Pablo Gamba EL CISNE DE LA LAGUNA NEGRA

"El cisne negro" abre un drama de perturbaciones artísticas y humanas.

El cisne negro (Black Swan, 2010), la película por la que Natalie Portman ganó el Oscar a la mejor actriz principal y que estuvo nominada al premio de la Academia estadounidense al mejor filme, sigue la línea de las dos cintas más importantes de su director, Darren Aronofsky, que también fue aspirante al respectivo galardón de Hollywood este año. Como π (1998) y El luchador (The Wrestler, 2008), relata la historia de un personaje que se destruye al tratar de ir más allá de los límites que le son propios como ser humano para alcanzar algo sin lo cual no puede llegar a ser lo que está destinado a ser. No se trata de proyectos delirantes que surjan de su desmesura y que se estrellen contra la realidad, como en el cine de Werner Herzog. Es la persecución de algo real, que no sólo existe en la mente de los personajes, como el orden cifrado en números de π y la fama que confiere el espectáculo de El luchador. Por esa razón los héroes de Aronofsky no tienen una caída trágica sino una desintegración. Fundirse en lo que es más grande que ellos les hace estallar, como ocurre en los ataques de migraña de Max Cohen o con el corazón infartado de Randy Robinson.

La protagonista de El cisne negro es Nina Sayers (Portman), una bailarina a la que un coreógrafo (Vincent Cassel) le da la oportunidad de convertirse en estrella interpretando no uno sino dos personajes en el ballet El lago de los cisnes, el cisne blanco y el cisne negro. Es el doble de lo que podría exigírsele a una artista normal, por más excelente que sea. Siguiendo a Juan Eduardo Cirlot hay que indicar que la dualidad es propia de la figura simbólica del cisne, puesto que ha sido una manera de representar la unión de los contrarios, y de lo masculino y lo femenino. Además, “expresa la melancolía y la pasión, el autosacrificio, la vía del arte trágico y del martirio”, según su Diccionario de símbolos.

Un gesto violento de Nina le revela al coreógrafo que ella no sólo está hecha para interpretar el personaje que representa la perfección de lo inmaculado y la luz que lo ilumina. Puede hacer además el que simboliza el dejarse arrastrar por el deseo del placer por el placer, que es capaz de herir como un pájaro con su pico, y cuya oscuridad es la del mal y la hechicería. Encontrar al cisne negro, le dice, significa aspirar a una perfección superior a la que puede alcanzarse con la disciplina: “No es sólo cuestión de control. Se trata también de dejarse ir”.

Si El cisne negro no fuera una película de Darren Aronofsky, ese dejarse ir sólo sería la confrontación con el “ello”. Pero se trata también de perseguir algo que tiene existencia objetiva más allá de Nina, como el orden matemático de π y el espectáculo de El luchador. El personaje de la bailarina se encamina hacia el estallido que causa la fusión con algo que es más grande que ella y es lo que se ha intentado traducir con el símbolo. En consecuencia el filme se desarrolla a la vez en dos vertientes: una psicológica y otra sobrenatural.

La dualidad cisne blanco-cisne negro es representada por una parte como una confrontación de la protagonista con dos personajes que son sus dobles, y que le causan a la vez atracción y terror, porque hacen que afloren en ella los deseos oscuros cuya represión es representada a través de la figura de una madre sobreprotectora hasta lo caricaturesco, que trata de mantenerla atrapada en la infancia. Uno de esos personajes es Lilly (Mika Kunis), elegida para ser su eventual remplazo en el ballet y que es el inverso de Nina: una mujer hecha para el papel del cisne negro. La otra es Beth (Winona Ryder), la estrella a la que Nina es llamada a sustituir, y de cuyo lugar en el mundo trata de apropiarse también mediante una especie de sortilegio que no puede saberse si es inocente o no, pero que tiene consecuencias para la rival.

