Lo que acaba de lograr la oposición venezolana es de extraordinario significado. Armar una lista de candidatos unitarios en todo el país parecía algo imposible hace muy poco. Hoy pareciera que eso se ha conseguido. Como se ha observado, el acuerdo es menos que perfecto. Deja por fuera buenos candidatos como Enrique Mendoza u Oswaldo Álvarez Paz, para quienes ojalá se logre algún arreglo. Pero aún así el logro es muy valioso y es hoy la mejor plataforma con la cual cuentan las fuerzas democráticas venezolanas para hacerle frente al creciente totalitarismo gubernamental y a las elecciones de septiembre.
A mi juicio, la mesa tiene ahora la oportunidad de transformarse en la dirección política de la oposición. Es decir, trascender el papel puntual, fundamentalmente negociador y electoral que se le asignó, para pasar a elaborar línea política, táctica y estratégica. Para ello son necesarias, al menos, tres cosas: primero, trascender los intereses particulares de los partidos e individuos que la componen, por legítimos que éstos sean. Segundo, incorporar e interactuar con otros actores relevantes de la oposición venezolana que no están allí representados; otros partidos, políticos independientes y organizaciones de la sociedad civil. La mesa debe ampliar, profundizar su representatividad de las fuerzas democráticas venezolanas. En tal sentido, la incorporación a su seno de algunos de los candidatos electos en las primarias sería un buen paso. Igualmente, el diseño de mecanismos de interacción sistemática con organizaciones de la sociedad civil. En tercer lugar, la mesa debe dotarse de una infraestructura técnica mínima que le permita abordar iniciativas más complejas como la de constituir un gabinete de sombra.
La mesa debe capitalizar en el gran triunfo obtenido, para asumir nuevos retos. Mucha gente está dispuesta a colaborar en esa tarea. La mesa está servida para dar el próximo paso.
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