Si usted llega a un país y un demógrafo, un encuestador o un estadístico le dicen que cincuenta por ciento de su población es enana, usted esperará ver por las calles donde transite o en cualquier lugar al que asista, una buena proporción de pobladores con esa característica. Le parecería muy sospechoso que tal porcentaje sea cierto si usted va a un mercado popular, viaja en el metro, se transporta en autobuses, recorre pueblos y ciudades, circula por toda la geografía de esa nación, y por ningún lugar aparecen esos pequeños seres. Entonces usted se preguntará: ¿y dónde están los enanos?
Se trataría de una disonancia cognitiva. De una incongruencia entre la ficción matemática y la realidad concreta. ¿A quién creerle: a los profesionales de la medición numérica o a la realidad objetiva? Si usted se ha dejado hechizar por la escolástica y la metafísica medieval dirá que la realidad está equivocada, que no puede ser, que los números indican la existencia de 50% de enanos y esta verdad es irrefutable e inapelable. Pero, si usted parte de una visión científica y racional de los hechos, se dará cuenta de que los especialistas se han equivocado, que sus instrumentos de medición no han captado ni recreado las características de esa sociedad. Usted desechará esa tesis deformada y optará por pensar que fue víctima de un engaño o de un error que no puede convalidar.
El Gobierno, apoyándose en algunas encuestas fraudulentas y en el poderoso aparato de propaganda con el que pretende imponer su hegemonía comunicacional y cultural, ha difundido la imagen según la cual Hugo Chávez aventaja con una cómoda e irreversible diferencia a Henrique Capriles. Si tal superioridad existiera, los enanos se verían por doquier, tal como ocurría en los procesos electorales cuando Chávez triunfó con holgura. En esas oportunidades el frenesí por el caudillo era evidente. Ya no es así.
En las elecciones la emoción se impone sobre la razón. La capacidad de conectarse con los sentimientos atávicos del elector define a los ganadores. Después de catorce años Chávez consumió todo lo que de creativo, ingenioso y emotivo tuvo. Ahora, además del chantaje por la supuesta violencia que su derrota desataría, sus nexos con la gente se establecen a partir de las posibilidades que les lleguen a los electores las migajas que promete. Pero, ¿cómo van a distribuirse el dinero, los servicios y las especies que ofrece, si los aparatos de distribución han sido carcomidos por las voraces fauces de la corrupción y la negligencia? PDVAL y Barrio Adentro languidecen. La Misión Vivienda solo favorece a unos cuantos privilegiados. El Estado chavista es el más lerdo y costoso de cuanto hemos tenido.
El teniente coronel Chávez Frías ya no entusiasma ni a sus partidarios.
Sus comparecencias públicas se convirtieron en un largo bostezo, que trata de animar con regaños, insultos y amenazas. El carisma se lo consumió la incompetencia: después de casi tres períodos presidenciales de los anteriores, habla como si fuera un bisoño, un novato, en el arte de gobernar. Es un candidato virtual que promete lo que no ha sabido cumplir a pesar de haber navegado en la abundancia. Su paso por Miraflores lo único que ha dejado es destrucción y frustración. Estos dos sentimientos se mezclan en el alma de la gente. Cuando la mayoría de los electores hablan del comandante, lo hacen con la nostalgia y el rencor del traicionado.
Lo opuesto ocurre con Henrique Capriles. Sus marchas, recorridos y concentraciones son fiestas en la que se renueva la esperanza en el futuro. El fervor y pasión que el “Flaco” desata son la contraportada del desgano que produce el aspirante a la reelección. Capriles ha convertido de nuevo a los comicios en un fenómeno político. A lo largo de su campaña admirable le imprimió a las elecciones el sello civil propio de las votaciónes y las despojó de los artificios estadísticos con los cuales los mercaderes pretenden revestirlas.
Las contiendas electorales constituyen una de las expresiones más elevadas de la lucha por el poder. Representan el espacio donde los políticos se realizan. Donde el éxito y la capacidad del líder se miden. La perversión y la arrogancia de los tarifados han querido convertirlas en un fenómeno estadístico donde dominan las líneas que se cruzan, las barras, las tortas, pero desaparece la audacia del hombre decidido a conquistar el poder y a enamorar al pueblo a partir de las ideas, las emociones que transmite y la pasión que desata.
Quien desee ver la realidad, y no espejismos, que observe cómo Capriles se convirtió en un fenómeno electoral indetenible. La prueba científica la proporciona Christian Burgazzi.
@tmarquezc