriría considerarlo como un escritor en su momento de madurez. Si los personajes de La otra isla elaboraron una trama de múltiples significaciones y distintas implicaciones con los clásicos literarios, los hombres que moran en El pasajero de Truman edifican una reflexión pertinente en estos tiempos de zozobra. Insisto en que Suniaga no lleva prisas, sólo expone la necesidad de escribir y contar historias que nos conciernen. Es como una copa a medio llenar de un noble Château d»Yquem: sutil, elegante, preciso, tardío y en su punto.
EL PASAJERO DE TRUMAN, de Francisco Suniaga. Mondadori, 2008, Caracas. 302 páginas.
Dispongo del libro por regalo de un apreciado libro.Es una obra infaltable en la biblioteca de toda persona interesada en conocer a los venezolanos en sus rasgos políticos y sociales fundamentales.En él se hacen calificaciones muy acertadas sobre el modo de comportarse determinados estamentos de la estructura del Estado.Sus señalamientos sobre las fallas de origen de la Patria son muy convincentes;como tambien,de las precipitaciones y rumbos equivocados tomados.Aprecio mucho la comentada obra.
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