Los Estados Unidos de América ya no son como antes, obvio. En 1968 cayó asesinado Martin Luther King por defender los derechos civiles de la población de origen africano. Cuarenta años después —nada en términos históricos— el mismo país estrena un presidente negro, que recibió el apoyo de los electores de su raza, de los ciudadanos latinos, de los inmigrantes asiáticos y también de los votantes blancos. Esta situación ilustra los cambios operados en la nación más poderosa del mundo. Ese es el país que observa como director Clint Eastwood, a punto de cumplir 80 años, en Gran Torino, un drama contemporáneo que comienza enfrentando la vieja Norteamérica con la nueva para concluir en el rescate de los valores de su sociedad, en medio de la violencia y el desconcierto.
Walt Kowalski —interpretado por el propio Eastwood— es un anciano cascarrabias que recién acaba de enviudar y que se ha distanciado de sus hijos, nueras y nietos. Es un amargado veterano de la guerra de Corea —“las peores cosas que hice no fueron órdenes de mis superiores”, confiesa con dureza— que conserva su viejo fusil, bebe Budweisser y mora solitario una casa normal en un suburbio cercano a Detroit. Sus antiguos vecinos tan blancos y tan norteamericanos como él se mudaron y ahora debe compartir la calle con asiáticos, latinos y negros, gente a la que no entiende y desprecia. Walt trabajó 20 años como mecánico en la fábrica de Ford y se siente orgulloso de un auténtico Gran Torino de 1972 que mantiene en perfectas condiciones. No entiende por qué sus hijos compran autos japoneses. Sólo confía en su perra Daisy. Se queja de todo, no tiene alicientes para una vida mejor. Hasta que un día, un adolescente chino de la etnia hmong —su vecino— intenta robar su joya automovilística. A partir de esa situación dramática, el viejo mecánico que masculla improperios contra todos a su alrededor termina descubriendo que tiene más que ver con esos inmigrantes —que ni siquiera hablan bien el inglés— que con sus propios hijos.
La médula del planteamiento de Gran Torino se halla en la capacidad de desarrollar la tolerancia en un mundo cambiante. Walt Kowalski —apellido polaco ¿verdad?— comenta a su único amigo y barbero —de origen italiano— que su Norteamérica ha cambiado. Mientras sus hijos pretenden recluirlo en un ancianato, sus vecinos asiáticos le agradecen un gesto de buena voluntad. Walt descubre las delicias culinarias de los hmongs, comprende los conflictos de un adolescente que no quiere sumarse a una pandilla, aplaude la inteligencia y los encantos de una chica que no teme enfrentar la irracionalidad y la intolerancia. El conflicto dramático del guión se rebela en la segregación y en la violencia fraticida, expresiones de la vieja estupidez humana en cualquier parte del mundo.
Con un estilo narrativo que pertenece a la tradición realista del cine norteamericano, Eastwood desarrolla una de sus mejores obras, redonda, equilibrada, con cierto tono épico pero verosímil. La historia se construye sobre la base de contradicciones y paradojas, lo cual permite que sus personajes evolucionen. Ofrece una mirada crítica hacia ciertas conductas generalizadas pero también manifiesta su confianza en las instituciones de su país. Un hombre, en el ocaso de su vida, entiende que la mejor forma de preservar lo mejor de sí es mirando a los demás para aprender de sus semejantes. Un blanco descendiente de polacos que deviene en un héroe solitario en un mundo de cambos. Su Walt Kowalski es el vivo retrato de esos EEUU que pueden cambiar, que han cambiado y que seguirán cambiando a pesar de todo. O gracias a todo.
GRAN TORINO (“Gran Torino”), Estados Unidos, 2008. Dirección y producción: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk. Producción: Alejandro Soberón Kuri, Federico González Campeán y Sneider. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach. Elenco: Clint Eastwood, Bee Vang, Ahney Her, Christopher Carley, entre otros. Distribuye: Warner Bros y Cinematográfica Blancica.
EL GRAND TORINO
Una película excelente. Estupendamente dirigida y actuada por Eastwood, quien vuelve a sus obsesiones. Recomiendo referirse a la película de Sam Méndez con De Caprio que estuvo en cartelera hace poco, que trata también de los suburbios.
Dos visiones diferentes de un problema similar. En este caso el personaje principal (Eastwood) gruñe y trata de mantener su tradición, después que su esposa ha muerto y el suburbio ha cambiado, para permitir la participación de : latinos y asiáticos… que le quitan la especie de “reinado”.
El símbolo del Gran Torino, automóvil Ford, planta en la cual el personaje de Eastwood trabajó el la línea de ensamblaje, es lo que queda de esa época, dónde se mantenían los jardines alrededor de las casa, cuando el país estaba seguro de su fuerza y de la guerra de Corea.
La actuación de Eastwood es sobria e intensa. Los otros personajes son, quizás, menos profesionales, pero la intensidad del tema, hace que son cada uno a su manera, representantes de una realidad que consume a los suburbios, en este caso de Michigan.
El filme ha sido un “blockbuster” en los Estados Unidos. Eastwood gana una vez más el favor de la clase media norteamericana.
La música, como en la mayoría de los filmes de Eastwood, está muy bien escogida, y en gran parte, escrita por el propio Eastwood.
Para mí es la segunda mejor película del año, en lo que se refiere a los Estado Unidos, a parte de “The Wrestler” de Aronowsky. La recomiendo al cien por ciento.
Luis Armando Roche