Y yo que tengo más alma ¿tengo menos libertad?
Calderón de la Barca
Es obediencia sin fronteras. Muda, cómplice y burocrática. Soporte y propaganda imprescindibles para todo régimen autocrático. Disfraz que puede alcanzar incluso el Premio Nobel como sucedió con Gunter Grass al confesar su largo nazismo primario años después de recibirlo, degradación moral que vuelve añicos el hierro de todas las medallas y polvo todos los pergaminos.
De diversa modalidad y lapsos durante su ejercicio y acatamiento públicos. En el historial judío le disponían vida o muerte y permisos para rituales a cambio de sumisión absoluta. La España de la Inquisición a veces le dio la opción del bautismo, la Europa hitlerista lo incluyó en la Solución Final, para el sovietismo fue carne predilecta de purgas y celdas. Hoy, autocracias de dictadura militarista en ruta totalitaria todavía aceptan con pañuelo en la nariz, alguna práctica de rituales democráticos y religiosos interrumpidos por comandos uniformados que usan el miedo inducido, la amenaza de eliminación física y/o espiritual, ciertas condiciones que aplican, si se manifiesta disidencia, dudas o pasiva oposición. El colaboracionismo adula, silencia y se justifica alegando que beneficia o salva a condenados y parias. Y puede adquirir carácter de modelo y rutina, aceptado y celebrado mediante mucho capital, carisma, desfachatez y sordo reconocimiento internacional.
Cuando el miembro de una sociedad adquiere merecido, indiscutible, rango de Maestro en su especialidad, título que nunca se obtiene por diploma sino que emana de una obra socializante, desde cualquier oficio digno, cumplida y premiada con un enorme respeto colectivo, al mismo tiempo, recibe otra máxima remuneración vigilada, el seguimiento de su comunidad para que logro y vida sean una sola, indisoluble llave, confianza en su conducta que integra lo profesional con ética buena, correcta y trascendente, representativa de toda la nación. Si utiliza ese prestigioso poder de su magisterio para mejorar objetivos sociopolíticos, léase Nelson Mandela, rechazando sobornos, chantajes obvios, humillaciones que involucran a inocentes y víctimas de su entorno, también de modo automático, señala hasta qué punto se encuentra bajo ruin presión, condicionado, sujeto a un contexto cruel y persecutorio donde se irrespeta y viola los màs elementales derechos humanos y jurídicos. Ese Maestro sí será en verdad ejemplo indestructible para generaciones actuales y por venir. Al contrario, su doble moral, con el tiempo, llega al justo lugar y se registra en la sección del talento subordinado al macartismo, gorilato y afines.
En el filme La lista de Schindler de Steven Spielberg, hay cierta escena reveladora. Soldados melòmanos, como casi todos los del Führer, en misión invasiva de una casa privada, se detienen bruscamente en su puerta principal cuando oyen las notas de un concierto interpretado al piano y exclaman embelesados ¡Oh, Mozart, oh, Beethoven! Desde el tanque de su comandante gritan ¡Acción! La toma que sigue, bajo estruendo de ametralladoras, muestra los escombros. Después, un sonoro silencio.
Es que tal como lo explica el gran humanista de nuestra época, George Steiner, en su breve libro de ensayos Errata, las artes, en particular el pentagrama, no contienen bondad ni maldad. Son un frágil vacío que cada emisor/receptor llena con música, palabra, imagen, de significado absolutamente personal. Y no siempre, históricamente, un fin justifica sus medios, en especial los dónde, cuándo y cómo de situaciones límite.
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