Ray Bradbury murió durante el tránsito de Venus. Algún acontecimiento estelar debía alumbrar el viaje final de este escritor y visionario, amante del oficio desde muy temprano según decía; y un tanto más del cine, del cual era un profundo devorador. La noticia de su muerte fue demoledora. Tanto, que ensombreció un poco el triunfo de otro genio, Philip Roth, quien el mismo día se hacía merecedor del Principe de Asturias de las Letras.
Nacido en Waukegan, Illinois (1920, Estados Unidos), Ray Douglas Bradbury se mudaría con su familia a Los Ángeles, donde su relación con las estrellas sería en principio terrena. En la secundaria se matriculó en clases de actuación buscando un pase a los escenarios que nunca cuajó. De allí a la adopción marciana, sería solo cuestión de tiempo. La tradición periodística de la familia lo llevó pronto a la máquina de escribir. Y allí encontró la llave para esos mundos amargos y terribles que giraban en un futuro misterioso o en una realidad absolutamente inquietante.
Como el de William Faulkner, F. Scott Fitzgerald o Dashiell Hammett, el talento de Bradbury para la escritura no pasó desapercibido por la meca del cine. Su rúbrica está a pie de página de numerosas historias para la gran pantalla y la televisión, siendo las más conocidas Moby Dick (1956) de John Huston y los textos escritos para Alfred Hitchcock y su serie Alfred Hitchcock presenta.
De sus obras adaptadas para el cine destacan El hombre ilustrado (1969) de Jack Smight, El carnaval de las tinieblas (1983) de Jack Clayton, sus Crónicas Marcianas (serie que escribió y adaptó para la televisión) y claro está esa catedral de la ciencia ficción contra el totalitarismo llamada Farenheit 451 (1966) de François Truffaut. Sobre esta historia dijo en alguna oportunidad: “La gente se equivocó. Yo no traté de prever, sino de prevenir el futuro. No quise hablar de la censura sino de la educación que el mundo tanto necesita”.
Si algunos escritores utilizan la historia para distanciarse del presente, Bradbury consiguió en la ciencia ficción —en el fantástico, en realidad— la perspectiva necesaria para hablar de los dilemas de este mundo. De sus habitantes agobiados y extrañados por una realidad absolutamente amarga. Presos de un destino incierto, cuando menos desolador. Y todo ello con un tono sorprendentemente doméstico.
Si las críticas feroces contra el racismo emparentan a Bradbury con J. M. Coetzee, su prosa poética lo hermana con Jorge Luis Borges. Los textos de Bradbury abrazan el humanismo y su profundo amor por la cultura. De las tantas veces que le preguntaron por ello soltaba frases como esta: “hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos”.
Afortunadamente y parafraseando a ese otro grande —Philip Roth—, “los lectores mueren, los libros no”. Y de Bradbury, ese sorprendente escritor, habria que preguntarse si en verdad ha muerto o si su condición marciana le ha permitido irse a vivir a otro mundo, al menos a ese asteroide 9766 que un día llevó su nombre.
@cinemathon
* Publicado el 10 de junio de 2012 en El Universal.
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