Una reciente circunstancia muy especial me impidió ver televisión y usar internet por una semana y pude vivenciar el sindrome Radio Days, tan genialmente registrado por Woody Allen, pero que en carne propia y vigencia cotidiana se vuelve más intenso y aleccionador, válido para transmitir a los pacientes lectores de esta columna. No mirar pantalla alguna, no comunicar ni recibir por ordenadora y limitarse a escuchar diferentes emisoras del país y del exterior por mi viejo pero amado aparato radial de pilas, me convirtió en una niña del país de maravillas en diferentes sentidos.
Regreso a la primera infancia, enamorada de Tamakún, el vengador errante. A las narraciones enigmáticas del El misterio de las tres torres, al sabroso diálogo entre Frijolito y Robustiana, al inimitable Amador Bendayán. En fin, puedo recuperar imaginativamente a tantos compañeros infalibles que llenaron una infancia bastante solitaria. Pero todo ese mágico mundo desapareció, en zigzag, con la realidad espeluznante que padece nuestra nación donde un dirigente electo pero ineficaz se considera tan infalible que se apodera de todos loes espacios locales, invadiendo la intimidad nacional sin permiso ni consideración, cuando algunos candidatos de la misma tolda oposicionista se comían vivos sin percatarse del daño irreversible que ocasionan a la posibilidad democrática, cuando por suerte, se puede oír las emisoras del interior, esas que te hablan en tono coloquial y que alguna vez despreciaste porque las considerabas primitivas y en realidad son las que mejor expresan el sentir popular, cuando te puedes dar el lujo de cambiar el dial y escuchar música en todos los grados y maneras posibles. En fin, la radio nuestra, eterna, magnífica radio, el medio comunicacional más abierto y democrático cuando está en las manos correctas, conscientes, las de una dirigencia respetuosa del individuo y de las masas,.La radio, en fin, ese compañero que impide el aislamiento total, que te relaciona con tu estar y con tu ser, con lo que fuiste, eres y serás, está vivísima y renovada, imprescindible.
Y para quienes sobreviven por la creatividad en cualquiera de sus modos, la radio amiga está siempre a nuestro lado, internalizada, para estimular la imaginación vital, los sueños por concretar y la constancia de que estamos aquí en esta hora menguada, sin rodilla en tierra pero al pie de lucha, con el espíritu libre y en ascenso, este que no acepta someterse frente a ninguna uniformidad, a ningun uniforme. Y no es redundancia.
* Tal Cual, columna Libremente, Diciembre 1 de 2008