El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponemos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una «mercancía». Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver, un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a gran número de honrados artesanos.
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un «servicio» al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo [de Sófocles] y el Ricardo III [de Shakespeare]. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como una de esas «compensaciones» naturales que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas «útiles» de trabajo.
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refina-miento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química práctica, debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora al campo del delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones? ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo y desde Adán, el árbol del conocimiento? Ya Mandeville, en su «Fable of the Bees» (1705) había demostrado la productividad de todos los posibles oficios, etc., poniendo de manifiesto en general la tendencia de toda esta argumentación:
«Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece completamente.»
«Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece completamente.»
Lo que ocurre es que Mandeville era, naturalmente, mucho más, infinitamente más audaz y más honrado que los apologistas filisteos de la sociedad burguesa.
[1] Título del editor
Este texto escrito entre 1860 y 1862 se editó póstumamente, a modo de apéndice en Teorías de las plusvalías, bajo el título “Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones”
Comentarios al texto. Las referencias de Marx.
Héctor Silva Michelena
Estamos en presencia de un texto de Marx que, hasta hace poco tiempo, pasó inadvertido incluso subestimado por todas aquellas personas que entre nosotros se han dedicado, o dedicaron años a la lectura y estudio, desde diversos ángulos y aristas, a la vasta, y no pocas veces sibilina, contradictoria y, a veces, metafísica (Isaih Berlin dixit) de este muy influyente pensador alemán, hombre inteligente y acucioso, sin duda alguna. Fue publicado como un apéndice en Teorías de las pluvalías, cuando, con un incansable tesón, y yo diría, con obsesión, recopilaba una enorme masa de material bibliográfico para avocarse a la redacción ¡por fin!, de su muy leída, no por todos los que se llaman “revolucionarios (Venezuela: De te fabula narratur!), obra magna, El Capital (Das Kapital, 1867). El primer tomo, único revisado y preparado por Marx, apareció en 1867 y, en la Sección Primera, Capítulo I, titulado La mercancía, escribe Marx: “La riqueza de las saciedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un ‘un inmenso arsenal de mercancías’ y la mercancía como su forma elemental”. Aquella expresión – “un inmenso arsenal de mercancías” – había sido empleada por Marx su Contribución a la crítica de la economía política, publicada en Berlín, 1859.
Este es uno de los muchos artículos que Marx publicó entre 1840 y 1860 en la prensa de Londres y Nueva York, después de terminar su doctorado en Jena, cuando participaba activamente en política, vivía en Londres y trabajaba en El capital. Y muestra el poco conocido sentido del humor negro y del sarcasmo cortante que acompañan su riguroso e insoslayable genio en la acre polémica político-económica de su tiempo.
Su difusión actual, sobre todo por internet, se debe a la publicación del libro KARL MARX, Elogio del crimen, Ediciones Sequitur, Madrid, 2010 que contiene otros tres artículos de Marx sobre el tema penal, y dos de Émile Durkheim titulados Normalidad del crimen y Función del castigo. Émile Durkheim fue un sociólogo francés. Estableció formalmente la disciplina académica y, junto con Karl Marx, Augute Comte y Max Weber, es considerado uno de los padres fundadores de dicha ciencia. En el primer artículo, un extracto del capítulo 3 de Les règles de la méthode sociolgique (1894), concluye Durkheim: “En efecto, si el crimen es una enfermedad, la pena es su remedio y no puede concebirse de otro modo; de ahí que todas las discusiones que suscita se refieran a su función curativa. Pero si el crimen no tiene nada de morboso, la pena no puede tener por objeto curarlo y su verdadera función ha de ser otra”. ¿Hacía ironía o sarcasmo este gran pensador francés, fallecido en 1917? No lo creo. Esta autor era un académico disciplinado, inteligente y acucioso como lo muestra su importante obra escrita.
El breve y exitoso librito está precedido de un escrito de Ludovico Silva, lector atento de el estilo y las metáforas de Marx, filólogo, nunca marxista y menos comunista (como afirma el Gobierno actual, secuestrador impune y tergiversador de su pensamiento y actitud en la vida), que constituye el “Epílogo sobre la ironía y la alienación”, de su mejor obra, El estilo literario de Marx, Siglo XXI editores, México, 1971. Ludovico, que no tenía ante sus ojos este artículo de Marx (al que leía en alemán), escribe en el epílogo arriba mencionado: “En su espléndida obra Literatura europea y Edad Media latina, el romanista Ernst Robert Curtius realizó un agudo recuento de las principales formas metafóricas que pueden considerarse como genuinamente neolatinas: la metáfora del Theatrum mundi, las metáforas náuticas, las metáforas del cuerpo, las metáforas de persona, etc. Todas estas metáforas las encontramos sembradas en la obra de Marx, a veces bajo la forma de alusiones clásicas, a veces mediante la creación de nuevas metáforas basadas en viejos esquemas de la retórica grecolatina y medieval”. Para Ludovico, la “crítica en Max se acompaña de la ironía. Ninguna crítica es tan demoledora como aquella que pasa de la ironía a la denuncia y de la denuncia a la ironía. Este rasgo adquiere en la obra de Marx, muy especialmente en sus obras terminadas e impresas en vida del autor, una infinidad de matices”. Y en otra parte del mismo epílogo escribe Ludovico: “Si Marx era un materialista ello se debía a que siempre se empeñaba en descubrir, por detrás o por debajo de las apariencias ideológicas (Estado, derecho, religión, moral, metafísica) con que nos suelen presentar los hechos históricos, su estructura material”.
