Juan Domingo Perón
El lenguaje es la casa del Ser. En esa morada habita el hombre.
Tomás Heidegger
Cualquiera que haya hecho un viaje en avión, aunque más no sea a la cercana Aruba, sabe que hay pasajes one way (ida sola) y pasajes round trip (ida y vuelta), pero la expresión también vale para quienes compramos boletos en el Metro y, según la necesidad, pedimos uno u otro, sólo que jamás se nos ocurriría expresar la fórmula en inglés. Esto lo agrego para defenderme, a priori, de cualquier posible acusación de utilizar ejemplos elitistas y locuciones extranjerizantes.
Bien, muchas cosas vienen hoy en formato one way. Hay agresiones, bajezas, insultos, inopias, injusticias que, perforando la inteligencia, la sensibilidad, hacen su camino hasta el mero centro del Ser. Y allí se quedan por mucho tiempo produciendo su caldo corrosivo, disolviendo la ya escasa capacidad que tenemos de mantener la cabeza fuera del agua, de costearnos ese bien intangible pero esencial que es la esperanza, la fe en la humanidad. Y de pronto, un mal día, sin que sepamos cómo, el caldo hace irrupción y vomitamos ese ácido disolvente sobre el vecino, la mascota o el ambiente. Y no sin pagar el precio: el ácido pasó por la garganta, nos quemó las cuerdas vocales, nos dejó casi afónicos, pero, eso sí, contaminantemente corrosivos. ¡Y después alguien se extraña de que haya tanta úlcera, tanta gastritis, tanta Helicobacter Pylori pululando intestinamente!
El muestrario de las estocadas one way es tan amplio, tan desde cualquier dirección, que cada minuto de sobrevivencia se ha convertido en un verdadero round. Round como asalto, como de esos que se libran en los cuadriláteros de boxeo, y en los cuales es usual que haya un contendiente al que se le levanta el brazo triunfador, mientras otro, derrotado por knock-out, no tiene sino el gusto de su propia sangre en la boca. Nosotros, los anónimos por naturaleza, los que recibimos a diario los puñetazos que no pueden ser devueltos, no tenemos siquiera ese recurso: no hay sangre, ergo, no hay lesión, ergo, no hay derecho al pataleo.
En uno de los penúltimos rounds en las curules vimos con ¿asombro? que una califica lo que otra dice de estupideces, la manda a hacerse una cirugía plástica, a aplicarse botox en las patas de gallo mientras el coro de carcajadas le levanta (es un decir) el brazo triunfador. En un periódico gratuito que aparece a diario (la idea es excelente y conmueve, de veras conmueve, ver las manos ávidas tomándolo, porque una sabe que esas manos saben que ese es un derecho, no una dádiva) vemos y leemos con ¿asombro? varias estocadas one way, y la idea, de excelente que es, se convierte en ácido corrosivo, en vía de entrada sin salida, en calle ciega. A la misma a la que le recetan botox la ridiculizan en unas fotos cuyas leyendas corrosivas nos salpican. Y nos salpican sin que, necesariamente, estemos de su lado: estamos del lado de la cordura, de la sindéresis, de la discusión con altura. Ridiculizar al otro nos ridiculiza y, como bien lo expresó alguna vez Perón, no volvemos de ese ridículo con el cual quisimos aniquilar al otro. Leo otras opiniones en el mismo medio y me pregunto: ¿es realmente útil que aprendamos las virtudes de la obesidad como antídoto contra el secuestro? ¿O sería más útil que aprendamos las virtudes de la convivencia, la lucha contra el hampa, las verdaderas causas de ese mal endémico que nos aterroriza a diario?
Trip, en el lenguaje de la droga, es una dosis de LSD, digo esto a título de eslabón, de enlace con el round trip del principio, y porque, al igual que cualquier adicto, nos hemos acostumbrado tanto a la agresión verbal que ya vamos necesitando dosis cada vez más y más altas. Mañana, si mañana hay, embotados por los insultos, la inopia, la falta de agudeza del cuchillo que a diario nos hiere, ya no estaremos satisfechos y, juzgando que el lenguaje ya no hace mella en el Ser, pediremos sangre. Sangre azul o sangre roja, pero sangre.
Hola, excelente entrada, acabo de descubrir su blog y realmente me encantó, felicitaciones!!!!!!!!!!!!!!