Las presentes reflexiones han sido escritas como un breve homenaje al destacado economista chileno Jorge Ahumada Corvalán (en la foto), con ocasión de haberse cumplido los 50 años de la fundación del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes), dependiente de la Universidad Central de Venezuela, siendo Jorge Ahumada uno de sus fundadores y su primer director. Al Cendes le correspondió, bajo el impulso del economista chileno, elaborar y dictar el primer postgrado en Ciencias de Desarrollo impartido en Venezuela y en América Latina. En la presente columna hemos recogido varias ideas publicadas en otros escritos y que nos ha parecido oportuno reproducir aquí con algunas importantes modificaciones de coyuntura.
Una interrogante preside y acompaña la presente reflexión ¿Qué idea de desarrollo es la que domina en el debate tanto académico como público sobre materias económicas y políticas en nuestro país? ¿Se trata de una visión integral centrada en la persona? ¿O se trata más bien de una visión que tiene un carácter esencialmente economicista con una clara vertiente ideológico-partidaria? Es aquí me parece donde se encuentra la vigencia y la actualidad de la obra intelectual de Jorge Ahumada C. (1917-1965), uno de los intelectuales y economistas más influyentes en Chile y América Latina en la década de los cincuenta, sesenta e incluso los setenta. En uno de sus grandes libros el economista chileno realizaba un lúcido y crudo análisis sobre la realidad de nuestro país hacia fines de los años 50:
Al regresar al país después de algunos años de ausencia, son muchos los chilenos que se sienten decepcionados y hasta heridos al comprobar que una nación que reúne todas las condiciones para que sus habitantes disfruten de una vida digna y llena de posibilidades, ofrece, en cambio, el espectáculo de la sórdida pobreza de los más, en contraste tan agudo con la ostentación orgullosa de los menos, que hiere la pupila del observador más distraído” (En vez de la miseria, Segunda edición, 1958, p. 13).
Es sorprendente y en cierto sentido “devastador” para el espíritu, que las reflexiones del gran pensador chileno fallecido repentinamente a los 47 años de edad en Venezuela, mantengan aún su plena vigencia, no obstante que han pasado más de cincuenta años desde que su genial y ya clásico ensayo conociera su primera edición. Recordemos que Jorge Ahumada al colocar a la economía -y también la política-, como un instrumento al servicio del hombre, ya pavimentaba el camino para comprender que la crisis por la cual atravesaba nuestro país, era una crisis integral, y para salir de ella se requería de soluciones integrales y no puramente técnicas, de ahí la importancia que siempre le concediera al humanismo y a una visión cultural amplia sobre los fenómenos tanto económicos como políticos. Son estas ideas las que permean su vision del desarrollo tan ajena a los tecnócratas actuales tan carentes de sabiduría e incluso de sentido común:
La preocupación del desarrollo como objetivo social se justifica por la necesidad de conseguir que la convivencia entre los hombres transcurra sin asperezas y dentro de normas políticas que den el máximo de posibilidades para que cada miembro del grupo social consiga una vida digna. Y al mismo tiempo que es su justificación, constituye un llamado a la responsabilidad que en el proceso del desarrollo debe exigírseles a todos aquellos que han tenido la fortuna de adquirir una educación universitaria” (Jorge Ahumada, La planificación del desarrollo, Universidad Católica de Chile-Naciones Unidas FAO, 1972, p. 12 y 13).
Los últimos acontecimientos acaecidos en nuestro han removido ciertas “verdades” consideradas hasta hace poco como auténticos “dogmas”, derribando las frágiles certezas y el “mito” o “modelo” de “desarrollo tecnocrático” sobre el cual habíamos edificado tantos sueños y alimentado tantas ilusiones y utopías. Ciertamente, qué duda cabe, el remezón que han provocado los recientes movimientos ciudadanos tanto sociales como estudiantiles –más allá de las opciones ideológicas de muchos de sus dirigentes-, ha sido fuerte y para muchos de nosotros inesperado. Nos habíamos acostumbrado a vivir en un país que la arrogancia de economistas y políticos habían presentado como una suerte de “oasis” en América Latina. El modelo de desarrollo político y económico a seguir e imitar. La soberbia de tantos políticos, y líderes de opinión, apoyada sobre juicios ligeros y parciales tanto de los “clásicos” analistas de cifras y datos, “economistas” o “cientistas” políticos, con una formación humanista y ética prácticamente nula y con el mal hábito de “argumentar” solamente desde las frías cifras sin integrar la realidad concreta de las personas ¿Será por esto que habitualmente confunden una economía de mercado con una sociedad de mercado?