“De ahí que sus ironías estilísticas tengan siempre un función clave: la función de denuncia, de alumbramiento de la realidad. ‘Para el ideólogo, todo el desarrollo histórico se reduce a las abstracciones del desarrollo histórico’, no dice en La ideología alemana. Es decir, que la ironía que funciona constantemente en Marx no es un detalle cualquiera, sino una pieza clave para entender su concepción de la historia. A menudo se piensa que Marx era irónico y tan sólo porque ello era una característica psicológica suya. Sin duda lo era, a juzgar por los testimonios de Mehring y de otros, para no mencionar su correspondencia, que en su campo tiene tanto valor como la correspondencia de Flaubert en el suyo. Marx era temible y agresivo”.
No está de más que hagamos algunas observaciones sobre el significado del término ideología. El término ideología fue acuñado por Destutt de Tracy para denominar a la ciencia que estudia las ideas y las relaciones entre los signos que las expresan. Más adelante, Karl Marx transformó a la ideología en el conjunto de ideas cuya relación con la realidad es menos importante que su objetivo (evitar que los oprimidos perciban su estado de opresión). Por eso Marx afirma que la ideología genera una falsa conciencia sobre las condiciones materiales de existencia del hombre.
En este sentido, la ideología es una herramienta de control social para despojar al ser humano de su libertad, transformándolo en parte de una masa manipulable. Este es el concepto que adopta Ludovico en toda su obra, después de haber leído, muy bien, a Marx. Véase Ludovico Silva, La plusvalía ideológica, ediciones EBUCV, 1970, su primer libro después de descubrir a Marx, a los 30 años de edad, por inducción de Pedro Duno, J.R. Núñez Tenorio y mía (militantes del PCV).
Resumen del libro: El origen del vocablo ideología genera aplicaciones equívocas. Marx y Engels dejan incompletos algunos aspectos sobre la ideología, aunque dicen que es la superestructura que se eleva sobre la económica. La cosificación de las ideas y la desmaterialización de la realidad son elementos básicos de la alienación. Para Marx, ideología designa al conjunto de valores y representaciones que tienden a preservar el sistema social existente. En Sartre, se constatan contradicciones con respecto a esta definición, aparentemente por divergencias de fondo con el marxismo, no siempre conscientes. Nietzsche afirma que la ideología se origina en las condiciones materiales de vida, aunque luego pueda influir sobre ellas. Althusser estudia las teorías de Marx, pero no las compara con la sociedad actual. Ortega y Gasset dice que cuando el hombre vive en sociedad, inevitablemente tiene una ideología o partidismo. Ahora bien, Ludovico sostiene que la plusvalía se genera mediante energía física, pero también por energía mental. Marcuse asegura que la visión del mundo como un mercado imposibilita la revolución contra el capitalismo. En conclusión, el tiempo libre entendido como el tiempo para el desarrollo del hombre, no existe actualmente. Durante el tiempo libre se trabaja para preservar el sistema, produciendo plusvalía ideológica.
Se observará que el de Marx es un concepto restringido, prácticamente sinónimo de falsa conciencia. Notemos, sin embargo que la ideología, desde entonces, ha evolucionado mucho en la historia de la sociedad y cada vez aparece con un grado mayor de sofisticación, pero quien por primera vez se acercó al concepto de ideología como falsa conciencia, fue el inglés Francisco Bacon (1561-1620) quien habla de cuatro ídolos que obstaculizan el conocimiento científico: los de la tribu, los de la caverna, los del foro y los del teatro El DRAE la define así: 1) Doctrina filosófica concentrada en el estudio del origen de las ideas. 2) Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.
Hoy en día el concepto más aceptado es: La ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, una colectividad o una época. También se trata de la doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas.
La ideología tiende a conservar o a transformar el sistema social, económico, político o cultural existente. Cuenta con dos características principales: se trata de una representación de la sociedad y presenta un programa político. Es decir, reflexiona sobre cómo actúa la sociedad en su conjunto y, con base en base en eso, elabora un plan de acción para acercarse a lo que considera como la sociedad ideal.
La referencia al “señor profesor Roscher”, es sarcástica. Veamos quién era. En extenso trabajo titulado Aportaciones del revisionismo jurídico a la elaboración conceptual del Derecho del Trabajo (2009), el profesor Juan García Abellán, de la universidad de Murcia, hace esta interesante referencia a la obra del profesor Roscher, quien profesaba en Leipzig en 1838.
“Para consideración ulterior la corriente no muy propiamente denominada socialismo jurídico, hay que aludir a la importancia que en este sentido ofrece la Escuela histórica: casi al mismo tiempo que se verificaba, hacia la primera mitad del siglo XIX el despertar en el campo económico—tendencias socialista y social-humanitaria— observó D’AGUANNO movimiento similar en el orden jurídico: «Se comenzó a concebir el derecho no ya como pura abstracción de la mente, sino como un producto histórico», y junto a las obras de HUGO de SAVIGNY, de PUCHTA, O más bien como eco de aquellas, surgieron las realizadas en el campo económico por ROSCHER, ARNOLD, KNIES, HILDEBRAND, KRAUZ, SCHON y otros; este movimiento de investigación histórica de la economía, que iniciara Guillermo [Willhelm] ROSCHER desde su cátedra de Leipzig en 1838, ya revestía, por su atención al pasado gremial, un significativo criterio en orden a la aportación de materiales para una posterior elaboración de la norma de derecho, de cara a la realidad progresiva del tiempo.
