
El personaje de la joven Razieh (interpretado por Sareh Bayat) adquiere una importancia decisiva en «La separación».
Precedida por una larga lista de premios —entre otros el Oscar de este año y el Oso de Oro del Festival de Berlín, el Globo de Oro, el Cesar de Francia de 2011— y reconocida como una de las grandes películas de los últimos años, La separación trabaja un tema muy actual no sólo en la sociedad iraní, de donde proviene, sino en cualquier otro país. Su director, Asghar Farhadi, narra de forma magistral la historia de Nader (Peyman Moaadi) y Simin (Leila Hatami), padres de Termeh (Sarina Farhadi), una niña casi adolescente, quienes tras varios años casados enfrentan una situación muy difícil. Ella quiere abandonar Irán en busca de una vida mejor, especialmente por su condición de mujer, pero él está decidido a quedarse para cuidar a su padre con Alzheimer. Simin le pide el divorcio a Nader, pero no lo consigue. La hija sufre las consecuencias del menosprecio recíproco de sus padres, y la trama añade un incidente desconcertante que profundizará aún más la distancia entre los principales personajes. A partir de este nudo dramático surge una pieza de rara belleza y determinante significación en la vida de un país y sus ciudadanos.
La joven Termeh comunica la tensión que se generan en las vivencias de dos parejas involucradas en la complejidad de la trama, sin incurrir en maniqueísmos ni visiones prejuiciadas Ella simplemente es el fiel de la balanza, el punto de equilibrio entre sus padres. El film presenta personajes que no son buenos ni malos, con sus fortalezas y debilidades, cada cual con sus razones particulares y sus secretos íntimos, como cualquier ser humano en una difícil situación. El director iraní atrae la atención de los espectadores de una forma sutil para luego mantenerlos angustiados con los continuos detalles que van complicando una trama muy bien pensada y elaborada que, entre otras cosas, propone una mirada crítica a la sociedad de un país que busca la modernidad pero se halla limitado por el terrible peso de la tradición y la alienación religiosa de la gran mayoría de sus habitantes.
Por un lado se encuentra el conflicto íntimo entre Nader y Simin, pero también se abre otro tipo de conflicto cuando Razieh (Sareh Bayat) comienza a trabajar como cuidadora del padre de Nader y se desencadena una situación donde se enfrentan ante la justicia los miembros de dos clases sociales distintas. En esta confrontación se pone en evidencia el rol que juega la religión en la sociedad iraní y el juego de las tradiciones en la cultura de una nación. La trama conduce a una situación que raya en el absurdo sin que plantee una salida lógica. Hay un plano íntimo de problemas pero también otro colectivo. Son seres humanos atrapados en sus propias contradicciones. Se enfrentan, toman partido, deciden de manera radical pero nunca vemos una manifestación de afectividad entre Nader y Simin. El primero está a apegado a su noción el deber —no puede abandonar a su padre al final de su vida— y la segunda insiste en su necesidad de escapar de Irán hacia una vida mejor.
El personaje de la hija Termeh adquiere dimensión a medida que avanza la trama. De ser una niña que acepta la conducta de sus padres evoluciona como un ser humano que comprende el valor de la verdad y de la honestidad. Quiere a sus padres, sabe que ya no pueden vivir juntos y ella toma la verdadera decisión de la historia en un final conmovedor.
El realizador persa muestra con visión lúcida un pequeño relato de gente común y corriente en el Teherán de hoy, una ciudad que, pese a vivir en una sociedad teocrática, no es demasiado distinta a cualquier ciudad occidental, y las personas son básicamente iguales a las que podemos encontrar en nuestro nuestros países cristianos. Este relato podría muy bien ocurrir en Caracas o Buenos Aires. Pero en el caso de Teherán la religión está presente, de manera determinante, en cualquier acto, desde la vestimenta —nunca vemos el cabello de una mujer— hasta la educación y la justicia, lo que expone la escasa libertad individual en una sociedad sometida.
Sus intérpretes, liderados por Peyman Moaadi, Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini y Sarina Farhadi, construyen sus personajes con gran naturalidad, desde adentro, sin estereotipos. Asistimos con ellos a una situación conflictiva en la vida de un puñado de seres humanos. La forma en la que los personajes se comportan ante las circunstancias que se plantean en el film, sus contradicciones y motivaciones, se muestran auténticos y creíbles.
La separación confirma el enorme talento de su realizador —demostrado anteriormente con A propósito de Elly (2009) y La bella ciudad (2004)— así como el reconocido prestigio del cine de Irán, cuyos creadores batallan con sus obras contra el dominio teocrático de su gobierno.
LA SEPARACIÓN (Jodaeiye Nader az Simin), Irán, 2011. Dirección, producción y guión: Asahar Farhadi. Música: Sattar Oraki. Fotografía: Mahmuoud Kalari. Montaje: Hayedeh Safiyari. Diseño de producción: Keyvan Moghaddam. Elenco: Peyman Moaadi, Leila Hatami, Sarina Farhadi Sarina Farhadi. Distribución: Cines Unidos.
Realmente es una pellìcula imperdible. Sus personajes son muy creìbles. La trama logra un interès en el espectador, que en ciertos momentos crea angustia y una necesidad de que se resuelvan las situaciones conflictivas, en beneficio de los personajes.