Hace alrededor de un mes, una tarde cualquiera, un grupo de hombres, a plena luz del día, en nuestra ciudad capital, secuestró a Germán García Velutini. Lo arrancaron de su vida cotidiana y se lo llevaron. Atrás dejaron a familiares y amigos, sin saber nada de él, angustiados por su suerte. Germán, al igual que muchos otros venezolanos, está siendo víctima de la única industria que prospera en el país: la industria del crimen. Una industria que florece en Venezuela porque funciona con bajísimos costos y elevados ingresos. Su principal costo, el riesgo del castigo, no existe.
El gobierno venezolano se asegura de elevarle los costos y riesgos a todas las industrias y actividades económicas, menos a esa. Comparativamente, es donde mejor rinde la inversión de tiempo y recursos. Por ello nos hemos convertido en uno de los países con más alta criminalidad en el mundo; por ello cada día se produce menos comida pero más secuestros y otros delitos.
Estar secuestrado significa perder la libertad, la autonomía de acción; significa estar sometido a la voluntad de otro. Así están hoy Germán y otras víctimas de ese delito en Venezuela. Pero así mismo están también todas las instituciones del país; sin la más mínima independencia ni autonomía, doblegadas ante la voluntad de un solo hombre, la del Presidente de la República.
Es ese secuestro abierto y descarado de las instituciones el que hoy sirve para perseguir a la disidencia, a los dirigentes de la oposición. En ese sentido, Germán, Rosales, Baduel, los comisarios Vivas, Forero y Simonovis, y tantos otros, son todos víctimas de un mismo secuestro; el secuestro de la justicia.
Dijo la esposa de Rafael Baduel que el arresto de su esposo pareció un secuestro. No fue una apariencia. Es una realidad. El país padece un secuestro masivo. La libertad de sus hombres y la independencia de sus instituciones están siendo a diario ultrajadas.
Debe estar conectado para enviar un comentario.