William Goite es el alma de Último cuerpo. Su interpretación del personaje de Heriberto Camargo aporta lo único que logra salir a flote por momentos en el tercer largometraje de Carlos Daniel Malavé desde 2008. Su caracterización del reportero es además la única que no parece una burla en su intento de reproducir el habla de Maracaibo. Triste es en ese sentido el desempeño de Miguel Ferrari, el gran intérprete del travesti Héctor en El tinte de la fama de Alejandro Bellame (2008), mientras que Mercedes Brito, que hace de la reportera Ana Gabriela López, simplemente no sabe hablar. Tiene un grave problema de dicción.
La película se plantea como un homenaje a Heberto Camacho, un reportero de sucesos del diario Panorama que se hizo célebre por su forma “literaria” de tratar la información sobre los crímenes y por las dotes de investigador policial que se le atribuyen. Semejante defensa ingenua de un periodismo hecho para aportar la “salsa” que ayuda a vender el periódico no deja de sorprender en un país en el que hace nueve años hubo un golpe de Estado que se intentó justificar con el video de un canal de televisión –el cual sigue transmitiendo libremente– y en el que el presidente se cree periodista y abusa a diario de las funciones de servicio público de los medios para hacer campaña e insultar a quien le da la gana. Si la ética de la comunicación es un problema al que el país necesita encontrarle solución, el realizador prefirió no darse por enterado y aplaudir el espectáculo de la noticia convertida en folletín. Da a entender que la búsqueda de la verdad y el interés comercial son lo mismo, y no es así.
Pero hay que aclarar que ni siquiera en eso es acertada la película. El periodista Camargo es un personaje que se desdibuja en el Camargo detective, revólver en mano incluido. Si el realizador partió de la base de que la prosa de Heriberto Camacho es una joya literaria y del nuevo periodismo, lógico era que procediera en consecuencia y explotara lo más posible esa riqueza, mediante un narrador como el que es común en el cine negro estadounidense o cualquier otro recurso menos trillado. Pero no. La escritura del Camargo del filme es aderezo de algunas escenas, y nada más. Como contrapartida, si en los diálogos se describe al personaje como un poeta maldito, enamorado de la muerte, eso no tiene correlato visual en el filme. No hay imágenes macabras que hagan sentir ese seductor perfume. Son puras palabras.
Tampoco la cinta logra convertir los planos en los que aparecen el Puente del Lago, el Mercado de las Pulgas y coloridas fachadas en una representación fílmica de Maracaibo. Falla principalmente la luz, que no expresa la incandescencia del sol en una ciudad cuyo calor hace sudar copiosamente a los personajes en unas escenas, aunque en otras no. Ni siquiera está claramente diferenciada la iluminación del día y de la noche, y horribles sombras acompañan a la descuidada utilería en escenas como la de la rueda de prensa en la comandancia de la policía regional. Si bien pudiera imaginarse que esos errores intentan traducir la suciedad de los temas del periodismo “literario” de Camargo, el resultado es que sugieren no sólo eso sino algo más: que la prosa del periodista tenía errores de ortografía.
La corrupción y los crímenes del filme no son sino cosa abstracta, totalmente diluida en las convenciones del cine genérico, y en los estereotipos de la homofobia y el odio a los extranjeros. El filme no aporta ningún detalle que cualquiera no conozca o pueda imaginar fácilmente sobre cómo se hace respetar la ley del silencio en un cuerpo policial, ni sobre el lavado de los capitales de la droga en una ciudad cercana a Colombia, ni se preocupa por revelar cómo puede funcionar el negocio con un control de cambio como Venezuela.
El alcalde corrupto es una “X” sustituible por cualquier figura política, bien sea del gobierno o de la oposición o neutra, y las relaciones de Camargo con su jefe y del diario con los poderosos cuyos callos pisa el periodista son las del rebelde típico de cualquier filme o serie estadounidense. El colmo de la falta de investigación sale a relucir cuando los personajes hablan de notitia criminis en vez de difamación. La notitia criminis es la información que recibe a un juez sobre un posible delito, no señalar a alguien a través de la prensa como autor de un crimen del que no ha sido declarado culpable por un tribunal. Eso se ve en Ética y Legislación de Medios, en las escuelas de Comunicación Social que algunos desprecian porque al menos tratan de enseñar la diferencia entre ser veraz y enriquecerse con el morbo.
ÚLTIMO CUERPO, Venezuela-Colombia, 2011. Dirección, producción, fotografía y montaje: Carlos Daniel Malavé. Guión: Carlos Daniel Malavé, basado en un guión de Dámaso Jiménez y Edwing Salas. Actuaciones: William Goite (Heriberto Camargo), Miguel Ferrari (comisario Sangretti), Jean Paul Leroux (Vincent), Mercedes Brito (Ana Gabriela López).
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