Los oscuros mecanismos detrás de las estrategias electorales constituyen el nervio central de la trama de Poder y traición («The Ides of March»), cuarto largometraje dirigido por George Clooney en el que reitera sus planteamientos políticos y éticos, esta vez con especial énfasis en las maniobras de persuasión. Concebido y desarrollado como un film de suspenso, narra las experiencias del joven asesor de campañas políticas Stephen Meyers (muy bien interpretado por Ryan Gosling) al servicio de Mike Morris (el propio Clooney), gobernador demócrata de Pensilvania que busca la candidatura presidencial de su partido. Pronto el ascendente asesor descubre el entramado de traiciones e intrigas dentro de la misma organización política y percibe que en el juego de las verdades hay mucho de mentira. Un tema que, si bien no es nuevo, esta vez ha sido trabajado de forma inteligente a partir un guión de Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon, inspirado en de la obra teatral Farragut North, de este último. Tal vez lo más importante reside en el enfoque despiadado que propone el director sobre la transmutación de los valores morales en una actividad que debe fundamentarse sobre una estructura normativa de carácter ético como la Constitución de un país, en este caso el más poderoso del planeta. Es una tragedia vivida por individuos que actúan sobre la población de un colectivo nacional que tiene alcance mundial.
El actor, productor y director nacido en Lexington, Kentucky, hace cincuenta y dos años, propone un nuevo drama sobre lealtades y chantajes, como lo ha hecho en sus filmes anteriores: la insólita comedia dramática Confesiones de una mente peligrosa (2002), el drama sobre la manipulación de la televisión y la política Buenas noche y buena suerte (2005), ambientada en la época del maccarthismo, y la extraña y olvidada comedia sobre el deporte profesional Jugando sucio («Leatherheads», 2008). En todas ellas aborda la confusión entre las verdades y las apariencias. También en Poder y traición, aunque esta vez lo hace con mayor desparpajo. Todos sus personajes se encuentran en los mecanismos del histórico Partido Demócrata —fundado a finales de los los veinte del siglo XIX por Andrew Jackson y hoy en el poder con Barack Obama— pero no todos representan una misma postura ideológica. En realidad, éstas se adaptan a las necesidades de ganar la contienda interna para luego enfrentar al candidato del Partido Republicano. La ideología pasa a un segundo plano y en la historia se conforma una representación casi religiosa de la victoria, el poder y la trascendencia.
No se trata de enfrentar a demócratas con republicanos, a derecha con izquierda, a buenos con malos, sino de identificar conductas de deslealtad en un mismo bando, con la motivación del poder y del dinero. El Partido Demócrata anida una amplia variedad de posiciones políticas que va desde un conservadurismo moderado hasta una izquierda tímida, pasando por el liberalismo clásico y la socialdemocracia. En la trama Meyers aparece como la mano derecha del director de la campaña Paul Zara (con la fina actuación de Philip Seymour Hoffman), quien busca el fundamental apoyo del estado de Ohio, a través de un acuerdo con el senador Thompson, de clara tendencia conservadora, para garantizar la candidatura de Morris a la Casa Blanca. El primer punto de trama se halla cuando el joven asesor es abordado por Tom Duffy (el siempre eficaz Paul Giamatti), jefe de la campaña de Pullman, el otro precandidato demócrata, y le ofrece un puesto de importancia en la campaña del bando contrario que ya habría negociado el soporte de Thompson. Es una situación difícil Meyers se niega a pasarse de bando pero inevitablemente se verá involucrado en una trama retorcida y perversa en la que nada es lo que parece. Un conflicto de intereses se convierte en el detonante de una traición entre quienes manejan el poder ante el mundo. Un film incómodo para muchos. No es gratuito que haya sido postulado a los premios del Oscar, los Globos de Oro y la Academia Británica de Cine y TV, en varias categorías incluyendo película, guión, actuación y dirección. No ganó ninguno.
En la escena segunda de Julio César, pieza fundamental de William Shakespeare, el Adivino dice “César, cuídate de los idus de marzo”, aludiendo a la inminente conjura para asesinarlo. En el caso de Los idus de marzo, título original del film, existe no una sino varias conjuras para eliminar políticamente a Mike Morris, como recreación contemporánea de un Cayo Julio César que apunta a la Presidencia de EE.UU. y a su influencia en el mundo, pero los protagonistas de tales acciones son diferentes y cambiantes. Las lealtades se derrumban y Meyers se enfrenta a Paul Zara y éste a Tom Duffy y éste a Thompson y éste al propio Morris. Pero la principal intriga y manipulación se desarrolla entre el candidato demócrata y su asesor de campaña. En el medio de todo se encuentra una joven interna que trabaja en la campaña y de familiar tradición demócrata. A medida que avanza la trama el espectador se pregunta quién es el héroe y quién el villano. Vana interrogación. Por algo la imagen publicitaria del film confunde los rostros de Meyers y Morris gracias a la portada de la revista Time, con el titular Is this man de next President?. Lo dicho, dicho está.
¿Siempre es así la actividad política? Desde luego que no, pero la historia se encuentra llena de situaciones como la descrita en Los idus de marzo. Tanto en EE.UU. como en el resto del mundo. No verlas sería estúpido.
El sesudo guión de Glooney, Heslov y Willimon se desarrolla con paso firme, con detalles sorprendentes y una estructura férrea que no deja cabos sueltos. Todos los personajes cumplen una función, desde los principales hasta los secundarios. Los conflictos avanzan en sus implicaciones morales y éticas. A veces Poder y traición me recordó películas sobre la corrupción del poder como Serpico (1973) y sobre las estratagemas de las campañas como Poder que mata (Network, 1976), ambas de Sidney Lumet. También rememoré los límites entre lo legal y lo ilegal en la hermosa Klute (1969) y los entretelones de la caída de Richard Nixon en Todos los hombres del presidente (1976), dos grandes filmes de Alan J. Pakula. Estos maestros cinematográficos de la indagación crítica en la sociedad norteamericana del siglo pasado han ofrecido visiones demoledoras. Clooney añade ahora su nombre a esta tendencia que ha dado piezas esenciales.
Como narrador, Clooney ejecuta una puesta en escena muy sobria y realista que juega con el suspenso pero no banaliza la médula de su historia. No sólo quiere sorprender al espectador con los detalles de su trama sino conducirlo hasta un estado de atención sobre situaciones en las que se revelan los secretos y las verdades ocultas de la actividad política. Se vale de factores de producción de especial calidad como la fotografía de Phedon Papamichael, el montaje de Stephen Mirrione y la música de Alexander Desplat. Como actor, se ha encargado de elegir un elenco de eficientes intérpretes, como Ryan Gosling, Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood y él mismo. Sabe dirigir a sus colegas y logra extraerles lo mejor de sus talentos. Un lujo. Pero lo más importante es que su cuarto largometraje reafirma su condición de autor contemporáneo. Es la expresión de otro Hollywood.
PODER Y TRAICIÓN (The ides of march), EE.UU., 2011. Dirección: George Clooney. Guion: Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon, sobre la obra teatral “Farragut North”, de Beau Willimon. Producción: Clooney, Grant Heslov y Brian Oliver. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Stephen Mirrione. Música: Alexander Desplat. Elenco: George Clooney, Ryan Gosling, Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei y Evan Rachel Wood. Distribución: Cinematográfica Blancica.
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#Cine «Poder y traición CUÍDATE DE LOS IDUS DE MARZO» por @AlfonsoMolina