Lejos de la comedia auténtica el régimen bolivariano es un pésimo sainete pues su diseño contiene el enredo continuo pero disuelto en dañino melodrama. Desde su orígen clásico la comedia es un género crítico de protesta, serio, complejo, revelador de enigmas y trucos manipulados por los poderes privado y público. Al provocar sonrisas, risas y risotadas libera suspicacia, tensión, miedo, catarsis de alivio y hasta de sanación.
El comediante nunca ríe, carcajea ni se autoelogia. Lo practicó por cuarenta años Jack Benny, norteamericano, maestro de maestros en el oficio, guionista, productor, músico y anfitrión desde radio y tv. Medio siglo después sus piezas audiovisuales son escuela mayor de recursos, fondo y forma para perfeccionar la difícil técnica del show legítimo. Internarse en su obra junto a la fílmica de Cantinflas, da claves para desmontar la farsa total en ideología, método y meta del sistema que por trece años desgobierna a Venezuela dando la cómica con efectos trágicos.
El artista genuino improvisa sobre una sólida disciplina, el político fracasado sobre su ignorancia brutal.
Violar el domicilio de un sector cuyo único medio recreativo son pantallas oficiales, junto a las cadenas y cuñas que invaden el espacio radioeléctrico nacional, hace del gobernar un acto grotesco, de morisqueta, chiste vulgar y parloteo chabacano, tarima donde el narcisista y mal payaso autoritario decreta leyes y dicta reglamentos que anulan el basamento democrático legal. República tracalera, proceso sostenido por la comiquería de cortesanos en Asamblea, un Consejo de Ministros que se encadena con la risa bufonesca de una indigna comparsa ornamental y para colmo de mala parodia, una fallida escena en teatro militar intentando contener allí el impacto del masivo civilismo que siguió a Henrique Capriles Radonski en su inscripción electoral.
Pero las tomas en el registro de la candidatura oficialista, muestran cómo, por entre algunos fans histéricos y creyentes, el obligado público popular, harto ya de simulacros, deja la plaza donde un clon de comiquita repite su delirio chimbo y raso.
El candidato opositor debe escurrir a tiempo las trampas políticas pero también las psicológicas para no sucumbir ante el olor de multitudes que lleva al populismo. Es difícil pero imprescindible mantener el firme equilibrio entre mensajería densa y humorismo sano, tan necesarios en la comunicación de una campaña victoriosa y un gobierno con eficacia de la más alta comedia, esa que nunca se ríe del pueblo.
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