Fernando Pessoa
Los veinte poemas de amor son de Neruda
(o de cualquiera que pueda o quiera escribirlos).
Yo sólo le copio, y lo confieso, una parte del título
porque no es lícito atribuirse lo que el otro ha dicho
como tampoco es lícito exigir que los demás
hagan lo que nosotros mismos no hacemos
pero predicamos con impudicia desde la tribuna
o desde la cama
o desde la letrina
o desde cualquier lugar
que casi nunca es el lugar de todos.
Esta canción se desespera más y más porque no sabe
dónde fue a esconderse la esperanza
ni cómo ha de comerse el pan mohoso
ni halla pañuelo (¡ay, no estoy hablando de las lágrimas!)
para proteger la nariz frente a lo fétido
ni excusa, siquiera, que le permita ser canción
porque la música, como la fuente del llanto
también se ha agotado.
Esta canción se desespera más y más cuando recuerda
tiempos idos, felices
donde todo futuro era mejor.
A esta canción ya no le queda sino un manojo seco de palabras
arrancado a una tierra sobre la que ahora galopan
los potros desenfrenados de otro Atila.
Tiempos idos, felices
cuando creyó que la palabra podía transformar el mundo
oponerle la luz a las tinieblas
sellar las bocas ávidas que se alimentan con el hambre ajeno
y callan, siempre callan
o gritan, siempre gritan
porque son, entre otras, las maneras que tienen de matar la palabra.
Tiempos idos, felices
cuando creí que la especie era capaz de otro destino.
Nada me queda ya de aquellos días.
Hoy sólo tengo el cansancio blasfemo de estar viva
el hábito vicioso de seguir recibiendo
como César Vallejos
palo
sobre
palo.
No sé si conoces lo que suele escribir esta Señora en la Torre de Babel, siempre vale la pena.
Abrazos