Puesto en eficaz escena el valiente Informe sobre la banalidad del amor, del dramaturgo, periodista y narrador judeoargentino Mario Diament, resulta un evento más que oportuno cuando lo notable de este régimen es la división resentida en clases sociales y el deseo de dañar afectos primarios como el amor de pareja, filial y amical.
Los filósofos Martin Heidegger, en brillante trabajo actoral de Luigi Sciamanna y Hanna Arendt, desde Mariaca Semprún, de hermosa voz para el canto pero modula muy regularmente para la actuación (algo que tiene remedio cuando se tiene clara la diferencia entre actuar para la televisión y sobre las tablas), fueron desde su viva realidad histórica, la prueba firme de esa bendita desgracia que a veces resulta de los amores imposibles a la luz natural.
Que una judía se enamore fijamente de un católico-apostólico-romano, ateo, comunista, hoy día no es un nudo dramático de gran interés pero que dos seres tan distintos conserven, cada uno a su estilo, por medio siglo esa mutua atracción del amor obviando la ideología excluyente y criminal en el poder del uno (sabio nazi de “cerebro izquierdo”, así llama una escuela neuropsicológica a esta estructura caracterizada por su poca o nula inteligencia emocional) versus la sensibilidad y existencia condenada al exterminio del otro (judía de extrema intensidad y sabiduría afectivas) sí es una lección del loco amor que puede sobrevivir al deterioro y/o destrucción material del cuerpo individual y social. Es en drama escénico, casi el tema de la caribeña saga entre Florentino Ariza y Fermina Daza, pareja de tan diferentes y distantes vidas, que se amó antes, durante y después del cólera, según Gabriel García Márquez en su mejor novela.
Bravo- bis a la Asociación Cultural Humboldt por su gran acierto al gerenciar y al Espacio Anna Frank por copatrocinar, esta obra de tanta densidad intelectual, desde un impecable montaje técnico, con los mínimos requisitos que exige una pieza en varios actos continuos sin telón y cuyo tiempo real abarca cincuenta años, cuidando detalles imprescindibles para abarcar los puntuales cambios de ambiente.
Gran aplauso al director y actor Luigi por su magistral retrato de la compleja y doble personalidad digital del adicto al disimulo y a Mariaca por su esforzado logro, salvo el dato señalado, en darle cuerpo y alma a la difícil, muy frágil fortaleza de aquella judía de profunda inteligencia analógica (cerebro derecho), enamorada sin razón, pausa ni redención, al punto que luego del Holocausto, buscó rescatar el nombre de ese cuestionado personaje a quien debía, y así lo confesó, toda su verdad profesional y de mujer. Algun psiquiatra podrá concluir con aquello de tal para cual.
El público caraqueño está secundando esta magnífica oportunidad de palpar hasta dónde y hasta cuándo, en eso que llaman banalmente amor, no cabe pensamiento, espacio ni tiempo. Y es un siempre milagroso aquí de piel.
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