El socialismo del siglo XXI se ha propuesto crear un Estado Comunal. Este es una “Forma de organización político social,… en la cual el poder es ejercido directamente por el pueblo, con un modelo económico de propiedad social y de desarrollo endógeno y sustentable, que permita alcanzar la suprema felicidad social de los venezolanos y las venezolanas en la sociedad socialista.”[1] La unidad básica del Estado Comunal es, desde luego, la comuna. La comuna es el espacio territorial en el cual las comunidades ejercerán el autogobierno[2]. A tal efecto, la forma de organización fundamental de las comunidades será la de consejo comunal.
El objetivo último es pues hacer desaparecer las fronteras entre la sociedad organizada y el Estado para darle forma a ese Estado Comunal. La estrategia para lograrlo consiste en desmontar progresivamente lo que se considera una institucionalidad liberal y burguesa e ir poniendo en marcha, al mismo tiempo, la nueva institucionalidad socialista. Poco importa que esta nueva institucionalidad sea la invención de unos pocos y que la sociedad no entienda o no acepte ese nuevo orden de cosas. A fin de cuentas, la mayor parte de los ciudadanos no sería aún, para esos pocos, los “hombres nuevos” que sí estarán a la altura de la utopía que ellos se esfuerzan en construir.
Las comunas tendrán distintas atribuciones y funciones. En materia económica, se dedicarán a la identificación de las necesidades de sus habitantes y a definir proyectos de inversión financiados con recursos públicos. Serán también “dueños” –bajo la figura de propiedad social– de unidades socio-productivas. Muchas de tales unidades provendrán, sin duda, de las expropiaciones que el gobierno ha ejecutado y continuará ejecutando.
Progresivamente, en una estrategia de desarrollo endógeno –una estrategia supuestamente basada en sus propias necesidades y recursos– las comunas se harán cargo del proceso económico en sus respectivos ámbitos territoriales. Así, la producción, consumo y distribución de bienes y servicios pasarán a ser planificados y controlados por las comunas en función de sus necesidades “verdaderas” y de acuerdo con los planes nacionales en la materia. “Ya no se trata de producir los unos para los otros a través del mercado, sino de producir conscientemente para satisfacer las necesidades de la comunidad.”[3] La distinción entre las condiciones de productor y de consumidor iría desapareciendo para dar paso a la noción de “prosumidor”.
En las comunas se implantarían, además, sistemas de intercambio alternativo. En efecto, por increíble que parezca, en las comunas operaría el trueque y existirían monedas comunales. Tales monedas reflejarían –mediante una contabilidad socialista aún por inventarse, desde luego– la cantidad de trabajo supuestamente incorporado en los bienes y servicios objeto de intercambio. Se garantizaría así la equivalencia en valor de lo transado. Este proceso será también regulado y controlado por al Ejecutivo Nacional.
Pero las competencias de las comunas no se agotan en lo económico. Cumplirán también funciones de control social para garantizar que el nuevo orden socialista se vaya materializando. Luego, serán responsables del seguimiento, vigilancia y monitoreo del proceso educativo, del sistema sanitario y, en general, de las políticas públicas. Se involucrarán también en la estrategia de defensa y seguridad, asociándose para ello a la Milicia Bolivariana y a la Policía Nacional Bolivariana. Se trata, como puede verse, de responsabilidades estatales que serán asignadas ahora a las comunas.
Para el cumplimiento de estas tareas, las comunas contarán con diferentes instrumentos (Carta Comunal, Plan Político Estratégico Comunal, etcétera), instancias de deliberación y de decisión (Parlamento Comunal), instancias ejecutivas (Consejo Ejecutivo, Consejos de Gestión, Consejo de Planificación Comunal, Consejo de Economía Comunal, el Banco de la Comuna, etcétera) [4] e instancias de control (Consejo de Contraloría Comunal). Las Comunas tendrán incluso un Registro Electoral y un sistema de Justicia Comunal. Los recursos para financiar esta enmarañada estructura provendrán, básicamente, de la Hacienda Pública. No hay que ser suspicaz para saber que tales recursos serán los mismos que dejarán de destinarse a los Poderes Municipales y Estadales, condenados a ir menguando hasta la insignificancia en el marco del inconstitucional Estado Comunal.
La existencia de una comuna dependerá no sólo de la voluntad de los consejos comunales que la integrarían sino, de manera más importante, de lo que el Poder Nacional decida. Para ello será esencial, claro está, que tales consejos estén alineados con el modelo socialista del siglo xxi que el régimen pretende instaurar. ¿O es acaso imaginable una comuna integrada por ciudadanos que se identifiquen, por ejemplo, con ideas liberales?
