Danny y Joel. Dos policías al margen de la ley, dos amigos de toda la vida, dos personalidades distintas que se enfrentan y reconcilian, dos actitudes cómplices ante la violencia en el marco de dos espacios escénicos: una casa y una comisaría. Esta permanente dualidad constituye la línea dramática de Una lluvia constante, pieza del dramaturgo y guionista norteamericano Keith Huff montada en Caracas por el Grupo Actoral 80 bajo la dirección de Héctor Manrique. Aparentemente estamos ante la dilemática situación del policía bueno y el policía malo, pero el autor y el director se encargan de dejar en claro que ninguno es bueno o, dicho de otra forma, que ambos son malos. De una parte se halla la tiranía de la furia, de la otra surge la desesperanza de la sumisión. Entre ambos se ubica la corrupción, el asesinato, la venganza y, sobre todo, la incapacidad de asumir la responsabilidad de sus conductas. A todas luces Huff no es un optimista.
La conflictiva relación entre Danny y Joel se incrementa a través de hechos de sangre originados y ejecutados por la desmesura emocional del primero y tolerados por la pasmosa debilidad afectiva del segundo. Nueva York, Chicago, Ciudad del Cabo, Caracas, cualquier centro urbano del planeta puede albergar esta historia de desesperación y zozobra, matizada por un sentido equívoco de la lealtad. ¿Leales a quién y a qué? ¿Leales por qué? Falso problema que esconde, por separado, la médula de la enajenación y la esencia de la culpa. Porque el problema que deben enfrentar ambos policías va mucho más allá de las investigaciones de Asuntos Internos y sus consecuencias, recurso anecdótico que el cine estadounidense ha trabajado de forma recurrente. No existe un Serpico en esta historia, pero desesperados y desquiciados sí.
Obra de una intesidad dramática angustiante, Una lluvia constante se desarrolla así, como un chaparrón que no cesa y que todo lo inunda. Un disparo de más, una precaución de menos, qué importa. Danny y Joel cargan con sus respectivas psicopatía y culpa y se desplazan de una habitación a una comisaría, de una muerte a una mentira. Manrique se vale de la sugerente iluminación de José Jiménez y la precisa escenografía de Edwyn Erminy para crear las atmósferas de ambos espacios y para marcar las transiciones en el desarrollo de la trama. El vestuario de Eva Ivanyi define la personalidad de cada policía, los dibuja a partir de sus atuendos.
El punto débil de la puesta reside en lo que debería ser su gran fortaleza: las interpretaciones de Iván Tamayo y del propio Manrique. Actores de talento y trayectoria, sus trabajos terminan articulándose como una barrera sónica que lejos de acercar al espectador al planteamiento central lo aleja a través de la incomprensión de sus acciones y palabras. Desconozco el texto original y no he visto los montajes que se han hecho en Nueva York y Buenos Aires, pero en la puesta caraqueña las voces de Tamayo y Manrique devienen en gritos, sin matices, sin transiciones, siempre arriba. Durante toda la representación, sin descanso alguno. La intensidad de la historia, que necesita mucha fuerza expresiva, se pierde en este duelo de decibeles. Creo que deberían revisar este recurso pues el público lo comenta como algo negativo. Tal vez la tragedia de Danny y Joel ganaría en comprensión.
UNA LLUVIA CONSTANTE, de Keith Huff. Una presentación del Grupo Actoral 80. Dirección: Héctor Manrique. Producción general: Carolina Rincón. Vestuario: Eva Ivanyi. Escenografía: Edwin Erminy. Musicalización: Jesús Cova. Iluminación: José Jiménez. Asistencia de producción: Angélica Arteaga. Asistencia de dirección: Melissa Wolf. Ayudante de escena: Wadih Hadaya. Elenco: Iván Tamayo y Héctor Manrique. Teatro Trasnocho. Viernes y sábado a las 8:00 pm y domingo a las 6:00 pm.
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