En Corazones rotos (Blue Valentine, 2010) hay una escena en la que Dean (Ryan Goslin), que está haciendo una reservación en un hotel de paso, le pregunta a su esposa, Cindy (Michelle Williams): “¿Quieres el Nido de Amor o quieres la habitación del futuro?” A falta de una respuesta clara él decide: “Recoge tus cosas, mi amor. ¡Vamos al futuro!”.
Hay una cruel ironía en ese diálogo. En la cinta de Derek Cianfrance, que fue seleccionada para los festivales de Sundance y de Cannes, y por la que Williams fue nominada al Oscar a la mejor actriz principal este año, si algo define el amor es la imposibilidad de futuro. Es un sentimiento que nace del jugueteo con el que Dean conquista a la chica seria que es Cindy, y que mantiene viva su intensidad en la relación del padre con la hija. Pero no puede devenir en progreso que haga crecer esos sentimientos. ¿En qué otra cosa podría convertirse ese amor?
Tampoco hay en Corazones rotos hechos que señalen en la historia una causa lógica del distanciamiento y del peligro inminente de ruptura que se perciben desde el comienzo entre ella, que duerme en la cama, y su marido, que despierta en una poltrona, así como entre la enfermera que dispone de todo organizadamente para darle el desayuno a su hija, y partir con ella a la escuela y la clínica, y el trabajador de la construcción que parece vivir en otro tiempo, y hace del tomar el cereal un juego de lamer las pasas sobre la mesa.
El relato va y viene del presente al pasado. Cuenta lo que pasó el día en el que la crisis de Cindy parece alcanzar el punto culminante, y eso se entrelaza con el comienzo de la relación, lo que sucedió desde que Dean la vio por primera vez hasta la noche en la que le dijo “seamos una familia”, sin importarle si era suya o no la hija que ella decide tener. Pero lo que pueda haber cambiado entre una parte y la otra es dejado a la imaginación del espectador capaz de creer que los sentimientos de las personas pueden encontrar explicación por relaciones causa-efecto. ¿Qué fue lo que hicieron Dean o Cindy para echar a perder esa hermosa relación? Una pregunta como esa tiene lugar estrictamente fuera de la película.
Corazones rotos es en parte una cinta de atmósferas, en lo cual sigue la tradición del llamado cine moderno por contraposición a la causalidad de la narración clásica. Eso tiene su expresión visual más clara en los colores de las escenas que se desarrollan en la habitación del futuro, de ambiente enrarecido por una iluminación artificiosa. El deterioro ha surgido entre ellos como un cambio de tonalidad en la relación, no por algo que hayan hecho, y bajo esa luz se percibe con la mayor claridad lo mal que está el amor. La película, además, comienza con un tono de angustia creado por un elemento secundario que luego adquiere peso simbólico: un plano general de Frankie que llama a gritos al padre en el jardín, al amanecer, porque no encuentra a la perra. Luego su inquietud desaparece rápidamente, como suele ocurrir con los sentimientos de los niños, pero queda en el aire el vacío de lo que parece haberse desvanecido de la vida de los adultos. ¿Adónde se escapó el amor? ¿Habrá muerto?
Pero hay una frontera que los realizadores no se atrevieron a franquear con esas atmósferas. La respetaron, en primer lugar, al incluir la escena de rigor de la pelea, acompañada de otros tópicos del género del drama conyugal. También al incurrir en el bigger than life, esa exageración que hace que el cine parezca cine, como sucede cuando Dean amenaza con tirarse de un puente. Si la secuencia de los créditos finales parece ser una crítica del cine en el que los “sentimientos” son puros fuegos artificiales, allí se cometió ese error. Corazones rotos tiene esa audacia que no es del todo audaz de las cintas que se apropian de elementos que en el pasado fueron de ruptura para dar cierta sazón a los lugares comunes de siempre, que por trillados son los que hacen comprensibles las películas sin exigir demasiado esfuerzo al público. Es como la escena del aborto: la valentía que llevó a incluirla en el filme sólo llega hasta el punto en el que el médico se detiene por petición de la paciente arrepentida y las exigencias de autocensura para la exhibición comercial en un país como Estados Unidos.
Pero no por eso deja de ser una película sobresaliente en el contexto en que puede llegar a serlo el cine independiente estadounidense. Se debe sobre todo al trabajo de los actores, y en particular el de Michelle Williams, en la expresión corporal de la atracción que hay entre los personajes, en las escenas del pasado, y en la manera en la que también se manifiesta físicamente el rechazo en los intentos de hacer el amor, en el presente. También se destaca el contraste entre el tópico de la relación centrada en el hombre y la del filme, en la que Cindy y su hija son lo único sólido que hay en la vida de Dean. La diferencia se manifiesta emblemáticamente en la manera como él disfruta dándole placer oral a ella. Sorprende por lo raro que resulta en el cine de Estados Unidos que no sea la mujer la que se agache para hacer gozar al hombre sin que ella goce. Es el equivalente cultural de la ablación del clítoris.
CORAZONES ROTOS
Blue Valentine, Estados Unidos, 2010
Dirección: Derek Cianfrance. Guión: Derek Cianfrance, Cami Delavigne, Joey Curtis. Producción: Lynette Howell, Alex Orlovsky, Jamie Patricof. Diseño de producción: Inbal Weinberg. Fotografía: Andrij Parekh. Montaje: Jim Helton, John Patane. Sonido: Dan Flosdorf. Música: Grizzly Bear. Elenco: Michelle Williams (Cindy), Ryan Gosling (Dean), Faith Wladyka (Frankie), John Dorman (Jerry), Mike Vogel (Bobby), Marshall Johnson (Marshall), Jen Jones (abuela), Maryann Plunkett (Glenda), James Benatti (Jamie), Barbara Troy (Jo), Carey Westbrook (Charley). Duración: 112 minutos. Formato: 16 mm y formato Raw de video con intermedio digital, inflado a 35 mm, 1,66:1, color.