19/06/2011, 9.30 am. Regreso de caminar, enciendo la computadora, leo mis correos por orden de aparición:
Silvia: vengo llorando luego de comprarle un barco de cartón a un anciano que estaba en la calle con una carrucha llena de carabelas hechas por él en cartón y madera. Le pregunté si estaría la próxima semana, pero que igual le podía dejar la plata, pero que no me podía llevar el barco porque iba al mercado. Las manos las manos. Me dijo que él creía que ya no vendrá más: tengo 98 y me siento muy mal… Comenzó a llover y lo acompañé a colocarse debajo de un techito. Me llevé el barco de vuelta a casa bajo el paraguas.
Me mojé casi toda. Llovía y lloraba. Llovía y lloraba. El barco llegó bien.
Lo puse en el ceibó y salió una tripulante, una chiripita que no sobrevivió luego.
No hice mercado.
Treinta bolos me costó
Ay
10 am. Vuelvo a salir, compro el periódico. Rodeo bajo fuego, “hay como setenta muertos, dijo un pran, yo los conté (…) ¿Para qué nos vamos a entregar si igual nos van a matar?”. Y comienza la cantinela en mi cabeza: Treinta bolos, noventa y ocho años, una elección de vida, lluvia y llanto, realidad sin rodeos. Setenta muertos, un barco de cartón treinta bolívares, entre mil y cuatro mil bolívares un kilo de mariguana dentro del penal, un aguacate en la calle veinte bolívares fuertes, una arepa carcelaria también veinte de los fuertes. Ay, los números, los números implacables, insobornables, incorruptibles, sin rodeos.
Mucho antes de que el Ministro dijera “un pran es…” yo conocía la palabra. La conocía porque alguien muy cercano y muy querido emplea muchas horas de su vida dando talleres en las cárceles. La conozco de cerca a esa palabra, la he visto desprenderse hecha jirones de los labios, rodar hecha lágrimas por el rostro, sacudir unos hombros de hombre en forma convulsiva. Llanto, pranes y reclusos. Foto de alguien, veinte años, que sonríe detrás de unas rejas. Que sonreía, ya no existe, sólo queda en el visor del teléfono. Quedaba, quizás el que en una esquina oscura asaltó al muy cercano y querido la borró. Cuestión de no andar con vainas premonitorias y pavosas en el recién adquirido celular.
Hoy no estoy de humor para el humor negro. Y tú, ¿qué haces? Siempre estás allá cuando acá llueve. Parece que adivinaras. Llanto y lluvia. Lluvia de agua o lluvia de fuego, como en Sodoma, como en el Apocalipsis, como en el Rodeo. Y tú, ¿qué piensas? No tengo respuestas para mis propias preguntas. Sólo esta cantinela obsesiva de números en una realidad a la que vienen a sumarse las palabras de Miguel Hernández y esas ganas compartidas de arrancarse de cuajo el corazón.
Me sobra el corazón
Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.
Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos de mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento
plomo desalentado.
No puedo con mi estrella.
Y busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.
Si no fuera ¿por qué?… no sé por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo allí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.
Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.
Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
qué inconformes mis ojos?
Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?
Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.
Me sobra corazón.
Hoy, descorazonarme,
yo el más corazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.
De Otros poemas, 1935-1936
Debe estar conectado para enviar un comentario.