Perdonar es una reacción personal espontánea, sentimental compasiva o proveniente de una educación religiosa que la fija como norma. A veces, un signo revelador, pues retrata la auténtica naturaleza de quien la practica o no. Los a priori negados a perdonar un simple error humano se condenan al fracaso y la soledad radicales.
Juzgar es una labor profesional especializada, erudita, de suprema responsabilidad, porque sobre su acción legal y no leguleya se sostienen todas las instituciones que configuran una sociedad democrática. La acción de juzgar requiere conocimiento jurídico detallado, independencia material, honestidad a toda prueba y pericia para aplicar con fría precisión mandatos consagrados por la carta natal del país y la justicia internacional.
Los juicios de Nüremberg son su emblema.
Conciliar, como lo hicieron el papa Juan XXIII y Nelson Mandela, es un acto voluntario, individual o colectivo sustentado en la legalidad, pero en esencia cerebral y complejo porque exige inteligencia emocional, control de instintos y emociones, capacidad para colocarse sobre ambos lados del fiel de la frágil balanza para medir y sopesar causa y efecto, lógica y sinrazón, necesidad o perversión, de uno(s) y otro(s) al dirimir entre justicia y perdón para a los reconciliados, en busca de un logro concreto, la verdad ajustada hacia el logro de una paz solidaria.
En el libro En el tribunal de mi padre, entrañable narración de Bashevis Singer, se elogia esta sabia tradición judía tan antigua que en principio trata de resolver los conflictos de individuos y grupos acudiendo al Sanhedrín singular o plural del momento, cuerpo institucional sin leyes escritas, pero inspirado en costumbres sagradas, elegido popularmente sobre la base de la buena y transparente conducta de los más experimentados dirigentes o personajes comunitarios, lo que garantiza la probidad de un juzgado cuyo veredicto es ajeno al interés o el impulso enfermizo.
Conviene, hoy, aquí, asumir mentalmente esta difícil decisión pública nueva en Venezuela, por demás imprescindible en una verdadera y necesaria etapa transicional, pues esta larga polarización excluyente producto del resentimiento oficial y social se debe reconocer con la mano en el corazón, porque se origina de raíz en la culpabilidad de casi todos, por errores continuos, ignorancia, miedo, inmadurez, oportunismo y ahora por pánico al militarismo cruel y corrupto reinante.
Limpiar la casa implica juzgar, perdonar y conciliar a quienes corresponda. Tragar hiel para saborear miel.
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