Cine REFLEJO DEL PODER Y LA SOLEDAD

W 3

La vida y la política como un juego de béisbol

Era casi inevitable. Aún no había terminado el segundo mandato de George W. Bush y ya Oliver Stone estaba estrenando W., suerte de respuesta colectiva de un amplio sector de los ciudadanos norteamericanos hacia el presidente norteamericano más controvertido de los últimos 30 años. El hombre que ha hecho películas sobre John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon le debía a sus coterráneos y al mundo una mirada al presente económico y político de EEUU y al poderío de un hombre que desafió al mundo de una forma extrema y sangrienta. En cierta forma, se trata del retrato de un solitario con poder. Pero no a la manera romántica de los héroes malditos de John Ford, por ejemplo, sino al estilo de los enajenados que manipulan el planeta con sus delirios de grandeza. A Stone no le cae bien Bush, eso lo sabemos. Pero lo más importante es que después de ver la película terminamos aceptando que el verdadero George W. Bush debería tener el rostro de Josh Brolin, quien ejecuta una actuación sorprendente.

La escena inicial ya define el punto de vista del director sobre su personaje: está en el medio de un campo de béisbol para recibir la aclamación de un público inexistente aún. El hombre se prepara para ser el presidente de los Estados Unidos de América  y asume esa responsabilidad como un pelotero. Sin embargo, la película de Stone no se queda en el alegato antiBush. Es una producción muy bien cuidada, bastante equilibrada —mucho más que su manipulador documental Comandante, sobre la figura de Fidel Castro— que busca la confrontación sobre la base del respeto histórico y el apego a la data real. El controvertido director no falsea nada.  Es una historia muy reciente para jugar al olvido. El problema es que a Stone se le pasa la mano en su carfacterización del ex presidente.  El Bush de Stone es un bueno para nada, que alguna vez fue alcohólico, que embarazó a una chica en su paso por la universidad,  que sólo quería  ser mánager de un equipo de béisbol, que no le interesaba la política y que llegó a la presidencia de EEUU para desafiar el desdén de su padre. Lo más audaz es su intento de conocer las razones de la conducta de su personaje central —el hombre más poderoso de la Tierra— a través de sus relaciones con su padre —el ex presidente Bush— como una vinculación manipuladora y utilitaria. Lo que queda en claro es que este planeta estuvo bajo los designios de alguien que no estaba en sus cabales.

Echo en falta en la película una visión más política, más histórica y menos psicológica. El hombre que conducía a EEUU durante  mañana nefasta del 11 de septiembre de 2001 y que desató la cruzada que desembocó en la invasión de Irak —sin que se encontraran nunca las armas de destrucción que tanto denunciaron sus asesores— con una alianza mundial muy bizarra es el mismo que tuvo el respaldo de la industria petrolera estadounidense, es decir, el propio negocio de la familia Bush, ex socios de Osama Bin Laden, ¿recuerdan?. A Stone se le pasa este pequeño detalle. Pareciera que el representante de la gendarmería del petróleo actuó de tal manera por capricho, sólo para llevarle la contraria a su padre. Lo cual me parece una simpleza. En cambio, Stone prefiere mostrarlo como un patán que no sabe comportarse en la mesa, que habla mientras mastica y ejecuta otras linduras de las good manners.

Para expresar a un personaje de esta dimensión, el director norteamericano seleccionó a Josh Brolin, un actor en ascenso que ha demostrado su talento en filmes como No hay lugar para los débiles, bajo la dirección de los hermanos Coen, y Milk, de la mano de Gus Van Sant. Su capacidad de transformación marcha paralela con su capacidad para expresar a un personaje desde el interior y no a partir de los estereotipos y los prejuicios. La forma como mira, la manera como habla, sus gestos bravucones y sus torpezas reiteradas exponen el drama interior del 43º presidente de Estados Unidos. Brolin lo comprendió cabalmente y logró un mimetismo sorprendente. A su lado funcionan correctamente intérpretes como Richard Dreyfuss, como el temible Dick Chenney, James Cronwell, como Bush padre, Toby Jones y la propia Ellen Busrtyn. Aunque lamento que Condoleeza Rice, en la actuación de Thandie Newton, sea presentada como una mucama negra elegante.

Sorprende que Stone se haya alejado de sus obras más poderosas, como Pelotón y Nacido el 4 de julio. No hay pasión en W. Sólo un intento de comprender lo que le pasó a ese hombre y cómo nos afectó a todos en este globo. Como una vez lo hizo en Nixon, se dedicó a observar y exponer los conflictos internos de un hombre poderoso, que lleva un drama en su interior. Un conductor que prefieren actuar antes que dudar y reflexionar. Un presidente que en la realidad desató guerras y destruyó la economía de su país y, por ende, la del planeta. Ese es el enfoque de un film que se construye como un trabajo de ficción aunque el sustento de la historia sea contundentemente real.

Después de ubicarse en la acera de enfrente, para producir sus lamentables documentales en Cuba y tratar de filmar la “hazaña” revolucionaria de Hugo Chávez, este realizador tan particular continúa su saga anticapitalista, especialmente con la segunda parte de Walt Sreet bajo el título de El dinero nunca duerme, sobre la crisis financiera de finales del año pasado, que pretende estrenar a principios del año que viene. Lo paradójico es que sólo en el capitalismo puede filmar libremente estos alegatos anticapitalistas.

W (“W”), EEUU, 2008. Dirección: Oliver Stone. Guión: Stanley Weiser. Producción: Eric Kopeloff, Ethan Smith y Bill Block. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Julie Monroe y Joe Hutsching. Música: Paul Cantelon. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Julie Monroe y Joe Hutsching. Música: Paul Cantelon. Elenco: Josh Brolin, Elizabeth Banks, Richard Dreyfuss, James Cromwell, Jeffrey Wright, Thandie Newton, Toby Jones, Scott Glenn, Ellen Busrtyn. Arte: Alex Hadju, John Richardson. Distribución: Cines Unidos.

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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