
El tejano Tom Ford se hizo un nombre en el mundo de la moda trabajando primero en Milán y París, en la casa Gucci, ante de crear su propia firma como diseñador en Nueva York. En 2007, a sus cuarenta y seis años, adquirió los derechos de la novela de Christopher Isherwood que en 1964 había cobrado notoriedad al narrar la historia de una ausencia afectiva con personajes homosexuales en una Norteamérica puritana que en 1962 vivía la crisis de los misiles en Cuba. Ford asumió el reto de dirigirla él mismo y los resultados se expresan una historia de amor y dolor que bien podría tener personajes homosexuales como heterosexuales. Porque no e suna historia de gays sino de seres desamparados en la gran soledad afectiva. El hecho de que George intente vanamente el suicidio porque no vislumbra el futuro sin Jim y que Charley se sumerja en los perfumes de la ginebra Tanqueray sin atreverse a regresar a Londres constituyen manifestaciones de una cotidianidad signada por la insatisfacción y la ausencia.
Ford juega con elementos oníricos y la yuxtaposición temporal de situaciones para comprender a su personaje principal. George no quiere vivir más. Vive recordando a Jim. Trata de ayudar a Charley. Rechaza los avances amorosos de un madrileño osado. Busca entender a uno de sus alumnos que busca una relación con él. Pero George no quiere vivir más. Busca los extremos, se atreve a jugar con una pistola. Pero el destino parece implacable.
Todo esto narrado con gran elegancia a través de un montaje que fluye con sutilezas, una banda musical sugerente y hermosa, una fotografía impecable. Hay un cuidado impresionante en los detalles de la época y del clima dramático. Sobre todo, se aprecia una necesidad de orden estético del realizador, donde todos los elementos se articulen de manera perfecta. A veces pareciera que Ford compusiera cuadros y no escenas. Al fin y al cabo es un creador del diseño más que un trabajador de la dramaturgia.
Entre las varias fortalezas de Sólo un hombre la mayor reside en la magnífica actuación del inglés Colin Firth, por la cual recibió varios premios europeos y una postulación al Oscar. Icono del cine contemporáneo del Reino Unido, Firth se despoja de sus condiciones de galán exitoso para desarrollar una interpretación muy densa, desde adentro, de un personaje complejo. Lo hace con la fuerza de su mirada y sus gestos, con el uso del idioma y sus entonaciones. Lo secunda una Julianne Moore siempre efectiva como Charley, la otra cara de su vida afectiva.
Más allá de su coherencia global, el guión de Sólo un hombre deja algunos aspectos no resueltos. Por ejemplo, la caracterización de la familia típica norteamericana de esa época. O las conductas de los niños del vecindario, casi una caricatura. O el profesor que le confiesa a George que busca crear un refugio ante un posible ataque nuclear desde Cuba. Son situaciones y personajes apenas esbozados, sin desarrollo. Y la escena final pareciera más una necesidad de los guionistas que de la historia. Con todo, estos detalles no logran opacar la elegancia y el dramatismo del film.
SÓLO UN HOMBRE (“A single man), EEUU, 2009. Dirección: Tom Ford. Guión: Tom Ford y David Scearce, sobre la novela de Christopher Isherwood. Producción: Tom Ford, Chris Weitz, Andrew Miano y Robert Salerno. Fotografía:Eduard Grau. Montaje: Joan Sobel. Música: Abel Korzeniowski y Shigeru Umebayashi. Dirección de Arte: Dan Bishop. Intérpretes: Colin Firth, Julianne Moore, Matthew Goode, Nicholas Hoult, Ginnifer Goodwin, Teddy Sears, Jon Kortajarena, Paulette Lamori, Ryan Simpkins. Distribución: Séptimo Films.