¿Qué idea de desarrollo entonces es la que ha acompañado y acompaña a nuestros líderes económicos y políticos? Que la pregunta quede abierta para que cada lector responda según lo que le ha tocado vivir en el anonimato de lo cotidiano. Lo que me interesa recordar, y esto Jorge Ahumada lo vio con una meridiana claridad, el desarrollo antes de ser una categoría económica o política es esencialmente una categoría ética, es decir está referido esencialmente a lo humano. Como lo recordará magistralmente Pablo VI:
El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: ‘Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera’” (Encíclica Populorum Progressio, n° 14).
Se nos podrá argumentar -y es cierto-, que en los últimos años hemos tenido progresos significativos en términos de indicadores económicos, las cifras lo señalan y lo avalan ¿Pero ese crecimiento ha llegado realmente a las personas más humildes permitiéndoles salir del círculo vicioso de la pobreza y así mejorar sustantivamente su calidad de vida? También no faltará quien nos diga -el papel da para todo-, que hay muchos países de América Latina, donde hay más pobreza y desigualdad que en Chile y eso es verdad. Sin embargo, quienes encuentran en ese argumento un fácil consuelo, “olvidan que los chilenos siempre hemos tenido la pretensión de ser un pueblo que marcha a la cabeza del progreso, imitando muy de cerca los avances espirituales y materiales de Europa y Estados Unidos…”. Por esto, “la mayoría de los chilenos rechazaría de plano el paralelo con muchos países asiáticos o africanos y también con países indoamericanos… Para juzgarnos a nosotros mismos no podemos, en consecuencia, usar patrones que no corresponden a nuestras aspiraciones más íntimas” (Jorge Ahumada, En vez de la miseria, p. 13).
Volviendo al punto de inicio de la presente reflexión, creo que las agudas y penetrantes consideraciones de Jorge Ahumada contenidas en tantas de sus obras, mantienen su plena vigencia en sus principios y en su amplia visión humanista y cultural, siendo como un faro que nos permite comprender la verdadera naturaleza de los problemas que nos aquejan y las soluciones que ellos requieren. Como lo destacara el Banco Central de Venezuela, con motivo de la publicación en la década de los 90 de las Obras Escogidas del destacado pensador y académico chileno: “Esta recopilación de ensayos, conferencias y artículos muestra la originalidad y fuerza del pensamiento económico de Jorge Ahumada, uno de los forjadores del pensamiento económico latinoamericano. Sus escritos han sido fuente importante de consulta para el estudio de los problemas de la América Latina y de Venezuela y para el análisis de sus soluciones”.
Ciertamente, hoy día vivimos en una sociedad completamente distinta a la que vivió el autor. Ya no estamos en la Sociedad Industrial sino en la Sociedad de la Información. Sin embargo, ¿alguien podría cuestionar la tesis del autor que la superación del drama de la pobreza y de las profundas inequidades que existen en nuestro país requiere de una solución integral fundada en una concepción humanista del desarrollo? Hemos tardado demasiado tiempo en asumir que el desarrollo que tanto anhelamos compromete tanto a la educación como a la economía, tanto a la ética como a la política, tanto a la cultura como a la sociedad… Esta tarea -entre otras cosas-, exige por parte de nosotros una nueva mirada sobre la realidad país. Una mirada que integre la óptica de los más necesitados y marginados de la sociedad. En concreto, que la mirada del pobre y desvalido sea también de algún modo nuestra mirada, que sus preocupaciones también sean las nuestras, que sus tristezas, angustias y alegrías también se hagan carne en nosotros. Esta nueva mirada ha sido expresada de manera maravillosa por el Papa Juan Pablo II, en su notable discurso pronunciado en la CEPAL y que me permito recordar aquí:
Al igual que yo, estoy seguro de que, tras el lenguaje conciso de cifras y estadísticas, vosotros descubrís el rostro viviente y doloroso de cada persona, de cada ser humano indigente y marginado, con sus penas y alegrías, con sus frustraciones, con su angustia y su esperanza en un futuro mejor. ¡Es el hombre, todo el hombre, cada hombre en su ser único e irrepetible, creado y redimido por Dios, el que se asoma con su rostro personalísimo, su pobreza y marginalidad indescriptiblemente concretas, tras la generalidad de las estadísticas!.
Debe estar conectado para enviar un comentario.