Tal actitud científica tuvo su correspondencia francesa en la tarea investigadora de LEPLAY; es significativo el hecho de que la obra Les ouvriers européens, publicada en 1855, fuese premiada al año siguiente por la Academia de Ciencias de París, y que la edición se agotase en un año. Que la eficacia actual de la investigación histórica de la economía constituyó un hecho lo revela el elogio del propio ROSCHER a la obra de LE PLAY al afirmar que «Los conservadores alemanes no han producido ninguna obra que pueda comparar se en profundidad, moderación y espíritu práctico a la Reforma Social en Francia de Le Play».
José Antonio Mayobre, en su trabajo Economía y filosofía (Revista del BCA, suplemento No1/2oo7), escribe al respecto: Dos años después de la aparición del libro fundamental de List, el Sistema nacional de Economía Política, Guillermo Roscher publica, en 1843, su Compendio de un Curso de Economía Política, según el Método Histórico, que señala el nacimiento de la escuela histórica en la ciencia económica. Recuérdese que, hasta fines del XIX, la Economía Política se estudiaba en los pensa de Derecho. Nuestra escuela de Economía nace en la escuela de Derecho de la UCV, en 1937.
En cuanto a la referencia a Edipo, de Sófocles, es sencilla. He aquí el resumen de esta cumbre de las tragedias griegas, origen del complejo de Edipo, bien elaborado por Freud:
Para evitar el infausto oráculo según el cual matará a su padre y se casará con su madre, Edipo es arrojado al nacer por mandato de su padre, Layo, rey de Tebas, a un monte infranqueable, donde por azar lo encontrará un pastor al servicio de Pólibo, rey de Corinto. Este rey no tenía hijos y criará a Edipo como si fuera propio. Más tarde Edipo se entera por casualidad de que Pólibo no es su padre y marcha a Delfos para preguntar al oráculo por su origen. En la respuesta del dios descubre horrorizado que matará a su padre y se casará con su madre. De vuelta de Delfos se encuentra por azar con un hombre que le impide el paso. Discuten y el enfrentamiento acaba con la muerte del viejo .Este era Layo ,rey de Tebas .Después Edipo se enfrenta a la esfinge, monstruo que atemorizaba al pueblo de Tebas y la vence al revelar el enigma que ésta proponía. El premio por haber liberado al pueblo de este mal es la mano de la reina viuda, Yocasta, que por azar, era su madre. Pero Edipo acabará encontrándose en una vía trágica, un camino sin retorno. Un nuevo mal se abate ahora sobre Tebasy Apolo, dios de Delfos, revela que la ciudad será liberada si se castiga al asesino de Layo. Edipo comienza las investigaciones, pero el proceso por desenmascarar al culpable llevará a nuestro protagonista al conocimiento de sí mismo: este conocimiento arrastrará a la ruina a aquel que, ante el pueblo se ufanaba de conocer los enigmas y ser el más poderoso, aquel a quien todos miraban con envidia. Pero la heroicidad de Edipo está en perseverar en su conocimiento hasta el final, a pesar de presentir que esta lucha acabará fatalmente para él.
Marx hace referencia a Ricardo III, de Shakespeare, poniendo de manifiesto su gusto y conocimiento de la gran literatura escrita hasta sus días, desde la antigüedad grecolatina y pasando por las tríada canónica del Renacimiento: Dante, al que llamaba “el gran florentino”, Petrarca su soñada Beatrice, y Boccacio cuyo Decamerón admiraba por su irreverencia y frescura. Démonos el gusto de leer un resumen del argumento de esta gran obra:
Ricardo III (The Life and Death of King Richard III, título original completo en inglés) es la última de las cuatro obras de teatro de la tetralogía de William Shakespeare sobre la historia de Inglaterra. Después de Hamlet, es la obra más larga de Shakespeare. La tetralogía entera fue compuesta al inicio de la carrera de Shakespeare: la fecha más probable de su escritura se sitúa entre 1591 y 1592.
El contexto histórico se sitúa en el reinado del rey Ricardo III de York, derrotado en la batalla de Bosworth en 1485, después de la guerra entre las familias de Lancaster y York (Guerra de las Dos Rosas) y la toma de posesión definitiva de los Tudor. El monarca Ricardo III se describe en un tono negativo.
La obra comienza con Ricardo alabando a su hermano, el rey Eduardo IV, el hijo mayor de Ricardo de York. El monólogo revela la envidia y la ambición de Ricardo, ya que su hermano Eduardo gobierna el país con prudencia y sabiduría. Ricardo es un feo jorobado, que se describe como «deformado, mutilado».
Ricardo conspira para que su hermano Jorge de Clarence, que le precede como heredero al trono, sea recluido en la Torre de Londres como sospechoso de asesinato. Seguidamente, para cumplir sus ambiciones, pretende los favores de Lady Ana, la viuda de Eduardo de Lancaster, tras haber asesinado a su marido y a su padre.
A pesar de los prejuicios en su contra, Ana se compromete a casarse con Ricardo. Éste, en colaboración con su amigo Henry Stafford, segundo duque de Buckingham, conspira para acceder a la sucesión al trono, presentándose a los otros señores como un hombre piadoso, modesto, sin ninguna pretensión de grandeza. Así, es elegido sucesor del rey Eduardo IV —en cuya muerte, irónicamente, Ricardo no está en ninguna manera involucrado.
