Elefante blanco LUGARES COMUNES DEL COMPROMISO, por Pablo Gamba

Elefante blanco (2012) es un paso más de Pablo Trapero de la búsqueda inspirada en el neorrealismo de Mundo grúa (1999) y El bonaerense (2002) al cine comercial de calidad. Si uno de los rasgos distintivos de sus primeras películas era el rechazo de las representaciones estereotipadas del costumbrismo, en las que la reiteración de lo típico se impone al descubrimiento de la verdad, en Elefante blanco pesa la figura de un actor emblemático del cine argentino actual, Ricardo Darín, que no se esfuerza para que el público no lo vea a él en la pantalla más que al cura Julián que representa. Algo parecido ocurre con Jérémie Renier: el cinéfilo lo reconocerá como intérprete de La promesa (La promesse, 1996) y El niño (L’Enfant, 2005) de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, antes que como el padre Nicolas. Incluso la actriz en todas las películas de Trapero desde Nacido y criado (2006) hace que el personaje de Elefante blanco sea Martina Gusmán haciendo de Luciana, antes que Luciana. En caso de duda, basta echar una mirada a cómo aparecen los tres en el afiche.

Hay algo paradójico en la búsqueda de comunicación con el público que se hace manifiesta en la escogencia de actores reconocibles, así como en la opción del drama social eficazmente realizado en vez del experimento. La paradoja es que se comunica mucho menos sobre los personajes y sobre el mundo que puede descubrirse a través de ellos a través un cine como este que en filmes como Mundo grúa y El bonaerense, en los que la trama se construía a partir del desenvolvimiento aparentemente natural del protagonista. La experiencia es la de la repetición de las historias de siempre en un ambiente poco visto antes, no el asombro que puede causar la revelación de un mundo desconocido a través de una historia singular.

Incluso está roto aquí el equilibrio de Carancho (2010), en el que un personaje de fuera –una doctora que hace guardias en un hospital, interpretada por Gusmán– es conectado con los que viven de explotar las indemnizaciones por accidentes de tránsito a través del Sosa que encarna Darín, quien se desenvuelve en ese submundo. En Elefante blanco los tres personajes principales son gente de otra clase social u otro país, que vienen a un barrio de Buenos Aires bien sea como sacerdotes comprometidos o por vocación de trabajo social.

La limitación para descubrir ese mundo a través de esos personajes se hace evidente, por una parte, en la necesidad de que el padre Juan le cuente en un diálogo al recién llegado sacerdote belga Nicolas la historia del hospital nunca terminado, alrededor del cual se construyó el barrio y que la gente ha ocupado también para vivir. También se percibe en la referencia al ejemplo del padre Carlos Mugica, fundador de la parroquia Cristo Obrero, cuya muerte a balazos en un atentado en 1974 ha sido vinculada con su trabajo pastoral y con el exterminio de los considerados subversivos que inició la Triple A, antes del golpe de estado de 1976. Queda sobreentendido que es por seguir los pasos de Mugica y otros sacerdotes como él que Julián y Nicolas llegan al barrio, sin que se muestre el proceso que vivió el primero para ganarse la confianza de la gente. En El bonaerense, en cambio, se relata minuciosamente cómo las circunstancias llevan a un delincuente a convertirse en cabo de la policía.

El correlato de todo esto son planosecuencias en los que la villa miseria se convierte en un espectáculo fascinante por insólito. El mejor es el que sigue al padre Nicolas en su recorrido por la guarida de la jefa de una de las dos bandas de narcotraficantes que se disputan el control de la zona. En otros los personajes se desenvuelven en medio del caos causado por las balaceras de los delincuentes y por la Policía Federal, cuando entra como un comando militar a capturar a un narco. Se crea así un contraste entre la violencia criminal y policial, de la cual los personajes huyen o buscan protegerse, y la actuación de la policía para sacar a la fuerza a los invasores de un terreno. En el primer caso la narración no se ajusta a los hechos de violencia, a diferencia de los tiroteos habituales del cine, en los que los planos se suceden de acuerdo con la manera como se dispara. En el segundo caso el relato sí sigue la lógica del enfrentamiento de las piedras, palos y cauchos en llamas contra la represión, como dando a entender que esa es la violencia principal, la que es necesaria para imponer la desigualdad.

Pero la historia pone en cuestión esa distinción entre lo esencial y lo accidental, que es análoga, además, a la manera de pensar del padre Julián, para quien la trascendencia colectiva del proyecto de viviendas debe anteponerse a cualquier contingencia. Ese dilema parece ser el aspecto más interesante de la película y el que pone de relieve la pertinencia actual de los planteamientos de Elefante blanco: la confrontación de las ideas de los sacerdotes comprometidos en los años setenta, no sólo con las instituciones sino también con lo que hoy se sabe del problema de la violencia criminal por los medios de comunicación. Sin embargo, la película no profundiza mucho más en lo tocante a este último aspecto de la realidad, y esa es una forma demasiado abstracta de entender la dinámica de la villa miseria, si se la compara con las primeras películas de Trapero. Las preconcepciones de lo real pesan más aquí que la capacidad de descubrir la verdad a través del poder revelador del cine.

ELEFANTE BLANCO

Argentina-España, 2012

Dirección: Pablo Trapero. Guión: Pablo Trapero, Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre. Producción: Pablo Trapero, Alejandro Cacetta, Juan Pablo Galli, Juan Gordon, Juan Vera. Diseño de producción: Juan Pedro de Gaspar. Fotografía: Guillermo Nieto. Montaje: Pablo Trapero, Andrés P. Estrada, Nachio Ruiz Capillas. Música: Michael Nyman. Elenco: Ricardo Darín (Julián), Jérémie Renier (Nicolas), Martina Gusmán (Luciana), Federico Barga (monito), Walter Jacob (Cruz), Raúl Ramos (obispo), Miguel Arancibia (capataz), Esteban Díaz (Chato), Pablo Gatti (Sandoval), Susana Varela (Carmelita), Julio Zarza (Danilo). Duración: 110 minutos.

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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Una respuesta a Elefante blanco LUGARES COMUNES DEL COMPROMISO, por Pablo Gamba

  1. chespear dijo:

    Pablo Gamba es un cinéfilo «extraordinaire», tanto en cine argentino como el de todos los sitios dónde se hace buen cine.

    Viva la viola y Pablo de Gamba.

    Luis Armando Roche

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