¿Cómo pudo sucederme a mí? Lo guardaba en un cajón donde guardo el corazón…
Joaquín Sabina
Abril es el mes más cruel.
T.S.Eliot
11/04, 7:00 pm circa.
Matar a un ruiseñor, la película de Mulligan, es la primera asociación que me viene a la mente cuando veo a los pobres periquitos australianos ser lanzados al aire. Despavoridos, desorientados por las luces y la vocinglería, intentan volar y se posan donde pueden, un hombro, una cabeza. Durante años, durante generaciones, durante lo que podría ser ya casi una impronta genética, la mano del hombre los aprisionó y los hizo olvidarse de los más básicos instintos: volar, construir un nido, valerse por sí mismos. Hoy, en un alarde libertario, esa misma mano humana los suelta en plena noche hacia la muerte, solo interesa la metáfora, el símbolo. ¿A quién puede importarle un periquito? Quizá solo a los gatos callejeros que cenarán caliente en una noche tan linda como esta. ¡Ave Caesar, morituri te salutant!
11/04, 7:15 pm.
Echarle el muerto… al muerto: es la segunda asociación, por aquello de que la liberación alada era en su honor. Mientras sigo con ojo angustiado el vuelo errático, busco en internet para saber el origen de la frase que tan en boga está por aquí, leo: La expresión echar el muerto se utiliza comúnmente para imputar a un tercero la culpa de lo que no ha hecho. Al parecer, el origen de la expresión se remonta a la Edad Media. Según las leyendas medievales, cuando dentro de los linderos de un pueblo aparecía el cadáver de una persona muerta de forma violenta y no se llegaba a esclarecer quién había cometido el asesinato, los habitantes de dicho municipio estaban obligados a pagar una multa. Para evitar pagar la sanción, que se conoce como homicisium los vecinos aguzaban el ingenio hasta límites insospechados. Uno de los recursos más utilizados era callar el hallazgo, meter el cadáver o cadáveres en sacos y, en la oscuridad de la noche, arrojarlos en territorio de otro pueblo próximo. Echar el muerto a otro pueblo vecino equivalía, pues, a cargarle con la responsabilidad de un crimen y con la multa correspondiente, salvo que se entregara o se capturara al asesino.*
11/04, 11:00 pm.
Caigo en un sueño alucinatorio en el que los pájaros (¿Hitchcock?) vuelan sobre la muchedumbre, bajan en picada, arrancan ojos. Ya no son periquitos, son cuervos, gaviotas, aves de rapiña. En la calle alguien arrastra un cadáver y lo lanza más allá de los límites del municipio liberador (liberador de periquitos, claro). Semi despierta me cuestiono y recrimino: ¿a quién le importa que algún gato se emperique, que algún humano se emperique durante la fiesta celebratoria? ¿A quien le importa que sigamos como en el Medioevo echándole el muerto al otro? Preocupación ociosa de estómago satisfecho, de cama cómoda y limpia, preocupación burguesa por cosas de poca importancia. Y, de nuevo por asociación, vienen en la duermevela y a mi memoria, los versos de León Felipe: ¡Qué lástima que no pudiendo cantar otras hazañas (…) venga forzado, a cantar cosas de poca importancia!
14/04, 3:00 am.
El toque de diana irrumpe violento en la calma de la madrugada. Desorientada no sé si sueño o estoy despierta. Me levanto a tientas, me asomo a la ventana: un camión con unas cornetas gigantescas pasa. De tanto en tanto se interrumpe la diana y la voz del muerto llama a madurar desde temprano. Pasa una y otra vez hasta que es imposible seguir en la cama porque la furia va empujando desde adentro y obliga a ponerse de pie. Orino al toque de diana, sí mi sargento, sí mi teniente, sí mi capitán. Me cepillo al toque de diana, hago café con un toque de diana, unto el pan con apenas un toque de toque de diana, vomito al toque de diana, y ya son las ocho de la mañana. Sin pensarlo mucho me calzo, agarro el teléfono y salgo dispuesta a mentar madres, a patear cornetas, a morir incluso porque ya no aguanto vivir al toque de diana. Pero el camión ha desaparecido. De todas maneras, parada en la acera y como si hablara con alguien por teléfono –para no parecer más loca de lo que estoy–, grito que es un abuso, un ventajismo de mierda, una tortura psicológica con miras a ponernos frenéticos desde el alba. Después me entero: alguien, en un edificio cercano, ha puesto una grabación a todo dar y se ha atrincherado en su departamento, sordo al llamado del conserje, de los vecinos y de la junta de condominio entera. Solo él y diana en un orgasmo hitleriano.
15/04, 4:00 pm circa.
El chamo hace caracolear la moto, llega a la esquina, regresa y pasa a una velocidad de vértigo frente a nosotras, se agarra los genitales a mano llena; cuando nos deja atrás levanta la misma mano rebosante de testosterona y nos saluda con el dedo corazón erecto. Desde una distancia prudente (para él) se detiene y acelera en seco, primero parece que el motor ronroneara, pero luego ruge y viene hacia nosotros, en los dos últimos metros nos esquiva y vuelve al caracoleo, a los genitales, al dedo. Mientras eso ocurre y las cacerolas arrecian, algunos se proclaman; mientras eso ocurre alguien muere en alguna parte de Caracas. Desde un carro nos gritan: “pendejas, ya ganamos”, nosotras respondemos con un redoble sostenido de cacerolas.
15/04, 7:00 pm circa.
Déjenlo solo, solito y solo que lo quiero ver bailar… La mente es una vaina muy seria, escucho a Vicente Díaz y lo que la memoria me suelta es esa ronda infantil en la que, por turnos, pasábamos al centro a bailar. Solo que él no baila y, como en el final de El huésped de Camus, espera por aquellos que vendrán a cobrarse: “En ese país que él tanto había amado estaba solo”.
Todos juntos en la plaza, cacerolazo, mientras muy cerca –y una vez más– El Ávila arde y en alguna calle de esta ciudad –y una vez más–, alguien muere. Cosas de poca importancia.
*http://linguanauta.blogspot.com/2005/10/echar-el-muerto.html
Conmovedor y excelente escrito…Gracias, Silvia!
jajajaja me reí imaginándome el camión con el altavoz al toque de Diana de la maquinaria chavista, por horas sonando, en venganza a una estridente noche de cacerolazos jajajajajaj Nadie que no hay escuchado antes tales ensordecedores sonidos puede entender esta escena de humor en su mas fino estilo de sarcasmo y que disfrutamos una vez mas en este escrito de Silvia Dioverti
!Bravo! ¡Sigue llevándonos de tu letra a ver esta realidad con algo de humor !