Ricardo se garantiza de manera activa la posesión de la corona. Asesina a cualquiera que se interponga en su camino, incluido el joven príncipe, Lord Hastings, su antiguo aliado Buckingham, e incluso su esposa. Estos crímenes no pasan desapercibidos, y cuando Ricardo ha perdido todo el apoyo y se enfrenta con el conde de Richmond, futuro Enrique VII de Inglaterra, en la batalla de Bosworth Field los fantasmas de la gente que mató le visitan y le auguran: «¡Desespera y muere!».
A pesar de la lucha que inicialmente parece estar yendo bien, Ricardo pronto se encuentra solo en medio del campo de batalla, y llora desconsoladamente implorando «Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo». Ricardo finalmente es derrotado después de un combate cuerpo a cuerpo con Richmond, que lo apuñala con la espada.
Marx hace referencia a Babbage. Veamos por qué. Charles Babbage fue un inventor gran y matemático británico (26/12/1792 – 20/10/1871).
Cursó estudios en la Universidad de Cambridge. Ingresó en la Real Sociedad en el año 1816 participando activamente en la fundación de la Sociedad Analítica, la Real Sociedad de Astronomía y la Sociedad de Estadística.
En 1822 construyó la primera de sus máquinas, que podía sumar números hasta de seis cifras y, en 1823, diseñó una máquina más elaborada a la que llamó «máquina diferencial», que debía estar provista de una impresora. Pero para fabricar el primer modelo necesitaba dinero, 1,500 libras esterlinas, que le fue proporcionado por el gobierno, comprometiéndose a entregar la máquina en dos años. Sin embargo, la construcción avanzaba muy lentamente y, al cumplirse el plazo en 1827, la máquina aún no estaba terminada y Babbage sufrió una fuerte crisis nerviosa cuando se le acusó de haber dispuesto de los fondos del gobierno para su propio beneficio. A pesar de eso, se le adelantó más dinero y prosiguió con su trabajo hasta 1834, cuando el principal de sus mecánicos renunció y el invento quedó sin terminar. En 1991, científicos británicos siguiendo los dibujos y las especificaciones de Babbage, construyeron esa máquina diferencial: la máquina funcionaba a la perfección y hacía cálculos exactos con 31 dígitos, demostrando que su diseño era correcto.
En la década de 1830, inicia el desarrollo de su máquina analítica, que fue concebida para llevar a cabo cálculos más complicados, aunque no se construyó nunca. Realizó también otros inventos, como el oftalmoscopio y el velocímetro, y la amplia utilización del microscopio en la economía de la manufactura.. En 1828 publicó sus tablas de logaritmos del 1 al 108,000.
En 1830 apareció su libro Reflexiones sobre la decadencia de la ciencia en Inglaterra, al que siguieron, en 1832, Una economía de las máquinas y las manufacturas, y, en 1837, El noveno tratado de Bridgewater.
José Antonio Mayobre, en su artículo “Filosofía y Economía”, publicado en la Revista del BCV, suplemento No.1/2007, menciona así a Roscher:
”Dos años después de la aparición del libro fundamental de List, el Sistema nacional de Economía Política, Guillermo Roscher publica, en 1843, su Compendio de un Curso de Economía Política, según el Método Histórico, que señala el nacimiento de la escuela histórica en la ciencia económica. El método histórico había sido aplicado ya en las ciencias sociales, particularmente en la esfera del derecho, donde la obra de Savigny había asestado un fuerte golpe al racionalismo del siglo XVIII”.
Para deleitarnos un poco de tantas citas explicadas, concluyamos con una presentación del poema de Mandeville (1705) sobre la necesidad del mal para la sobrevivencia de la sociedad, cita entusiasta de Marx en su irónico y burlón texto.
Bernard de Mandeville, La fábula de las abejas, o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública. Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1982.
La fábula de las abejas. En 1714 Bernard Mandeville contaba esta fábula sobre las abejas: «Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios».
Un gran panal, atiborrado de abejas
que vivían con lujo y comodidad,
más que gozaba fama por sus leyes
y numerosos enjambres precoces,
estaba considerado el gran vivero
de las ciencias y la industria.
No hubo abejas mejor gobernadas,
ni más veleidad ni menos contento:
no eran esclavas de la tiranía
ni las regía loca democracia,
sino reyes, que no se equivocaban,
pues su poder estaba circunscrito por leyes.
Estos insectos vivían como hombres,
y todos nuestros actos realizaban en pequeño;
hacían todo lo que se hace en la ciudad
y cuanto corresponde a la espada y a la toga,
aunque sus artificios, por ágil ligereza
de sus miembros diminutos, escapan a la vista humana.
Empero, no tenemos nosotros máquinas, trabajadores,
buques, castillos, armas, artesanos,
arte, ciencia, taller o instrumento
que no tuviesen ellas el equivalente;
a los cuales, pues su lenguaje es desconocido,
llamaremos igual que a los nuestros.
Como franquicia, entre otras cosas,
carecían de dados, pero tenían reyes,
y éstos tenían guardias; podemos, pues,
pensar con verdad que tuviera algún juego,
a menos que se pueda exhibir un regimiento
de soldados que no practique ninguno.
Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal;
y esa gran cantidad les permitía medras,
empeñados por millones en satisfacerse
mutuamente la lujuria y vanidad,
y otros millones ocupábanse
en destruir sus manufacturas;
abastecían a medio mundo,
pero tenían más trabajo que trabajadores.
Algunos, con mucho almacenado y pocas penas,
lanzábanse a negocios de pingües ganancias,
y otros estaban condenados a la guadaña y al azadón,
y a todos esos oficios laboriosos
en los que miserables voluntariosos sudan cada día
agotando su energía y sus brazos para comer.
[A] Mientras otros se abocaban a misterios
a los que poca gente envía aprendices,
que no requieren más capital que el bronce
y pueden levantarse sin un céntimo,
como fulleros, parásitos, rufianes, jugadores,
rateros, falsificadores, curanderos, agoreros
y todos aquellos que, enemigos
del trabajo sincero, astutamente
se apropian del trabajo
del vecino incauto y bonachón.
[B] Bribones llamaban a éstos, mas salvo el mote,
los serios e industriosos eran lo mismo:
todo oficio y dignidad tiene su tramposo,
no existe profesión sin engaño.
Los abogados, cuyo arte se basa
en crear litigios y discordar los casos,
oponíanse a todo lo establecido para que los embaidores
tuvieran más trabajo con haciendas hipotecadas,
como si fuera ilegal que lo propio
sin mediar pleito pudiera disfrutarse.
Deliberadamente demoraban las audiencias,
para echar mano a los honorarios;
y por defender causas malvadas
hurgaban y registraban en las leyes
como los ladrones las tiendas y las casas,
buscando por dónde entrar mejor.
Los médicos valoraban la riqueza y la fama
más que la salud del paciente marchito
o su propia pericia; la mayoría,
en lugar de las reglas de su arte, estudiaban
graves actitudes pensativas y parsimoniosas,
para ganarse el favor del boticario
y la lisonja de parteras y sacerdotes, y de todos
cuantos asisten al nacimiento o el funeral,
siendo indulgentes con la tribu charlatana
y las prescripciones de las comadres,
con sonrisa afectada y un amable «¿Qué tal?»
para adular a toda la familia,
y la peor de todas las maldiciones,
aguantar la impertinencia de las enfermeras.
De los muchos sacerdotes de Júpiter
contratados para conseguir bendiciones de Arriba,
algunos eran leídos y elocuentes,
pero los había violentos e ignorantes por millares,
aunque pasaban el examen todos cuantos podían
enmascarar su pereza, lujuria, avaricia y orgullo,
por los que eran tan afamados, como los sastres
por sisar retazos, o ron los marineros;
algunos, entecos y andrajosos,
místicamente mendigaban pan,
significando una copiosa despensa,
aunque literalmente no recibían más;
y mientras estos santos ganapanes perecían de hambre,
los holgazanes a quienes servían
gozaban su comodidad, con todas las gracias
de la salud y la abundancia en sus rostros.
[C] Los soldados, que a batirse eran forzados,
sobreviviendo disfrutaban honores,
aunque otros, que evitaban la sangrienta pelea,
enseñaban los muñones de sus miembros amputados;
generales había, valerosos, que enfrentaban el enemigo,
y otros recibían sobornos para dejerle huir;
los que siempre al fragor se aventuraban
perdían, ora una pierna, ora un brazo,
hasta que, incapaces de seguir, les dejaban de lado
a vivir sólo a media ración,
mientras otros que nunca habían entrado en liza
se estaban en sus casas gozando doble mesada.
Servían a sus reyes, pero con villanía,
engañados por su propio ministerio;
muchos, esclavos de su propio bienestar,
salvábanse robando a la misma corona:
tenían pequeñas pensiones y las pasaban en grande,
aunque jactándose de su honradez.
Retorciendo el Derecho, llamaban
estipendios a sus pringosos gajes;
y cuando las gentes entendieron su jerga,
cambiaron aquel nombre por el de emolumentos,
reticentes de llamar a las cosas por su nombre
en todo cuanto tuviera que ver con sus ganancias;
[D] porque no había abeja que no quisiera
tener siempre más, no ya de lo que debía,
sino de lo que osaba dejar entender
[E] que pagaba por ello; como vuestros jugadores,
que aun jugando rectamente, nunca ostentan
lo que han ganado ante los perdedores.
¿Quién podrá recordar todas sus supercherías?
El propio material que por la calle vendían
como basura para abonar la tierra,
frecuentemente la veían los compradores
abultada con un cuartillo
de mortero y piedras inservibles;
aunque poco podía quejarse el tramposo
que, a su vez, vendía gato por liebre.
Y la misma Justicia, célebre por su equidad,
aunque ciega, no carecía de tacto;
su mano izquierda, que debía sostener la balanza,
a menudo la dejaba caer, sobornada con oro;
y aunque parecía imparcial
tratándose de castigos corporales,
fingía seguir su curso regular
en los asesinatos y crímenes de sangre;
pero a algunos, primero expuestos a mofa por embaucadores,
los ahorcaban luego con cáñamo de su propia fábrica;
creíase, empero, que su espada
sólo ponía coto a desesperados y pobres
que, delincuentes por necesidad,
eran luego colgados en el árbol de los infelices
por crímenes que no merecían tal destino,
salvo por la seguridad de los grandes y los ricos.
