Para no desmerecer el adjetivo de desordenada con que me calificó hace algún tiempo un lúcido lector, escribo el título de este artículo haciendo honor al caos que reina en mi cabeza. Es que las noticias, como los ejes transversales de la Educación, se entrelazan y, al modo de las matrioskas rusas, se reproducen casi idénticas, casi ad infinitum.
Lo de NB, da casi pena explicitarlo, nació de una simple y natural asociación de la memoria; posiblemente, al igual que yo, muchos recuerden la película Psicosis, de Alfred Hitchcock, en la que Norman Bates asesina a su huésped en la bañera del motel. Hacía ya varios días que venía siguiendo, con relativo interés, el caso de Dominique Strauss Kahn y de la camarera del hotel de Nueva York cuando, desde lo local, me asaltó otra noticia, sucedida también en un hotel. Me refiero al nuevo ataque de Víctor Colmenares Lupión, el asesino de la modelo Marisol Da Silva, liberado después de dieciocho años de prisión y devuelto, seguramente con post grado, a la sociedad. Ni los fiscales del Ministerio Público ni la jueza que se ocupó del caso, conocían los antecedentes del ex convicto, así que lo pusieron en libertad después de ¿regañarlo? La información sobre quién era VCL les llegó, al parecer, a través de los periódicos (¡tenía que ser, con esa manía que tienen algunos medios de andar destapando ollas podridas por ahí!). La mujer atacada, dice la reseña inicial, logró salvarse arrojándose por la ventana y sufrió lesiones en el brazo y la pierna derecha.
Hasta ahí conozco (no hay tiempo para leer tanta mala noticia) la cobertura periodística respecto a la agredida. Muy distinta es la cobertura que alcanzó la “one million dollar baby” en la subasta judicial y en el bolsillo del ex director del FMI, si acaso fue él quien lo pagó. ¿Será, me pregunté, porque el hotel Gilmar de Caracas no tiene la categoría del Sofitel de Nueva York y del Pierre de Manhattan, en el que el ex banquero egipcio Mahmud Abdel Salam Omar, intentó (hoy 1o de junio 2011) perpetrar un acto similar al de DSK? ¿O será porque no es lo mismo ser un simple asesino tercermundista que un presunto violador, sobre todo cuando se es presidente del Fondo Monetario Internacional o de la El-Mex Salines Company? ¿Será que hay algo en los hoteles que incita al asesinato y al estupro? Vaya usted a saber, en todo caso la cosa va de hoteles, o de moteles. Paso y convido a la respuesta
Para los francófonos, la expresión sans souci, separado y con minúsculas, significa despreocupado o sin preocupaciones. Sanssouci, todo junto y con mayúsculas (¡faltaba más!), era el palacio oficial de verano de Federico II el Grande, Rey de Prusia, en el que “se relajaba de la pompa y la ceremonia de la Corte”, es decir, eso que hoy definiríamos como un lugar anti estrés. En fin, parece que el palacio popularizó la expresión, aunque la expresión no hizo lo mismo con el palacio, pero esa es otra historia. Volvamos al derrotero por donde intentábamos ir. Leo, con el resto de asombro que me va quedando, que al nuestro caraqueño conjunto residencial Bosque Sans Souci, regresó el terror, terror iniciado allá por el 2006 con el envenenamiento de 20 gatos. Sólo que esta vez el veneno se regó también en el patio del jardín de infantes. ¿Será, me pregunté, que anda por ahí un ejecutor de aquella Una modesta proposición, de Jonathan Swift, intentando disminuir (entre otras cosas escalofriantes a las que “convidaba” con inigualable sátira el irlandés) la población de niños católicos? Vaya usted a saber. En todo caso, no es sin preocupación que se leen ciertas noticias.
En la limpia, ordenada, civilizada Montreal (Quebec) acaba de salir una ordenanza que prohíbe a los dueños de perros sacarlos a pasear por el bosque; sí, como lo leyó, por el bosque, porque esos quebecos, en lugar de andar como nosotros ocupando cualquier espacio verde (y no verde) para (de)construir viviendas y otras ¿soluciones? habitacionales, han preservado los bosques que conviven, despreocupados, con la ciudad. ¿Y por qué lo prohíben? Porque los animalitos esos hacen su pupú y su pipí por los caminos verdes, y aunque las ordenanzas municipales de allá exigen (y proveen gratuitamente de bolsitas ad hoc) que los excrementos sean recogidos, siempre queda el olor, algún residuo, lo cual podría ir en detrimento de la fauna salvaje. “La pucha con la moral que es cuestión de geografía, cantaba Facundo Cabral, lo que en Francia está muy mal está muy bien en la China”. Lo dicho: parece que no es lo mismo cometer tropelías en Caracas que cometerlas en Nueva York, tampoco es lo mismo ser perro acá que en el Primer Mundo. ¡Los canes nuestros sí que gozan de total libertad!
Celebro, por aquello del bien común, la nueva Ley Antitabaco que viene de ser promulgada en nuestro país, lo que no sé es si la pregunta “¿Hasta dónde tienes derecho a consumir si perjudicas el derecho del otro a mantenerse sano?” incluirá, en un futuro próximo, a la vergonzosa propiedad privada. En ese caso deberé ir ahorrando unidades tributarias para pagar las multas. Tampoco sé –mi ignorancia, ya se sabe, es grande– si ese “consumir” incluye las sustancias que el indigente instalado (con todo y carpa y mastín napolitano ¡!) en la acera de mi calle consume a plena luz del día ante la vista inocente de cuanta criatura pasa por ahí, y ante la vista gorda de las autoridades que también pasan por ahí. Paso y convido a la respuesta.
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