“Se habla de lo que se conoce y me inspiré en lo que sabía. Las personas de 30 años hablan del amor que nace, y yo, del amor que se acaba”. Fueron palabras del realizador Michael Haneke al desvelar los detalles sobre su último film titulado Amour. Tras obtener cuatro premios otorgados por la Academia de Cine Europeo, la Palma de Oro del Festival de Cannes, el Globo de Oro como mejor película de habla no inglesa y cinco nominaciones a los Oscar, no cabe la menor duda que nos encontramos frente a una de las mejores películas del año 2012.
Amour es la historia de un matrimonio de ancianos, profesores de música jubilados, que tras una vida juntos enfrentan el lento y doloroso proceso degenerativo que va teniendo lugar en la protagonista. A partir de ahí, la vida pondrá a prueba la resistencia de ambos, así como el vínculo que los une. Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva dan vida a los personajes. Una pareja que supo crear un mundo propio. Un mundo de gustos compartidos (Schubert, Bach o Beethoven), lleno de cariño, amistad, respeto y admiración; algo indispensable en la supervivencia del amor. Un mundo que Michael Haneke nos muestra como un espejo, y logra transportarnos hacia el terreno de los protagonistas hasta convertirnos en los principales actores.
Lo primero que sorprende de este film es ver como su director, a través de situaciones cotidianas y pausadas como lo es la vida de una pareja octogenaria, logra introducirnos en un mundo de reflexiones sobre la vida, la vejez, la resistencia a la adversidad, y el amor en cierta etapa de nuestra existencia; un amor que perdura por siempre y acaba con la muerte. Una historia que nos aleja de ella como tema principal para mostrarnos la reacción ante el sufrimiento del ser amado y su posterior pérdida, la impotencia ante la enfermedad, la dependencia absoluta del otro, el camino hacia una deriva sin retorno y la soledad. Eso sí, el romanticismo es el gran ausente. Con Haneke no hay melodramas ni sentimentalismos exagerados, tal como abundan en las producciones de Hollywood. Eso iría en contra de su personalidad. La pantalla se inunda de realismo sobrio, duro, cruel; no existen detalles que haya pasado por alto, todo es claro, todo está dicho. Cada movimiento tiene justificación, el comportamiento de los personajes su razón de ser. Simplemente estamos frente a una obra de arte impecable, lograda con inteligencia y mucha sabiduría. La sabiduría que da la vida. Con pocos escenarios, diálogos escasos, sin tema musical que los acompañe y una cámara prácticamente estática, logra helarnos hasta los huesos. Este es el gran logro del director, que no pretende complacer al público, mucho menos agradar, pero sí nos obliga a ver y discurrir sobre un tema al que todos tememos y nos negamos a aceptar.
Es un film que conmueve por su realismo. No hay ficción. Es la vida misma, con su belleza y crueldad. La belleza que tiene el amor para toda la vida, la crueldad de su fin. Los cuerpos que traicionan, que enferman, pero el amor sigue vivo hasta que acaban.
Gran parte del éxito está en su reparto, un trabajo actoral insuperable. Emmanuelle Riva desgarra en su interpretación. Su valentía y disposición para interpretar un rol tan complejo la convierte en una actriz digna de admiración. Su dulzura, los diálogos, el sufrimiento ante la enfermedad; todo es perfecto. Jean-Louis Trintignant muestra de manera magistral la tranquilidad que se apodera de su ser, lo que permite su entrega y dedicación absoluta al ser amado. Una parsimonia que sorprende tanto como su final. Un elenco que convence y demuestra talento. Cabe destacar el breve papel de la reconocida actriz Isabelle Huppert quien da vida a Eva, la hija distanciada que aparece en pocas ocasiones y ajena a la cotidianidad de sus progenitores.
Amour está llena de silencios que esconden un cúmulo de sentimientos agolpados entre las paredes de un apartamento parisino, donde habitan dos cuerpos en espera de la embestida final. Es el silencio de un matrimonio que ha estado junto por años. Entre dos ancianos que han compartido una vida, casi todo está dicho y se vive de recuerdos. El registro de nuestras vidas queda guardado en nuestra memoria o en un álbum de fotografías. Esta es otra realidad.
Sin duda, es la cinta más humana y realista de Haneke. No muestra el cine violento, o mejor dicho, retorcido y turbador que pudimos presenciar en La pianista y Funny Games, o el horror y crueldad construido con inteligencia en La cinta blanca. En esta ocasión mostró ternura pero con cuchillo en mano. Porque resulta que lo que más turba nuestras mentes es el ocaso de nuestras vidas, más aún cuando nos sumergimos en los crueles designios de una enfermedad. Lo vemos en Amour. Una mirada triste pero digna de la vejez. Bravo por su director.
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