Así pues, cada parte estaba llena de vicios,
pero todo el conjunto era un Paraíso;
adulados en la paz, temidos en la guerra,
eran estimados por los extranjeros
y disipaban en su vida y riqueza
el equilibrio de los demás panales.
Tales eran las bendiciones de aquel Estado:
sus pecados colaboraban para hacerle grande;
[F] y la virtud, que en la política
había aprendido mil astucias,
por la feliz influencia de ésta
hizo migas con el vicio; y desde entonces
[G] aun el peor de la multitud,
algo hacía por el bien común.
Así era el arte del Estado, que mantenía
el todo, del cual cada parte se quejaba;
esto, como en música la armonía,
en general hacía concordar las disonancias;
[H] partes directamente opuestas
se ayudaban, como si fuera por despecho,
y la templanza y la sobriedad
servían a la beodez y la gula.
[I] La raíz de los males, la avaricia,
vicio maldito, perverso y pernicioso,
era esclava de la prodigalidad,
[K] ese noble pecado;
[L] mientras que el lujo
daba trabajo a un millón de pobres
[M] y el odioso orgullo a un millón más;
[N] la misma envidia, y la vanidad,
eran ministros de la industria;
sus amadas, tontería y vanidad,
en el comer, el vestir y el mobiliario,
hicieron de ese vicio extraño y ridículo
la rueda misma que movía al comercio.
sus ropas y sus leyes eran por igual
objeto de mutabilidad;
porque lo que alguna vez estaba bien,
en medio año se convertía en delito;
sin embargo, al paso que mudaban sus leyes
siempre buscando y corrigiendo imperfecciones,
con la inconstancia remediaban
faltas que no previó prudencia alguna.
Así el vicio nutría al ingenio,
el cual, unido al tiempo y la industria,
traía consigo las conveniencias de la vida,
[O] los verdaderos placeres, comodidad, holgura,
[P] en tal medida, que los mismos pobres
vivían mejor que antes los ricos,
y nada más podría añadirse.
¡Cuán vana es la felicidad de los mortales!
si hubiesen sabido los límites de la bienaventuranza
y que aquí abajo, la perfección
es más de lo que los dioses pueden otorgar,
los murmurantes bichos se habrían contentado
con sus ministros y su gobierno;
pero, no: a cada malandanza,
cual criaturas perdidas sin remedio,
maldecían sus políticos, ejércitos y flotas,
al grito de «¡Mueran los bribones!»,
y aunque sabedores de sus propios timos,
despiadadamente no les toleraban en los demás.
Uno, que obtuvo acopios principescos
burlando al amo, al rey y al pobre,
osaba gritar: «¡Húndase la tierra
por sus muchos pecados!»; y, ¿quién creeréis
que fuera el bribón sermoneador?
Un guantero que daba borrego por cabritilla.
Nada se hacía fuera de lugar
ni que interfiriera los negocios públicos;
pero todos los tunantes exclamaban descarados:
«¡Dios mío, si tuviésemos un poco de honradez!»
Mercurio sonreía ante tal impudicia,
a la que otros llamarían falta de sensatez,
de vilipendiar siempre lo que les gustaba;
pero Júpiter, movido de indignación,
al fin airado prometió liberar por completo
del fraude al aullante panal; y así lo hizo.
Y en ese mismo momento el fraude se aleja,
y todos los corazones se colman de honradez;
allí ven muy patentes, como en el Arbol de la Ciencia,
todos los delitos que se avergüenzan de mirar,
y que ahora se confiesan en silencio,
ruborizándose de su fealdad,
cual niños que quisieran esconder sus yerros
y su color traicionara sus pensamientos,
imaginando, cuando se les mira,
que los demás ven lo que ellos hicieron.
Pero. ¡Oh, dioses, qué consternación!
¡Cuán grande y súbito ha sido el cambio!
En media hora, en toda la Nación,
la carne ha bajado un penique la libra.
Yace abatida la máscara de la hipocresía,
la del estadista y la del payaso;
y algunos, que eran conocidos por atuendos prestados,
se veían muy extraños con los propios.
Los tribunales quedaron ya aquel día en silencio,
porque ya muy a gusto pagaban los deudores,
aun lo que sus acreedores habían olvidado,
y éstos absolvían a quienes no tenían.
Quienes no tenían razón, enmudecieron,
cesando enojosos pleitos remendados;
con lo cual, nada pudo medrar menos
que los abogados en un panal honrado;
todos, menos quienes habían ganado lo bastante,
con sus cuernos de tinta colgados se largaron.
La Justicia ahorcó a algunos y liberó a otros;
y, tras enviarlos a la cárcel,
no siendo ya más requerida su presencia,
con su séquito y pompa se marchó.
Abrían el séquito los herreros con cerrojos y rejas,
grillos y puertas con planchas de hierro;
luego los carceleros, torneros y guardianes;
delante de la diosa, a cierta distancia,
su fiel ministro principal,
don Verdugo, el gran consumador de la Ley,
no portaba ya su imaginaria espada,
sino sus propias herramientas, el hacha y la cuerda;
después, en una nube, el hada encapuchada,
La Justicia misma, volando por los aires;
en torno de su carro y detrás de él,
iban sargentos, corchetes de todas clases,
alguaciles de vara, y los oficiales todos
que exprimen lágrimas para ganarse la vida.
