J. Edgar EL HOMBRE DE LOS SECRETOS, por Héctor Concari

Leonardo DiCaprio se transforma de forma sorprende en el hombre más temido de EEUU.

Hay una historia sumergida y secreta del poder en Estados Unidos. No es una historia lineal, toma prestados algunos hechos conocidos y los presenta como emergencias de un iceberg que pudiera explicar lo inexplicable: el asesinato de un presidente joven y con un “penchant” liberal, la arrogante imbecilidad del caso Watergate, la permanencia de una sola persona al frente del FBI por cuarenta y ocho años y cuanto hecho de alto perfil permita ser iluminado por una teoría conspirativa. En rigor toda historia de poder conlleva un lado opaco -el poder es una pulsión que se origina en el inconsciente-  pero en Estados Unidos, donde el culto a lo privado contrasta con la exaltación de lo público, los ríos subterráneos son particularmente atractivos. El siglo pasado fue un terreno naturalmente abonado para estas historias, porque vio la expansión del país, su consolidación como uno y diverso a la vez y, de paso, su salto a la hegemonía mundial. Pero la trama interna de esta gloria mostraba las tensiones propias del crecimiento. En paralelo y al resguardo de la historia oficial hubo radicales anarquistas, gangsters, depresiones, nazis encubiertos, comunistas, black power, espionajes internos e ilegales, guerras no muy santas que justificaron organismos y personas que las siguieran, propiciara o controlara. El más fascinante de todos estos personajes fue J. Edgar Hoover, director del Bureau desde 1924 hasta su apacible muerte en el sueño, algún día de 1972. (Por cierto,  la pelea por la sucesión llevó al heredero no favorecido, Mark Felt, a pasar datos a los investigadores de Watergate, bajo el alias de Garganta Profunda, suerte de venganza post mortem de Hoover contra Nixon).

El cine reciente no ha sido muy sutil a la hora de explorar este ángulo nocturno del poder. Oliver Stone partió las aguas decretando un Kennedy bueno y un Nixon malo, antes de pifiar con el detestado W (Bush Junior) pero, en general,  los biopics han dejado de lado a las figuras del poder, motivo por el cual esta aproximación de Eastwood revierte particular interés. El director tenía ya un film biográfico en su haber, la mítica Bird, en 1988, con la cual rindió homenaje a uno de sus ídolos, el inconmensurable Charlie Parker, y de paso se sacudió el mote de fascista sin escrúpulos con el cual había construido su fama. Como en aquella ocasión, el tema no es la obra, ni los hechos, sino el personaje y sus fantasmas. Y en ese sentido, J Edgar no defrauda. El libreto hurga no tanto en la(s) época(s) que el todopoderoso director del FBI atraviesa, y no pierde tiempo en presentarlo como un villano. Lo que apasiona es la personalidad (casi se pensaría la voluntad) que podía soportar el poder secreto y tácito que Hoover acarreaba. Es una historia de ocultamientos, un dato nocturno que la fotografía nos recuerda en cada plano. El pretexto es la historia del FBI tal y como la quisiera contar Hoover a un agente asignado a tal efecto, pero la película traiciona al personaje y salta una y otra vez a la historia tal cual fue, con más miserias que grandezas.

Este estilo no lineal (que también era el de Bird) trae cierta confusión a todo el asunto, pero del rompecabezas emerge un Hoover siniestro como probablemente lo fue en realidad. Un ser atado a sus odios, incapaz de vencer su vínculo con su madre y, dato polémico por carecer de base factual, un probable homosexual de closet. La película resiste bien la tentación de reducir su vida y sus obsesiones a este último punto. Hoover es más un obsesionado por el control, un erotómano de las fichas, los números y los seguimientos cuasi entomológicos que un mero reprimido que una escena clave desenmascara. La película da por sentados datos históricos (el secuestro Lindbergh, los asaltantes de la Depresión, su odio hacia Luther King y su enfrentamiento con los Kennedys y con Nixon) y busca entre ellos aquellos rasgos de poder que definían a Hoover. Todos conducen a la información que poseía, que nunca divulgó y de la que, tácitamente, se jactaba de poseer. Paradoja viviente, un vanidoso tímido convencido además de tener una misión en la vida. La protección de un sistema que , en los últimos años , solo existía en su memoria y su imaginación.

Este rompecabezas exhibe algunas incoherencias, líneas argumentales que no se sostienen bajo el fárrago de información (son cinco décadas!), pero el documento sobre la Norteamérica secreta es fascinante. Un digno film de Eastwood, esa joven promesa de ochenta y dos años.

J. EDGAR. USA 2011. Director Clint Eastwood. Con Leonardo Di Caprio, Naomi Watts, Judi Dench

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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