El término milagro se ha utilizado para designar el renacimiento, la contundente activación de un país. Así se califico el resurgimiento de Alemania después del desastre de la II Guerra Mundial. Así está ocurriendo en Venezuela. Y esto no es un alarde triunfalista anticipado al 7 de octubre. Es lo que ya viene ocurriendo.
Después de la crisis del viernes negro del 83, que representaba la insuficiencia del petróleo para resolver las necesidades del país, ocurrió otro hecho traumático, que fue el desbordamiento en saqueos del 27 F del 89. Desde entonces, gran parte del país se condujo en una barbarie populista de tratar de disponer de la renta petrolera de una forma directa, en una política de saqueo con la consigna de que era un derecho popular de tener y disfrutar, pasando por encima de leyes, instituciones públicas y privadas, empresas, y demás grupos organizados. El país se polarizó y anarquizó de forma lamentable y generalizada.
Sin embargo, nos hemos ido recomponiendo sobria y tenazmente. Hay una recomposición política, con grupos remozados, encontrados sensatamente en ese nuevo pacto democrático que es la Mesa de la Unidad Democrática, crecido en el espíritu protagónico y participativo de la descentralización y la pluralidad.
Uno de los milagros es la sobrevivencia del espíritu de convivencia en reglas democráticas. El escritor mexicano, Enrique Krause en su libro El delirio del poder, comentaba que, a pesar del discurso y el proceder agresivo excluyente y demoledor del chavismo, Venezuela no se había precipitado en una guerra civil. Hasta agregaba, con algo de perplejidad y humor, que eso solo se explicaba por la mano de Dios.
El país se vio arrastrado por una propuesta que todavía tiene fuerza: un liderazgo que se muestra como la auténtica representación de los pobres y el espejismo del reparto directo de la renta petrolera. El populista rico y dadivoso, enemigo de los ricos. Se sembró un modus vivendi marcado por el revanchismo y el resentimiento, el arrebatón, la improvisación, que todo lo daña y nada resuelve. No podía resultar de otra manera.
Esta surgiendo un movimiento colectivo, con lo mejor de nosotros. Para sorpresa de muchos analistas políticos, la gente optó masivamente en la jornada de las primarias de la oposición, por un candidato alejado del perfil agresivo y camorrero, que parecía el inevitable estilo para rivalizar con el guerrero candidato oficialista. Excelente síntoma. Muchísima gente se ha cansado de la promesa justiciera y dadivosa, que destruye a la gente emprendedora e insulta al pobre, como si fuera un indigente inútil.
La comunidad ahora se entusiasma y se esperanza, con un joven civil, sencillo, comprometido con todos y con una carrera de constante servidor público.
Hay un torrente de voluntades y propuestas, de gente dispuesta a aportar su preparación y honesto afán, en conformar equipos de trabajo serio y moderno.
En estos años, se ha desarrollado una suerte de Plan Mariscal de Ayacucho, no planificado y auto gestionado, de miles de personas que han migrado, contra su deseo, y ha estudiado y trabajado en países modernos y productivos, que vendrían generosos a aportar sus aprendizajes y experiencias, en la reconstrucción de este país tan maltratado.
Después de una larga borrachera populista, el país se reencuentra y reorganiza en un plan mancomunado, que exalta lo mejor de la democracia: el trabajo de todos, para todos, la productividad como ruta real y digna para el bienestar, y el liderazgo de equipos preparados y comprometidos, guiados por la ley que sostiene el mandato de la convivencia y el respeto entre ciudadanos.
Pase lo que pase el 7 de octubre, el país ya es otro y resuena como ejemplo de superación de sus desvíos, como lo fue en 1810 para América y el mundo, como antorcha hacia la vida republicana constructiva. Estamos diciendo adiós a la equivoca opción de el “rey” caudillo mesiánico y retomamos la palanca comunitaria del esfuerzo de la suma de las partes de todos los ciudadanos. Por eso, la esperanza y confianza en que sí ganara la democracia las elecciones de octubre y no el populismo salvaje.
Carlos Rasquin
carlosrasquin@gmail.com
Septiembre 2012
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