Deseos culpables (Shame, 2011), el segundo largometraje de Steve McQueen con Michael Fassbender en el papel principal, es una continuación del trabajo que inició en su ópera prima, Hunger (2008). Si en ese otro filme el cuerpo era el instrumento de lucha de Bobby Sands, el líder del IRA, en una huelga de hambre hasta morir en la cárcel, para el protagonista de Deseos culpables, el yuppie neoyorquino Brandon Sullivan, la “adicción al sexo”, como la llaman, parece haber desplazado a los sentimientos que se consideran característicamente humanos para poner al desnudo una verdad, o abismo, del cuerpo.
Hay un eco de El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, 1972) en el tema del filme de McQueen. Parece citarlo además por la manera de vestir de Sissy (Carey Mulligan), la hermana de Brandon, en una escena que se desarrolla en un andén. Es semejante a la de la Jeanne de Maria Schiender en esa otra película –es vintage dice Sissy irónicamente, en referencia al sombrero y quizás también a la diferencia de época entre ambas cintas.
Referencias más sutiles podrían ser un intento de suicidio en el baño, pródigo en derramamiento de sangre, y el mensaje que deja en la contestadora una mujer que le dice a Brandon que quiere verlo porque está muriendo de cáncer. En la película de Bernardo Bertolucci la esposa del protagonista se suicida. Pero la soledad del personaje de la época actual de Deseos culpables es más completa que la de El último tango en París a comienzos de los años setenta. Además, si el encuentro de los amantes sin nombre en un lugar aislado del mundo podía ser visto entonces como un acto de rebeldía contra las convenciones sociales, Brandon es un consumidor de pornografía y contrata los servicios de prostitutas por Internet. Su “adicción” está tan integrada a su mundo como él, que es un profesional exitoso.
El protagonista de Deseos culpables hace un chiste con un chichón que tiene en la nuca, una noche en la que sale con una compañera de trabajo. Dice que es una marca de los neardentales que él ha conservado, como si la manera en que la búsqueda del placer se manifiesta en él fuera un rasgo característicamente primitivo, prehumano. Comparte eso también con los gruñidos animales de los personajes de Bertolucci. Pero el bulto de Brandon es en realidad el resultado de un golpe que se dio de niño contra el techo, pegando un salto con el que pareciera haber querido volar. Su caída en el primitivismo de la “adicción al sexo”, como dicen los conservadores de hoy, resulta así análoga a la de un Ícaro al que se le han fundido las alas de los sentimientos y no logra elevarse por encima de los impulsos sexuales. La cera se derritió en su caso por obra de una luz que es como la del sol, según Platón: la que ilumina la verdad de los deseos, y pone al desnudo la falsedad que él percibe en los convencionalismos de las relaciones y el peligro de los sentimientos que destruyen a Sissy.
El protagonista es también como un ángel caído, cuya historia se convierte hacia el final de la película en un viaje análogo al descenso a los infiernos. Lo conduce a un local oscuro en el que hombres tiene sexo con cualquier otro hombre que se les acerque. También va a un apartamento en el que forma un trío con dos mujeres y por propasarse con una muchacha es golpeado hasta quedar herido. El deseo llevado hasta sus últimas consecuencias conduce en el filme al sufrimiento y a ese castigo, además del vacío. Brandon tiene asimismo en común con la figura de Lucifer, igual que el Paul de El último tango en París, la melancolía que se le atribuye al diablo en sus representaciones modernas, como señala Mario Praz.
La mejor escena de Deseos culpables es aquella en la que la Sissy, que es cantante, logra arrancarle lágrimas con una interpretación triste y sin adornos de New York, New York, en la que la capacidad de expresarse cristalinamente se impone a las carencias de la voz. Es como si Brandon tuviera allí la visión de un paraíso del que ha sido expulsado y del vacío que lo hiere. Pero también experimenta arrebatos de furia diabólica, que por una parte expresan, como los del personaje de Bertolucci, rebeldía frente a lo que percibe como falso, y cuyo principal blanco es su hermana. La dirige además contra sí mismo en sus intentos de librarse de la pornografía, la prostitución y el “sexo casual”, que no sólo han llegado a convertirse en tan convencionales como un matrimonio por la iglesia sino además en negocio. La vergüenza del título en inglés no parece ser la expresión correcta para hacer referencia a esas contradicciones, y eso no deja de ser significativo, porque sería un problema tan oscuro que ni siquiera hay una palabra para designarlo adecuadamente en la actualidad. En todo caso, para el personaje no funciona sino como un dolor del que se huye, como se busca el placer.
Esa dificultad empaña la película. Lo que hace de Hunger un filme excepcional es que el rigor de la razón política permite progresar linealmente de forma verosímil en el proceso de uso y destrucción del cuerpo. En Deseos culpables, en cambio, la trayectoria del personaje debe ser zigzagueante por el conflicto que padece, y los giros se dan en la historia sobre la base de reacciones mecánicas de causa-consecuencia. La escena de la canción actúa como un resorte que lleva a Brandon a su acercamiento a la compañera de trabajo, por ejemplo, para tratar de salvarse del vértigo del placer y el sufrimiento estableciendo una relación “normal”, pero la incapacidad de sentir deseo en esas circunstancias lo conduce de inmediato al sexo casual. Ve a una pareja haciendo el amor de una manera que lo excita, y trata de copiarla. La comparación con una máquina es sugerida por el plano con el que comienza el filme: Brandon está echado en la cama, como si estuviera muerto, y de pronto hay algo que se activa en él y lo mueve a levantarse. El conflicto interior resulta borroso, en consecuencia.
Esa manera de hacer que el personaje tenga giros mecánicos implica un final abierto. Lo bueno es que así se evita un disparatado crimen freudiano con la pistola de papá como desenlace, que es lo que ocurre cuando se trata de llegar al fondo de lo que no tiene fondo en El último tango en París. Pero hay un cabo suelto en Deseos culpables que deja abierta la posibilidad de otro desenlace: ¿adónde conducirá el problema de la computadora de Brandon que los técnicos de la oficina encuentran infestada de pornografía? La postura desarmada del personaje, cuando escucha de pie decir a su jefe que aquello sólo puede ser obra de un pasante enfermo, es reveladora de la presión social que podría destruir la máquina que es movida por la búsqueda del placer sexual y de evitar el dolor de la “vergüenza”.
DESEOS CULPABLES. Shame, Reino Unido, 2011. Dirección: Steve McQueen. Guión: Steve McQueen, Abi Morgan. Producción: Iain Canning, Emile Sherman. Diseño de producción: Julie Becker. Fotografía: Sean Bobbit. Montaje: Joe Walker. Sonido: Glenn Freemantle. Música: Harry Escott. Elenco: Michael Fassbender (Brandon Sullivan), Carey Mulligan (Sissy Sullivan), Nicole Beharie (Marianne), James Badge Dale (David Fisher). Duración: 101 minutos. Formato:35 mm anamórfico con intermedio digital, 2,35:1, color, sonido Dolby Digital.
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