La ópera prima de Joel Novoa Schneider surge con una visión global, más allá de las fronteras, sobre los tiempos que vivimos, signados por la intolerancia, el fanatismo y la violencia. Esclavo de Dios se sumerge en las contradicciones de la antigua disputa palestina-israelí para tejer una ficción de suspenso alrededor del sangriento atentado contra la Asociación Mutual Israelita de Argentina (AMIA), en 1994, en el que murieron 89 personas, crimen masivo que hasta la fecha no ha sido investigado de manera efectiva por el gobierno argentino. En 2004 estuve en Buenos Aires —Ernesto Kirshner tenía apenas un año en la presidencia— cuando se conmemoraba la primera década del ataque terrorista y recuerdo las airadas protestas por la impunidad. Alrededor de aquel hecho atroz, Novoa cuenta la historia de dos personajes que se se articulan en una trama que si bien no es real es profundamente realista. Por una parte Ahmed, miembro de un grupo terrorista islámico, enviado a Caracas donde ha hecho su vida, y por la otra David, funcionario de los servicios de inteligencia de Israel, destacado en la capital argentina, protagonizan un enfrentamiento que comienza a la distancia y luego va cerrando su cerco de forma inevitable. Hombres distintos y situados en posiciones antagónicas que, sin embargo, comparten algunas similitudes: ambos tienen esposas e hijos que aman, son muy religiosos, han sufrido la pérdida de seres queridos, están obsesionados con la venganza y saben que deben matar para no morir. Son las fichas de una espiral de violencia que parece no tener fin.
Esta historia compleja y difícil es narrada por un joven realizador venezolano que levanta el legado artístico de unos padres —el cineasta y productor José Ramón Novoa y la directora de cine y teatro Elia Schneider— que han labrado un camino importante en la producción nacional. No obstante, el hijo propone una visión autónoma sobre un asunto trágico, imposible de obviar, cuyas raíces creativas las encuentro en los dos cortometrajes que le he visto, Cadena reversible (2006) y Zona cero (2009), construidos como historias de suspenso sobre la violencia contemporánea con una perspectiva psicológica de sus personajes. Este punto de vista se manifiesta con un más extenso desarrollo en Esclavo de Dios, en la medida que puede construir con mayor detalle las características de Ahmed y David a los largo de sus 95 minutos. Para ello se remonta a la infancia de cada uno y presenta los antecedentes sangrientos de sus conductas. El primero presenció el asesinato de sus padres en el Líbano, fue introducido en una célula de militantes y, años más tarde, enviado a Venezuela, donde formó familia, se destacó como médico y esperó la orden de entrar en acción en algún lugar de América Latina. El segundo fue testigo de la muerte de su hermano en un ataque terrorista en Israel, se conviertió en un radical y se integró al Mossad y fue destacado en Argentina —donde reside una importante colonia judía— con su familia y su misión obsesiva. Los dos, desde niños fueron entrenados por organizaciones que tienen el mismo objetivo: acabar con el enemigo y defender la palabra de su Dios.
Con un guión del novelista y periodista uruguayo Fernando Butazzoni —quien trabajó anteriormente en los libretos de Un lugar lejano (2009), de José R. Novoa, Des-autorizados (2010), de Elia Schneider, y en el propio corto Zona cero, de Joel Novoa—, el film no juzga a sus personajes sino pretende mostrarlos como seres humanos que evolucionan a partir de la comprensión de sus vidas. sus misiones y sus contradicciones. Ahmed, por ejemplo, es un buen médico, buen esposo, buen padre y buen paisano en la comunidad libanesa islámica de Caracas —también hay una importante colonia libanesa católica— que acalla sus sentimientos para cumplir su deber religioso y militar. También entiende la gravedad de sus acciones y es capaz de plantearse sus dudas. David, por su parte, es un buen investigador y un buen padre de familia, que vive obsesionado con la identificación de los enemigos de Israel y a quien no le tiembla el pulso para asesinar a un viejo oponente después de amenazarlo con la muerte de su nieta. Pero también se plantea sus dudas. El dibujo de los dos personajes principales constituye la mayor solidez de la historia, en la medida en que cada uno conforma un conflicto interno. En sus caracterizaciones son fundamentales el actor de origen kuwaití Mohammed Al Khaldi, radicado en Venezuela, como Ahmed y el intérprete argentino Vando Villamil como David. Ambos conducen la trama hasta una resolución dramática que es a la vez convergente y abierta.
