Existen pasmosas contradicciones teóricas que perviven con nosotros sin que aquellos a quienes debería afectar, parecieran perturbados en lo mas mínimo. Una de ellas tiene que ver con el embargo impuesto a Cuba por Estados Unidos desde el año 1962. Resulta que, de acuerdo con las teorías de la dependencia, tan en boga en los años 60, una condición absolutamente necesaria para que los países subdesarrollados superen esa condición es, precisamente, que salgan de la órbita del mercado capitalista mundial, que supuestamente los explota a través de un comercio injusto. O sea, que el embargo, de alguna manera, era una necesidad para Cuba desarrollarse.
Pero ahora resulta que esa prohibición que le impuso el imperio a sus empresas de hacer negocios o comerciar con Cuba, es más bien la causa de sus problemas, de acuerdo con los defensores del régimen cubano. Estos quieren que se le ponga fin al embargo, para tener un comercio amplio, no restringido con la primera potencia capitalista del mundo. O sea, es más y no menos intercambio comercial con el mundo capitalista lo que estarían necesitando.
Además, quieren también formar parte de todas sus instituciones. Hace pocos días, el ministro de relaciones exteriores de Brasil pidió que la nación caribeña sea readmitida en el FMI y en el Banco Mundial; organizaciones, de las cuales, por cierto, el presidente Chávez amenazó con retirarse hace ya tiempo, y respecto de lo cual se ha hecho el loco.
Lo que pone en evidencia esta enorme contradicción es que el socialismo del siglo XXI, no tiene teoría. En este caso, sus teóricos no explican cómo es que han de ser las relaciones económicas de un país socialista con el mundo capitalista, ampliamente predominante por lo demás.
Al carecer de teoría para innovar, a este socialismo no le queda más remedio que volver a ser el socialismo del siglo XX, tal como lo vemos ocurrir día a día.
Esta es una faceta interesante -al menos para mí- de la crítica teorica que hay que hacerle al llamado «socialismo del siglo XXI» que – también al menos para mí- no es otra cosa que un retroceso al siglo XIX.