Nuestro Ateneo de Caracas ha sido por 70 años una cátedra abierta donde confluyen todos los sectores que producen, investigan y divulgan creatividad científica, artística y política, nacional y planetaria. Están allí, con entrada libérrima, los estudiantes, intelectuales, ideólogos, forjadores, espectadores y difusores de cualquier signo que complementan su preparación y ejercicio en vivo y directo, cuerpo y alma desde antes, durante y después de Neruda, Gallegos, Cortázar, Soto, García Márquez, Vargas Llosa, Carpentier, Rodríguez Monegal, Aquiles Nazoa, ¿quién no? Hasta hoy una lista inagotable de personajes y entidades básicas del saber y la creación local y universal. Mucho antes del muy libertario Conac, el Ateneo fue de facto nuestro democrático Ministeri o de la Cultura. La dictadura militar comunista no tolera una institución que funcione con éxito y con apertura tan ilimitada que incluye a los llamados revolucionarios de toda pinta.
Este régimen, legítim por su origen electoral pero ilegítimo por su desempeño, con su resentimiento social de marca, incompetencia, misión medular Lavado de cerebro, práctica en gases tóxicos y armamento castrense contra los opositores, sólo acepta el dogma de fracasadas experiencias totalitarias en el mundo entero. Ninguna novedad histórica. Se cumplen al pie de la letra los dictados de un gobierno inviable, incapaz, intolerante, ya insoportable para quien respete los elementales derechos humanos.
Y ¿dónde está la protesta expresa de tanto creador, productor, divulgador y receptor que hizo vida ateneísta en la Venezuela libre, tolerante y civilizada, aquélla que sin remilgos ni objeciones subsidió a tantos, incluyendo a quienes eran subversivos o disidentes y ahora quieren clausurar su último reducto? ¿ Se beneficiaron amoralmente de la libertad cultural pero ésta nunca germinó en ellos?
En la magistral novela El conformista de Alberto Moravia (1947), llevada al cine con el mismo título en 1970 por Bernardo Bertolucci, protagonizada por Jean Louis Trintignant, queda la radiografía de esta mentalidad, el indiferente, pragmático por naturaleza, nuestro cómodo y vivo ni-ni, que culmina en cómplice o delator.
Cuatro generaciones de ateneístas forman ya un productivo, inmenso país decente, positivo, de huella proyectada y memorable. Pero salvo contadas excepciones, hoy, en esta situación límite, está pasivo, ausente, ciego, sordo y mudo.
Quizá, todavía. haya tiempo para demostrarse que en verdad merecen democracia.
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