El Gabo fue uno de los impulsores de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
Han pasado cuarenta años desde que se decretara su creación en un mundo de enfrentamiento político e ideológico. Hoy se sigue usando el término de una manera mucho más tímida, pero pareciera que pocos están dispuestos a analizar su vigencia. A finales el año pasado propuse en Ideas de Babel un debate sobre la vigencia del Nuevo Cine Latinoamericano (NCL), concepción teórica surgida a finales de los años sesenta al calor de la Guerra Fría. Suponía el desarrollo de distintas cinematografías —de México a Argentina— integradas como contraofensiva a la hegemonía comercial, estética e ideológica de Hollywood, pero también al tipo de cine que se había hecho en las abatidas industrias de nuestros países. A partir de mi artículo ¿Cuándo envejeció el Nuevo Cine Latinoamericano? distintos analistas —dentro y fuera del país— manifestaron su entusiasmo. Al final, sólo dos ofrecieron sus aportes reflexivos: Rodolfo Izaguirre, crítico de extensa trayectoria, historiador del cine y ex director de la Cinemateca Nacional, y Héctor Concari, crítico de origen uruguayo, narrador de ficciones posibles y agudo articulista de Tal Cual. Resulta sorprendente que sólo tres textos analizaron un concepto que ocupó la atención de los teóricos del “cine imperfecto” por cuatro décadas, mantiene un festival en La Habana desde 1978 e inspiró la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, creada por García Márquez.
¿No es un tema vigente? ¿Ni siquiera prioritario para los cineastas? Tal vez no sea pertinente pero la existencia de tantos festivales denominados latinoamericanos en Europa y América podría indicar lo contrario. Pero ¿por qué no se discute? ¿Existe un resabio ideológico que impide el debate? Afirmé en mi artículo: “Son muchas las iniciativas que han tratado de agrupar (…) producciones con muchas cosas en común pero también profundamente heterogéneas y definitivamente desconocidas entre sí. Una propuesta surgida al amparo de una intención teórica supuestamente correcta se ha revelado notoriamente fracasada desde una perspectiva histórica más objetiva.” Es decir, habría que debatir el fracaso o el éxito del concepto. Ni más ni menos.
Izaguirre fue enfático al negar la existencia de un cine latinoamericano (ni nuevo ni viejo) sino las producciones de cada país del continente: “Estoy por creer que se trata de uno de los últimos vestigios del viejo colonialismo europeo (…) Vernos y considerarnos arropados en un manto de perversa homogeneidad, despojados de nuestras particularidades e idiosincrasias, sin presencia individual ni soberanía, es un ultraje. Lo grave es que también lo decíamos y aceptábamos nosotros mismos, pero por otras razones. Cuando se acuñó el término Nuevo Cine Latinoamericano pesaba mucho la utopía de una revolución marxista que impulsada desde Cuba abarcaría el continente. (…) Se pensaba en un NCL exclusivamente desde la ideología porque no existe un cine latinoamericano de la misma manera que no existe el europeo”.
Concari echó mano de aquella hermosa película de Ettore Scola Nosotros que nos amábamos tanto para citar al personaje interpretado por Nino Manfredi: “Siempre dijimos que el futuro nos pertenecía, pero el futuro pasó y no nos dimos cuenta”. Esta cita le permitió recordar “que ese es el problema del Nuevo Cine Latinoamericano. Sus protagonistas (Solanas, Sanjinés, Littin y tantos otros) dieron lo mejor de sí en contextos de opresión cuando esas películas apuntaban a un mañana venturoso. Y sin duda, si comparamos la América Latina de hace cuarenta años con la de hoy, parecería que el futuro no solo no pasó sino que llegó, esperemos para quedarse, a excepción hecha de Cuba, Venezuela y, probablemente, los ‘tiramealgo’ del ALBA.”
Lo cierto es que han transcurrido más de cuatro décadas y los venezolanos seguimos sin ver cine colombiano o peruano o chileno. Y al revés. Mientras tanto, se celebran festivales latinos en un circuito en el que se exhiben las películas, compiten entre sí, generan discusiones… pero casi nunca las obras llegan a las pantallas comerciales, al encuentro con el gran público. Después de cada festival los realizadores regresan a casa con una promesa de distribución que muy pocas veces se concreta. Se podría argumentar con toda razón el dominio de los mercados por la industria estadounidense, pero la realidad demuestra que esto es sólo una parte de un proceso algo más complejo.
“No es posible una cinematografía latinoamericana”, consideró Izaguirre, “en una región políticamente inestable, de economías dispares y procesos culturales de incuestionable riqueza pero que avanzan impulsados por dinámicas desiguales… y obstáculos notorios”.
