Entre las consecuencias de las elecciones parlamentarias del 26 de setiembre, debe anotarse que las mismas marcan el inicio de un período de transición. No, todavía, de transición entre un gobierno y otro, que es lo que comúnmente genera tales transiciones. En este caso se trata de una transición entre una Asamblea Nacional moribunda, como diría cierta persona, y la nueva que habrá de instalarse el 5 de enero próximo. Como es natural, y será así si Chávez y sus inmediatos seguidores lo entienden, durante lo que le queda de vida esa Asamblea no deberá ir más allá de una mera rutina, de aquello que es imprescindible para justificar su existencia, incluyendo los sueldos de los diputados y demás gastos inevitables.
Sería insólito que esa Asamblea Nacional, en ese corto período de transición pretendiese dictar leyes y otras disposiciones que virtualmente amarren a la que habrá de sustituirla en enero. Esta, gracias al resultado de las elecciones, será completamente nueva, con una fracción opositora robusta y decidida, que dificultará a la precaria mayoría oficialista ejercer sus funciones de manera sectaria y tendenciosa. No hay que olvidar, además, que sólo una pequeña parte de los actuales diputados repetirán en sus cargos, pues dentro de la situación crítica que ha imperado en el partido de gobierno en los últimos años, el señor Chávez decidió prescindir de la mayoría de ellos, por incapaces y por dudar de su lealtad. De modo que en este aspecto la futura Asamblea también será nueva.
Pero esa transición vale también para la oposición. Durante estos escasos meses la oposición, la llamada MUD, deberá consolidarse, ampliarse lo más posible y adoptar políticas muy claras y precisas, con miras no sólo a su actuación en la futura Asamblea Nacional, sino también en función de las próximas elecciones presidenciales.
En tal sentido, puede decirse que el período de transición de que hablo deberá extenderse a todo el lapso que va hasta la elección del futuro gobierno. Y aun más allá, hasta una etapa indeterminada en que los gobiernos que sucesivamente sigan al actual deberán mantener una férrea unidad, dejando transitoriamente a un lado sus legítimos intereses y apetencias partidistas y de grupos o individualidades, hasta superar definitivamente los catastróficos daños que el chavismo ha hecho al país, y consolidar una verdadera democracia. Sólo entonces las parcialidades políticas podrán volver a sus naturales divergencias y a las sanas controversias, características esenciales de los regímenes democráticos.
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