Cuando Oliver Stone estrenó Wall Street en 1987, el mundo vivía la era de los yuppies, de las fortunas surgidas de la noche a la mañana y de la especulación bursátil. El pragmatismo versus la utopía. Su personaje central, Gordon Gekko, era el epicentro del mundo de la codicia, incapaz de reparar en consideraciones éticas a la hora de generar información interesada que respaldara sus negocios. Pero la justicia se impuso y el estafador financiero fue a parar a la cárcel. Veintitrés años después, en plena crisis financiera mundial, Stone presenta Wall Street, el dinero nunca duerme y revive a Gekko, quien ha cumplido su condena y no quiere saber nada de los negocios. Sólo autografía su libro ¿Es buena la codicia?, como una forma de mantenerse activo. El mismo realizador que el año pasado paseara su mediocre y manipuladora Al sur de la frontera se dedica ahora a diferenciar el buen capitalismo del mal capitalismo, en una relación maniquea que tiene más de moralismo que de visión crítica. Eso sí: a Estados Unidos le corresponde el capitalismo ético. A América Latina, el socialismo del siglo XXI. Siempre salimos perdiendo.
Esta vez Stone se vale de Jake Moore, un joven y apasionado broker en busca de ganancias en el mundo de las finanzas y seguidor de los pasos fallidos de su mentor Louis Zabel, con resultados francamente fatales. Esa improbable ingenuidad le conduce a tentar a Gekko, casualmente el padre de Winnie, la mujer que ama. Con estos tres personajes, los guionistas Allan Loeb y Stephen Schiff elaboran una trama bastante predecible a través de la cual se van desmontando, de nuevo, los mecanismos de la manipulación informativa. Fortunas que se levantan o se desploman bajo la incertidumbre de una campaña de rumores. Allí se ubica el planteamiento medular del film: la diferencia entre un agente de bolsa y otro consiste en su actitud ética en un universo signado por la necesidad de generar ganancias. El instrumento para marcar esa diferencia se encuentra en el viejo juego de la verdad y la mentira.
Stone sólo intenta aprovechar las consecuencias de la reciente crisis de las burbujas financieras, gracias a la ausencia de control del Estado norteamericano de las operaciones inescrupulosas de un grupo de especuladores. Son tan delincuentes como el propio Gekko. Pero esta visión incisiva abre paso a una mirada moralista, para establecer juicios de valor que requieren de mayor sustentación. Del otro lado del trío de personajes principales hace acto de presencia un maléfico Bretton James, el más implacable operador financiero de Wall Street y un verdadero villano a más no poder. ¿Quién podrá más? ¿Quién vencerá? Saquen ustedes sus propias conclusiones. Es fácil.
La ambición aborda cuestiones diversas como la soledad, la familia, la amistad, la corrupción, el crimen, la traición, el amor, la envidia, la manipulación, el engaño y un montón de factores más convertidos en la gran moraleja de los tiempos que corren. Stone se pone didáctico, con cierto tono humanista, pero se pierde en los vericuetos de la lucha entre la apariencia y la realidad. Todos los personajes mienten, salvo Winnie, conciencia activa ante los males de la globalización financiera. Ella representa todo lo contrario a su padre. Es el personaje símbolo que encontramos en todas las películas del autor de Pelotón (1986), Nacido el 4 de julio (1989), JFK (1991), Nixon (1995) y otras revisiones de la historia contemporánea estadounidense
La reconocida pericia narrativa de Stone y su capacidad de desarrollo visual no son suficientes para salvar una historia demasiado superficial, a la que se le notan las costuras de un pretendido impacto comercial. Más que oportuno es oportunista. Ni siquiera los buenos oficios interpretativos de Michael Douglas, Susan Sarandon y Josh Brolin logran hacer creíbles a sus personajes. Los jóvenes Shia LaBeouf y Carey Mulligan añaden frescura pero nada más. Tampoco la magnífica fotografía del mexicano Rodrigo Prieto. Lo que falla no se encuentra en los distintos valores técnicos y artísticos de la producción sino en la visión de conjunto de la obra, a partir del guión de Allan Loeb y Stephen Schiff y a través de la concepción que Stone intenta desarrollar como realizador.
Al final, el verdadero héroe Wall Street: el dinero nunca duerme es el Departamento del Tesoro de EEUU. Oh, paradoja. Un crítico del capitalismo elogiando a la institución más capitalista del Estado norteamericano.
WALL STREET: EL DINERO NUNCA DUERME (Wall Street: Money Never Sleeps) EEUU, 2010. Dirección: Oliver Stone. Guión: Allan Loeb y Stephen Schiff, basado en los personajes creados por Stanley Weiser y Oliver Stone. Producción: Edward R. Pressman y Eric Kopeloff. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: David Brenner y Julie Monroe. Música: Craig Armstrong. Director de Arte: Kristi Zea. Intérpretes: Michael Douglas, Shia LaBeouf, Josh Brolin, Carey Mulligan, Susan Sarandon, Frank Langella, Eli Wallach. Distribución: Cines Unidos
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