Pero Nina también se confronta con otra Nina espectral. Es la versión oscura de sí misma que encuentra en los espejos, en su reflejo en las ventanas del metro o en una mujer con la que se cruza. El más cargado de simbolismo de esos dobles sobrenaturales es uno que aparece cuando abre los ojos bajo el agua de la bañera. La perspectiva en picado al principio es la del doble, que mira con claridad a la niña pura, bajo el agua. Pero es la mirada de la figura siniestra, como revela el contraplano, desde la perspectiva del personaje inmaculado pero de mirada impura, distorsionada por la toma subacuática. La Nina oscura está arriba y la Nina blanca abajo, lo que invierte el emplazamiento característico de lo infernal y lo celestial en la secuencia que representa con más claridad la fusión de los contrarios en la película.

El problema es que en esas últimas imágenes son demasiado reconocibles los lugares comunes del cine de terror comercial, como también ocurre cuando se representa la fusión de la protagonista con su doble sobrenatural como una transformación física que incluye el uso de efectos especiales que la convierten en monstruo. Sigue así el director la línea de acercamiento a los tópicos de la cultura pop que comenzó con la iconografía de la new age en La fuente de la vida (The Fountain, 2006) y el mundo de la lucha libre aderezado con rock-and-roll y melodrama de El luchador. En π y en Réquiem para un sueño (Requiem for a Dream, 2000) los clichés no eran menos evidentes pero de procedencia más “culta”.

Hay también en El cisne negro un intento de síntesis entre los dos estilos contrastantes a los que ha recurrido Aronofsky, el de sus tres primeras películas, en las que la representación estaba construida sobre la base del delirio o la obsesión de los personajes, y el de El luchador, donde hay un cambio hacia una ficción documentalista en 16 mm y con abundante uso de la cámara en mano. Está gráficamente marcada la diferencia por un giro de 180° del uso reiterado de la snorricam, con la que la cámara, fija en un primer plano del rostro, sigue al personaje en sus desplazamientos, al estilo que se copió de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne en El luchador, en la que la cámara va detrás del personaje muy cerca, mostrando la cabeza por detrás. La cámara persigue varias veces a Nina de la misma manera que a Randy Robinson en ese filme, pero la frontera entre la percepción objetiva y la alucinación es borrosa como en π. Es otro ejemplo de fusión de contrarios en este filme sobre cisnes.

Son igualmente problemáticos otros clichés que también están presentes en El cisne negro y otros filmes de Aronofsky. Si bien sus personajes adquieren singularidad por la pérdida de sí mismos en la búsqueda que les conduce hacia la fusión y el estallido, la base sobre la cual están construidos es la de estereotipos, como ocurre con el científico loco en π, los drogadictos y el ama de casa consumista en Réquiem para un sueño, y el hombre caído que se redime y la bailarina de lap dance de alma noble en El luchador. La Nina que se deja arrastrar hacia la búsqueda del cisne negro es una típica histérica de Hollywood, y la interpretación de la actriz es quizás la mejor que pudo hacerse con eso y con el monstruo. Portman ha sido en ese sentido una de las críticas más agudas del filme, en una entrevista en la que dijo que es una película de mujeres que se tiran del pelo unas a otras, y que ella, como productora, trataría de hacer cintas en las que se las represente de una manera diferente.

EL CISNE NEGRO

Black Swan, Estados Unidos, 2010

Dirección: Darren Aronofsky. Guión: Mark Heyman, Andrés Heinz, John J. McLaughlin. Producción: Scott Franklin, Mike Medavoy, Arnold Messer, Brian Oliver. Diseño de producción: Thérèse DePrez. Fotografía: Matthew Libatique. Montaje: Andrew Weisblum. Sonido: Brian Emrich, Craig Henighan. Música: Clint Mansell, basada en El lago de los cisnes de Piotr Ilich Tchaikovski. Elenco: Natalie Portman (Nina Sayers), Mila Kunis (Lily), Vincent Cassel (Thomas Leroy), Barbara Hershey (Erica Sayers), Winona Ryder (Beth Macintyre). Duración: 108 minutos. Formato: rodado en Super 16 mm y algunas escenas en HDTV con intermedio digital, exhibido en 35 mm anamórfico, 2,35:1, color, sonido Dolby, DTS, SDDS.

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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Una respuesta a Pablo Gamba EL CISNE DE LA LAGUNA NEGRA

  1. Yoli Chacón dijo:

    Qué bueno contar con críticas como estas, de Pablo Gamba. Ya bastante pérdida significó que saliera de la web su Vertigo.info

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