«Change the scheme! Alter the mood!
Electrify the boys and girls if you’d be so kind»
Cita del personaje Castor.
Cubierto de efectos fluorescentes llega a nosotros una muestra más de que el séptimo arte es trascendente e infinito. La segunda entrega de Tron goza del mérito de contadas cintas: entregar la materialización del potencial de un género cinematográfico, en este caso de acción. Esa es la sorpresa —aplauso 1—: el espectador encuentra la estimulación esperada compuesta de peleas y explosiones, pero capta otros elementos igual o más estimulantes.
Tron: el legado se encarga de impresionar todos los frentes posibles. Por su forma —aplauso 2—, es una película hecha humanamente. Considera las dimensiones del espectador y las invade todas. Sacude lo sensorial con gráficos y efectos. Impresiona o «crea presión» a la inteligencia con sus cosmos, sus retos y sus preguntas y respuestas. Al «alma» le susurra conexiones, asombros, posibilidades, luces.
Por su contenido —aplauso 3—, se trata de una película humana o “humanizante”. Toda la complejidad del formato, del ataque a cada dimensión, se alinea para apuntar a lo más humano. Con sutileza, sin acallar los disparos ni enlentecer las persecuciones, ofrece ideas sobre lo «verdaderamente importante», la predominancia de lo real frente a las construcciones ficcionales o virtuales, el mito de «lo perfecto», la omnipresencia de lo superior o divino, y un apasionante etcétera.
Aplaudamos. Tron: el legado es, como anuncia su título, un regalo para el hombre moderno. Un regalo que deleita, emociona y atraviesa. Cumple con las expectativas y se atreve a excederlas.
Es una película noble y generosa. ¿Un consejo? Aproveche. Sea todo lo goloso que pueda.
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