En la adolescencia fue un anciano precoz que reflexionaba con metáforas muy complejas, verbales y escritas, sobre su entorno inmediato. Lo comprobé durante los cinco años cuando tuve el privilegio de tenerlo como alumno en el bachillerto del Liceo Carlos Soublette. A medida que iba creciendo se tornó cada vez más diáfano, puro, asombrado niño, es decir, poeta, del mismo entorno pero ahora hacia el futuro de esa inmensa matriz amorosa que fue Caracas en su imaginario más íntimo y en su talentosa angustia profesional.
Su precoz, extrema y aguda sensibilidad le permitió ser arquitecto, poeta y melómano al mismo tiempo, por eso sus maquetas imaginarias sobre la ciudad que diseñó mental y físicamente contenían resonancias, imágenes y técnicas imbricadas entre sí en un un original tejido indivisible.
El primer parque nacional en este país ya liberado, la próxima plaza que se inaugure en cualquier sitio de la capital venezolana que fue su reino en este y los otros mundos, debe llevar su nombre.
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