Un enfoque sobre maternidad NOSOTROS, LOS CASI BERENJENAS, por Silvia Dioverti

Imagen de un embarazoNosotros, los que vamos a rastras o erguidos por esta Tierra; nosotros, los que más de una vez hemos puesto en duda aquello de que la “vida es sagrada” cuando no se trata de la nuestra; nosotros Sumo Pontífice, nosotros Presidente de la República, nosotros buhonero, nosotros magistrado, nosotros ama de casa, nosotros hombre o mujer, nosotros niño o adulto, nosotros los existentes, aquellos que vivimos para contarla; nosotros, los que estuvimos a un tris de ser berenjenas.

Si, como sostiene Borges, al destino le agradan las repeticiones, no menos parecen agradarle los golpes de dados del azar, los encuentros inesperados, la cita puntual que (quién sabe desde cuándo), alguien o algo (quizá el mismo destino), urdió para nosotros (quién sabe para qué). Estaba yo medio tranquila viendo pasar la vida, al margen casi siempre de los fuegos fatuos, tirada ya la toalla antes del último round por haber entendido que aquí la pelea está siempre arreglada; en suma, estaba yo casi en silencio –del que me sacan, a veces, baraúndas como el toque de diana– por haber entendido que hay cosas que son irreconciliables, que hay asuntos que me son tan ajenos y lejanos como el fervor del puño contra la palma abierta y la vindicta vocinglera; tan ajenos y lejanos estos dos últimos como el sobresalto y la angustia por la falta de tinte para el cabello o el enjuague bucal en ese corrillo de las Furias que echa a rodar rumores, unas veces ciertos otras no, pero casi siempre magnificados, desquiciantes, candela para la candela. Estaba casi al margen por haber entendido que hay cosas que son inevitables en el destino de los pueblos y de las personas, por haber entendido que el “¡Ah, si yo hubiera…!” no existe –ni en la literatura ni en la vida– y que solo existe la decisión que tomamos hoy, y el hoy, ya se sabe, es siempre un mañana determinado, preciso.

Pero quiso el azar que cayera en mis manos un libro de título tan prometedor que solo el culillo moral –que es a veces más fuerte que el olfato– del business editorial pudo dejarlo pasar sin convertirlo en el éxito de venta de todos los tiempos y de todas las clases sociales: Todo lo que querés saber sobre cómo hacerte un ABORTO (el énfasis no es mío) con pastillas, y como subtítulo: Fácil, barato, seguro, ¡en casa!, de Ediciones El Colectivo, Compilación de lesbianas y feministas por la descriminalización del aborto (Buenos Aires, 2010). El anzuelo, tan bien puesto, se me quedó entre las branquias y no tuve más remedio que leerlo.

A medida que lo hacía iba reconociendo las diferentes situaciones que se plantean en esos casos: los médicos que se niegan –derecho de conciencia que les asiste– a practicar un aborto pero que no castigan moralmente a quien lo solicita; aquellos que tampoco quieren practicarlo pero se ensañan con la “culpable” y que, en el colmo de una retorcida venganza, sostienen que la solución es sencilla para que eso no vuelva a ocurrir: “¿Sí? –pregunta esperanzada la rea–, ¿y cuál es? —La aspirina –responde socarrón el practicante (de inquisidor)–,  te la colocas entre las rodillas y la sostienes…”.

Elaborado en capítulos fáciles de comprender el libro en cuestión va dando, paso por paso, las indicaciones para el uso de pastillas de misoprostol que conducen a un aborto espontáneo al producir contracciones iguales a las de un parto. Lo que da título a este artículo y que me conmocionó es lo gráfico de la explicación:

A partir de la semana 13, a medida que avanza el embarazo, se pueden llegar a distinguir cada vez más las formas del feto (…) de 19 a 22 semanas: 25 cm, como una berenjena.

Ejemplo 2. (…) A la tarde siguiente empieza a sangrar y entonces se va urgente al hospital, y allí expulsa un feto del tamaño de una berenjena. (Usó 10 pastillas en total).

Y no fue por mojigatería que me sacudió, y espero haberlo dejado bien claro. Pretender soslayar el tema de los embarazos no deseados en países como los nuestros es tener vocación de avestruz, como también lo es pretender que la vida es sagrada ante cualquier circunstancia y, por ello, negarse a ver el saldo que dejan esos embarazos en esta sociedad de doble moral: cada día en Latinoamérica hay cientos de niños abandonados en basureros o en hospitales, en casas de abrigo o, literalmente, lanzados a los perros callejeros o a las letrinas. ¡Y pensar que alguien en este país osó proponer el macro absurdo de que los anticonceptivos sean vendidos con récipe!


Con la berenjena in mente pensé en mis hijos, en mis amigos, en mí misma; pensé también en lo tonto, lo ingenuo, lo pequeño de ese feminismo ramplón que aspira a que la mujer sea igual al hombre sin darse cuenta de la imposibilidad de lo que pretende. Tocadas por la gracia –aun aquellas que llevaron a término un embarazo que dio a este mundo un Amín Dada o una Hildegard Lächert– somos mucho más que el hombre sembrador, ese hombre esparcidor de una simiente Silvia Diovertique, las más de la veces, no voltea a ver donde cayó su semilla. Cóncavas por naturaleza, somos como la Madre Tierra, albergamos a otro ser, lo nutrimos con nuestra sangre y con nuestra leche. Un cuerpo creciendo dentro de otro cuerpo, gracia o milagro. O algo así.

Silvia Dioverti

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Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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