La idea principal que atraviesa Esclavo de Dios señala la estupidez del fanatismo, de uno y otro lado, como uno de los peores males de nuestro tiempo y la necesidad de tender puentes como una necesidad para la paz y la coexistencia. La irracionalidad de la intolerancia religiosa y política se convierte en una patología social que no respeta a los seres humanos. Inés, la joven esposa caraqueña de Ahmed, desconoce la misión y la otra vida de su marido, quien ha aceptado su bautizo católico y se desempeña profesionalmente en un hospital público. En un momento dado, un policía argentino le pregunta a David si no confía en el gobierno y éste, con perfecto acento porteño, responde: «¿Cuál? ¿El suyo o el mío?». Porque tanto Ahmed como David responden a organizaciones supranacionales, más allá de las fronteras, que intervienen en las vidas de Argentina y Venezuela y de muchos países con total impunidad y a veces con complicidad. A propósito de esta circunstancia, en un blog oficialista se ha «denunciado» que el film de Novoa Schneider pretende vincular el terrorismo que dice defender a Palestina con la revolución bolivariana de Venezuela, a lo cual el guionista Butazzoni —a quien, dada su trayectoria como escritor y periodista, es difícil vincular con el Mossad o la CIA— respondió con propiedad que la llegada de Ahmed a Venezuela fue en 1991 (durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez) y que el atentado contra la AMIA bonarense fue en 1994, es decir, que nada tiene que ver su historia con la «revolución» de Chávez. Pero, como se sabe, la intolerancia también está entre nosotros.
Joel Novoa Schneider narra su drama de suspenso con fluidez y efectividad, a la manera clásica, con algunos flashbacks que añaden detalles pertinentes, sin ánimos experimentales y con Caracas y Buenos Aires como escenarios principales. Optó por un realismo que no dejara dudas y que convenciera desde el principio. Por eso su película está hablada en árabe, hebreo, caraqueño y porteño e, incluso, en ese francés abierto y sonoro que acentúan los árabes. Un equipo de producción y artístico de varios países se une a un elenco breve y eficiente, también multinacional, en el que destacan —además de los ya mencionados— Daniela Alvarado, Laureano Olivares, Devorah Lynne Dishinston, Rogelio Gracia, César Troncoso, y hasta una tardía Marialejandra Martín.
Esclavo de Dios marca un buen debut. Exhibe una intención expresiva correctamente narrada con una preocupación ciudadana no solo válida sino necesaria. Joel Novoa no pretende rendir culto a las formas sino sostener su fidelidad a la indagación sobre la verdad. Formula preguntas, no se cierra en respuestas y deja abierta la oportunidad de trascender lo cotidiano. El drama entre Palestina e Israel está allí y permanecerá por años, pero sus implicaciones locales son importantes. Venezuela y Argentina están insertas en esa tragedia contemporánea. Al final de la proyección los espectador percibimos que todos estamos involucrados. Eso es bastante.
ESCLAVO DE DIOS, Venezuela, Argentina y Uruguay, 2013. Dirección: Joel Novoa Schneider. Guión: Fernando Butazzoni, sobre una historia de Joel Novoa y Fernando Butazzoni. Producción: José R. Novoa. Producción Ejecutiva: José R. Novoa, Fernando Sockolowicz y Natacha López. Productores Asociados: Elia Schneider, Rubén Hornillo, Ibi Schneider. Fotografía: Carlos Luis Rodríguez. Montaje: Xue Yin y Manuel Trotta. Dirección de Arte: Matías Tikas. Vestuario: Marianela Ríos. Música: Emilio Kauderer. Elenco: Mohammed Al Khaldi, Vando Villamil, Daniela Alvarado, Laureano Olivares, Devorah Lynne Dishinston, Rogelio Gracia, César Troncoso y Marialejandra Martín, entre otros. Distribución: Cines Unidos.
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