Aunque la medicina vive mientras haya enfermos,
nadie recetaba más que las abejas con aptitudes,
tan abundantes en todo el panal,
que ninguna de ellas necesitaba viajar;
dejando de lado vanas controversias, se esforzaban
por librar de sufrimientos a sus pacientes,
descartando las drogas de países granujas
para usar sólo sus propios productos,
pues sabían que los dioses no mandan enfermedades
a naciones que carecen de remedios.
Despertando de su pereza, el clero
no pasaba ya su carga a abejas jornaleras,
sino que se abastecía a sí mismo, exento de vicios,
para hacer sacrificios y ruegos a los dioses.
Todos los ineptos, o quienes sabían
que sus servicios no eran indispensables, se marcharon;
no había ya ocupación para tantos
(si los honrados alguna vez los habían necesitado)
y sólo algunos quedaron junto al Sumo Sacerdote
a quien los demás rendían obediencia;
y él mismo, ocupado en tareas piadosas,
abandonó sus demás negocios en el Estado.
No echaba a los hambrientos de su puerta
ni pellizcaba del jornal de los pobres,
sino que al famélico alimentaba en su casa,
en la que el jornalero encontraba pan abundante
y cama y sustento el peregrino.
“Análisis de “La Fábula de Las Abejas Mandeville””
La fábula de las abejas
Bernard Mandeville
Universidad Diego Portales
Mandeville dentro de su obra destaca conceptos de gran importancia, uno de ellos es que sostiene que los sentimientos que hacen moral al hombre se basan en el egoísmo del mismo, no existiendo en términos de moralidad reglas de conductas universalmente reconocidas.
En primer lugar, habla de la virtud, y dice que no hay acción virtuosa si está inspirada en un sentimiento egoísta, ya que considera todo sentimiento espontáneo, egoísta.
En segundo lugar, la definición de virtud afirma que no hay acción meritoria, a menos que este inspirada por un motivo racional. Así por lo tanto todos los actos humanos son viciosos.
Los actos naturales del hombre se basan en el egoísmo y cuando el hombre es educado pasa igualmente, todo depende de la adulación o del temor, del deseo de adulación o del temor a la culpabilidad.
Aunque Mandeville no niega los impulsos altruistas, ni acusa a la humanidad de hipocresía premeditada, explica el primero como el conocimiento de uno mismo que en última instancia nace del egoísmo.
Según Mandeville el recurso principal al que recurre el humano para ocultar su innato egoísmo bajo una máscara de aparente intrusismo ocultando así al observador, es la pasión del orgullo. Para satisfacer esta preocupación el hombre está dispuesto a soportar las mayores privaciones y como una sabia formación de la sociedad ha ordenado que se recompensen con la gloria o se castiguen con la vergüenza las acciones hechas para bien o mal. El orgullo es el baluarte de la molaridad y en apariencia contraria el interés y el instinto del ejecutante.
Es un antinacionalista, los hombres son criaturas de pasión y no de razón, y todos los móviles humanos son, amor propio.
El hombre no obra por principios de razón si no que obedece a los deseos de su corazón. La razón en las acciones de los hombres no son factor determinante, el raciocinio mas esmerado y desinteresado no es más que una racionalización y justificación de las exigencias de las emociones, y todos nuestros actos son, debidos a alguna variedad o intervención del egoísmo.
Al no poder llevar a la práctica su definición de virtud, Mandeville se ve obligado a concluir que el mundo es completamente vicioso.
Uno de los sentimientos que mueve al hombre a ser moral es la fama, el honor, la sed de fama, que en ultimo termino se basa en el amor propio el reverso de este sentimiento es la vergüenza, una pasión que tiene síntomas propios, el reverso de la vergüenza seria el orgullo. El orgullo junto con el lujo es necesario para el avance y enriquecimiento de la sociedad. Del orgullo nace la forma de vestir con ropas elegantes y de esta se deriva un provechoso comercio y un progreso en la sociedad. En conclusión los sentimientos que hacen moral al hombre dependen en último del orgullo, y del amor propio.
La ética de Mandeville es una combinación de anarquismo en la teoría y utilitarismo en la práctica. Utilitarista en la práctica y esto lo entiende como el ideal de satisfacer los diferentes deseos y necesidades del mundo
Como hemos visto el egoísmo es el motor principal de la acción social y moral. El hombre es un mecanismo de pasiones en interacción esas pasiones están compuestas bajo el influjo de la sociedad, su aparente discordia se armoniza para lograr el bien público.
Mandeville otorga al poder político el status de inventor de la virtud dado el honor y además también de la sociedad. Fueron inventos de legisladores y sabios que deliberadamente impusieron el orgullo, la adulación y la vergüenza sobre el hombre.
Lo que llamamos mal, es el gran principio que nos hace seres sociables y es la base sólida de todos los oficios y profesiones, así el bien, la sociedad está basada en el mal.
El poder político que impulso a la abnegación por medio de alagar el orgullo humano, debe guiar a los hombres en pro del beneficio público. Además quien desee civilizar a los hombres y organizarlos e un cuerpo político, tendrá que tener un profundo conocimiento de todas las pasiones y apetitos, las fortalezas y flaquezas de su constitución y saber utilizar sus mayores debilidades en provecho público.
Mandeville señalo en el desarrollo de la sociedad tres principales etapas: la asociación forzada de los hombres para protegerse a sí mismo de los animales, la asociación de los hombres para protegerse el uno del otro y la invención de la escritura.
