Hay momentos en los que Una mirada al mar parece que va a llegar a ser una gran película. Ocurre principalmente en las secuencias en las que la actriz que interpreta a la protagonista, Yucemar Morales, y otros niños son captados por la cámara de video en su desenvolvimiento espontaneo en la escuela. Además logra deslizarse sin solución de continuidad de ese tono documental, con su respectiva cámara en mano y utilización del zoom para acercamientos rápidos, al uso del ambiente como eco de lo que siente el personaje principal, en un travelling que muestra dibujos pegados en las paredes que se van convirtiendo en manchas oscuras hasta llegar a Ana E, sentada en un rincón, doblada de tristeza. Incorpora incluso el estilo de los aficionados, en los planos que imitan las fotos que les toman a los niños, al final.
Si ese hubiera sido el camino de principio a fin, la cinta de la Villadel Cine sobre las soledades convergentes de una niña huérfana y un pintor viudo que se está quedando ciego podría haberse igualado con Pequeña revancha de Olegario Barrera (1986) como referencia entre los filmes venezolanos con niños actores. Pero tendría que haber tenido un guión pensado en función del potencial de estilo que hay en secuencias como esas y en aquellas otras en las que Rufino (Fernando Flores) le enseña a pintar a Ana E. El texto de la fallecida María Nella Alas no fue trabajado para eso, ni tampoco para llegar lo suficientemente rápido al meollo de la historia y poder dedicar más tiempo al desarrollo de lo esencial. A eso se añade el lugar común de la representación del ambiente de pueblo a través de una festividad, lo que no aporta nada y es contrario al tono intimista, igual que ocurre en una serie de planos en los que el video se propone captar la belleza del paisaje como el cine. Quizás la técnica del documental de observación hubiera podido hallar un eco más preciso del desamparo de los personajes que sugiere la mirada al inmenso e indiferente mar del título, pero no fue así.
Por todo eso la película que pudo llegar a ser Una mirada al mar no cristalizó. Pero el filme deja dos cosas: en primer lugar el descubrimiento de Yucemar Morales, una actriz de espontaneidad felizmente destilada de los efectos enajenantes de la televisión, y la capacidad de Andrea Ríos de trabajar con aquello que algunos consideran el infierno: niños y perros. Porque Ana E, como toda niña del cine que se respete, está aferrada a su mascota: Pirata.
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