“Pero en todo caso”, apuntó Concari, “el epíteto de nuevo apunta a una ruptura, un corte, un quiebre y el drama es que aquella connotación no se ha dado en los hechos. (…) El NCL irrumpió como gesto expresivo y productivo, en el entendido de que en una nueva etapa de la conciencia latinoamericana, regada por la Revolución Cubana, se imponía no sólo una nueva forma de contar, sino además una nueva forma de producir cooperativa, voluntarista, alejada de los patrones de la metrópoli, pero ante todo, pobre. La estética de la pobreza y los manifiestos del tercer cine, dieron que hablar en aquella época”.
No se pudo crear por decreto el NCL. Nunca nació. Se trató de una declaración más ideológica que estética o industrial. Los cineastas argentinos han creado con sus obras el cine argentino de hoy —y no el latinoamericano— así como los mexicanos han construido su propia producción contemporánea y los brasileños las películas de un país inmenso que habla otro idioma y posee otras tradiciones históricas y culturales. Con trabajo y esfuerzo. Con victorias y fracasos.
“El término NCL ha envejecido”, concluyó Izaguirre, “porque envejeció también el soporte ideológico que lo sostuvo artificialmente durante algún tiempo. Nació viejo y sucumbió con el socialismo real y la decrepitud del sistema político cubano…”
Concari trató de explicar esta declive: “…todas aquellas películas no tuvieron una continuidad en el tiempo y, pasado el furor del momento (y en el Sur debido a la feroz represión de los sesenta), ese cine se replegó hasta desaparecer y cuando reapareció, al calor de la recuperación democrática, fue siguiendo patrones tradicionales.”
Los más importantes cineastas latinoamericanos de hoy —Alejandro González Iñárritu, Walter Salles, Juan José Campanella, Alfonso Cuarón, entre otros— han labrado sus carreras a partir de un doble movimiento que los define como locales y a la vez universales. En esa doble condición reside su presencia tanto en sus respectivas producciones como en la escena cinematográfica mundial. No es gratuito, desde la perspectiva histórica, que estos cineastas hayan surgido de las industrias más importantes que dominaron durante décadas los mercados de América Latina: Argentina, Brasil y México. De cierta manera, ellos han contribuido al resurgimiento de esas industrias y se afianzan en ellas para proyectarse planetariamente. Y nadie habla del Nuevo Cine Latinoamericano.
Considero que el Cine en Latinoamérica no había logrado una verdadera «universalidad» evidente sino hasta hace unos cuantos años. Este hecho surgió más o menos desde la última década, pues antes nuestro cine siempre estuvo a la sobra del cine europeo, o del cine español, para ser más específico.
…Se decía mucho de que el cine mexicano (a partir aprox. de la segúnda mitad de la década de los 90) era un ejemplo claro de esa «universalidad soñada» de nuestro cine y que muchos otros países como Argentina, Perú, Colombia y Brasil podrían ver en ese cine un ejemplo a seguir; sin embargo, estoy seguro de quien conozca bien de cine podría asegurar que esto nunca fue así en realidad. …A mi parecer, el cine mexicano de los últimos años ha sido (y lo sigue siendo aún hoy en estos tiempos de «universalidad del séptimo arte latinoamericano») de lo más modesto, «insorprendente», si se le puede llamar de alguna forma, a comparación del realismo del cine colombiano, por ejemplo, o el europeísmo (que le queda muy bien) del cine argentino; o con mucho más razón, la originalidad de temáticas del cine brasileño. …El cine mexicano -sin ánimos de ofender- nunca ha llegado a ser más que intentos fracasados de un sueño «hollywodense», lo que una vez, quizá, también fueron algunos ejemplos de cine latinoamericano en la década de los 90 (no todos), y algunos aún durante esta última década, donde los directores soñaban algún día con ser Almodovar, y alcanzar ese «sueño europeizado».
Como decía, no ha sido sino a partir de la última década en que el cine latinoamericano en general ha alcanzado esa «universalidad» soñada una vez en los 90 pero no alcanzada sino hasta ahora, y que además lo ha hecho sobresalir ante los ojos del mundo y ha puesto los ojos en grandes cineastas como Iñarritu (definitivamente, de lo más sobresaliente de México), o Mairelles, entre algunos otros. (muy contados); pero aún hay (¿o habemos?) quienes soñamos ser, algún día, un Almodóvar, un Amenábar, ¿o por qué no (ahora sí) un Iñaratu, o un Maireles?
Un saludo.
Alfonso Guido.
http://www.porlamierdadelartista.wordpress.com