Todo esto apunta a la realización de la utopía en el sentido más estricto del término: un territorio organizado en comunidades en las que las personas vivirían en igualdad de condiciones y en armonía [5]. Una comuna recibiría de cada uno de sus miembros el mayor esfuerzo voluntario en el cumplimiento de las tareas colectivas. A su vez, cada quien recibiría de la comuna lo necesario para satisfacer sus necesidades verdaderas. “De cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”, para decirlo en palabras de Marx [6]. La verdad es que esta utopía puede conducir a resultados muy diferentes a los esperados por sus promotores. Citemos, al respecto, unas líneas escritas por Ayn Rand en su novela La Rebelión de Atlas; en ellas se hacen evidentes algunos de los problemas prácticos y morales que se derivaron de la pretensión de organizar una hipotética comunidad con base en el citado principio marxista:
Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto… Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De qué otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ‘la familia’, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ‘necesidades’, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ‘la familia’ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad eran peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?…”
“¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? “… Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ‘la familia’ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos,…?[7]
Lejos de devenir en espacios de armonía y progreso, las comunas se convertirán, por el diseño organizacional irreal, enrevesado y burocrático con el que han sido pensadas, en fuentes de caos y conflicto. Además de las dificultades que hemos mencionado es previsible también el irresoluble conflicto político-administrativo entre los Poderes Públicos constitucionales y esta suerte de micro-Estados en los que se convertirían las comunas. Asimismo es esperable que la corrupción, ineficiencia, sectarismo y otros males presentes en la administración pública nacional se diseminen, como metástasis, por todo el cuerpo social.
Se trata, sin duda, de un torpe y peligroso experimento de ingeniería social a gran escala que implica la estatización de lo comunitario y el secuestro de la participación ciudadana por una parcialidad política. La experiencia histórica (y el sentido común) permiten entender que el intento de fusionar las esferas de lo comunitario y de lo estatal desnaturaliza a ambas. Un Estado que pretende regir en el ámbito de las comunidades, destruye el delicado entramado de éstas y lo sustituye por la lógica del poder estatal. De igual modo, la pretensión de las comunidades de integrarse al Estado hace que las instituciones públicas pierdan su carácter abstracto y universal y las somete a la dinámica de grupos y “tribus”. La “estatización de lo comunitario” y la “comunitarización del Estado” son dos temibles tendencias que es necesario evitar. El Estado comunal –la definitiva fusión de Estado y comunidad– lejos de ser un beneficio para la sociedad, implica el surgimiento de un nuevo sistema de clases. Por una parte, una burocracia estatal-comunal y, por la otra, el resto de los ciudadanos. Basta recordar la experiencia soviética y su casta de privilegiados (la famosa “nomenklatura”) para entender de qué hablamos.
Asimismo, la “comunitarización” del mercado se habrá de traducir en la destrucción de los incentivos para invertir y para producir con eficiencia. Esquemas como el que ahora pretende instalarse en nuestra economía han generado, una y otra vez, escasez y pobreza. Los ejemplos de Cuba actual y de China antes de los años setenta, son ilustrativos. Sobre todo porque el abandono de la colectivización económica ha sido, en el caso chino, uno de los factores clave de su impresionante crecimiento económico a partir de los años 80.
La verdad es que la utopía de un territorio organizado en comunas, bajo el amparo de un Estado nacional al frente del cual está el líder de una revolución, es lo más parecido al feudalismo en el siglo xxi. Feudos cerrados (comunas y ciudades comunales), gobernados por señores feudales (vicepresidentes regionales o jefes de gobierno), subordinados, mediante juramentos de lealtad, al rey (el Comandante-Presidente). Tal vez sea en esta materia donde resalta con más claridad el carácter primitivo del socialismo del siglo xxi, doctrina que, en su incapacidad para aceptar la complejidad y diversidad del mundo actual, pretende empotrar a nuestra sociedad en el molde de un orden social simplificado mediante el uso (y el abuso) del poder.
Una cosa queda clara al final. El Estado comunal, con todos sus problemas y limitaciones, permitirá al régimen dominante mantener, de manera permanente, una maquinaria política integrada por una nueva casta estatal-comunal. Con ello lograría resolver el riesgo que supone para la revolución acudir periódicamente a citas electorales. “No podemos conformarnos con ´triunfos´ que sólo garanticen una cierta hegemonía pero que en cualquier momento pudieran revertirse. La Revolución Socialista hay que garantizarla hasta colocarla a salvo de los sustos propios del juego eleccionario burgués” [8]. Es por eso que una revolución como esta que padecemos, “cuando llega a ´arriba´ inicia una nueva toma de poder, no desde arriba, sino ´desde abajo” [9]. La oposición no se enfrentará así a un partido revolucionario sino al Estado comunal en pleno. El abuso de poder que hemos visto quedará pálido entonces ante lo que podremos ver. Si nos dejamos abusar, por supuesto.
[1] Ley Orgánica de comunas (2010).
[2] Los socialistas del siglo xxi, como propagandistas inescrupulosos, llegan a afirmar que “La constitución, conformación, organización y funcionamiento de la Comuna se inspira en la doctrina del Libertador Simón Bolívar,“ Ley Orgánica de Comunas, artículo 2.
[3] Álvarez R., Víctor (2009).
[4] Ley Orgánica de comunas (2010).
[5] Recuérdese que Utopía es el nombre que Tomás Moro dio, en el siglo XVI, a una isla ficticia en la cual habitaba, en plena armonía, una comunidad basada en la propiedad colectiva de los bienes.
[6] Marx, Karl (1875),
[7] Rand, Ayn (2003).
[8] Guédez, Martín (2010).
[9] Mires, Fernando (2007)..
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