Otras causas de evolución son, la división del trabajo, el desarrollo del lenguaje, la invención de las herramientas y la del dinero. En consecuencia cuando se ha constituido el estado la guerra se ve remplazada por las formas de competencia que representan las bases del progreso humano: el hombre ya no combate para matar si no para ser apreciado y envidiado. Para conseguirlo se transformara en culto, rico y refinado y así dará trabajo a los pobres y ayudara al bienestar económico de toda la nación.
En sociedad lo normal es la conveniencia y la compañía, siempre que sea en compañía de hombres de bien, pero no existiendo buena compañía la soledad es buen remedio. Mandeville sostendrá que la aparente amistad y amor por la compañía del hombre no es más que tratar de fortalecer nuestros intereses y se centra en el amor propio.
Lo que más le gusta al hombre que vive en sociedad es que los demás hablen de él, cuestiona que le proporciona intima satisfacción. Así podemos ver que son las causas más odiosas y malas las que dotan al hombre para ser el ser mas sociable de la naturaleza y solamente nace la sociabilidad humana de la multiplicación de sus deseos y la constante ocupación con la que tropieza para satisfacerlos.
Para Mandeville, en referencia a la sociedad, existe la necesidad del lujo para el sostenimiento de un estado fuerte y que en absoluto aumenta la avaricia, además postula el avance de la sociedad haciendo ver al lector que los pobres tienen elementos que en otros tiempos eran considerados lujosos y ahora se ven de uso corriente, en cuanto pasan las modas los elementos, antes lujosos, pueden pertenecer al grueso de la sociedad, haciendo patente el principio de oferta y demanda. El lujo depende tanto de la avaricia como de la prodigalidad, ya que ambos son elementos constitutivos de la sociedad.
El interés del estado es el que prima y el que se relaciona con el desarrollo del comercio. La protección de esta actividad llego a ser el principal fin de la teoría económica, pero aunque el resultado de estos intereses fue el fomento del desarrollo de la producción y el comercio y por ende la difusión del lujo, la opinión popular denuncio el lujo como malo en sí mismo y corruptor. Mandeville demuestra que el lujo es inherente a los estados florecientes, demostrando la paradoja “vicios privados, beneficios públicos”. Apoyando esta paradoja presenta la necesidad de determinados oficios inmorales que benefician el crecimiento del estado.
Para Mandeville el bienestar egoísta del individuo (vicios privados) es normalmente el bien del estado (beneficios públicos), dejando constancia del individualismo en el comercio de la propiedad y de la necesidad que tiene el gobierno de proteger al individuo en su propio beneficio.
Así, el fin de la sociedad según Mandeville, es el existir los más fuerte y poderosa que pueda sobre la base de la teoría de la armonía espontánea de los intereses individuales y de la opresión de los numerosos miembros de las clases trabajadoras.
Desarrollo de preguntas:
¿Cuáles son las críticas que realiza Mandeville a la sociedad de su tiempo?
Mandeville atacó de frente la hipocresía de la sociedad disfrazada con el nombre de moral. Manifestaba cómo las costumbres sedicentes morales no son más que una máscara hipócrita; cómo las pasiones que se cree dominarlas con el código de la moral vigente toman, por el contrario, una dirección tanto más perniciosa cuanto mayor son las restricciones de este mismo código.
¿Quiénes son los principales opositores de Mandeville y por qué?
Los principales oponentes en su época fueron Hutcheson y Lord Shaftesbury. En el caso de Hutcheson el principal problema era que los Británicos no tenían filósofos Morales, y él había sido profesor de Filosofía Moral en la universidad de Glaslow. En el caso de Shaftesbury, la razón era la misma, en el caso de este la rivalidad con Mandeville o el odio era aun mayor, llegando incluso a Un año después de la muerte de Shaftesbury, Bernard Mandeville le rindió un involuntario tributo lanzando el más serio y sistemático ataque contra su filosofía. La Fábula de las Abejas se publicó en 1714, su subtítulo era “Vicios Privados, Beneficios Públicos”, y era un manifiesto contra Shaftesbury.
La sociedad, alega Mandeville, no se basa ni en “las cualidades amistosas y los benévolos afectos” de la naturaleza humana ni en sus facultades de “razón y auto-negación” sino más bien en “lo que llamamos maldad en este mundo moral así como natural”. La maldad es “el gran principio que nos hace criaturas sociales, la sólida base de todos los empleos y oficios sin excepción”. Con un fino sentido de imparcialidad, Mandeville aplicó esta biliosa concepción de la naturaleza humana a los pobres y ricos por igual. Pero era particularmente pertinente para los pobres porque eran ellos los que mostraban “tan extraordinaria proclividad a la vagancia y el placer” y nunca trabajarían “a no ser que se vieran forzados por una inmediata necesidad”.
Postscritum: por más esfuerzos que hice, a pesar mis largas y minuciosas búsquedas en la red, no conseguí nada referente a La culpa de Müllner Creo que esto es peccata minuta visto el esfuerzo precedente realizado. Pero no puedo resistir la tentación de incluir aquí una buena referencia a Thomas de Quincey (175-1859) escritor inglés, de fina ironía que, extrañamente, Marx pasó por alto, a pesar de ser relativamente contemporáneos. Los Manuscritos económico filosóficos son de 1844, el Manifiesto comunista es de 1848, el Dieciocho brumario de Luis Bonoaparte, es de diciembre 1851-marzo de 1852.
Referiré, de este ágil estilista, una sola obra: Del asesinato considerado como una de las bellas artes, escrito en 1854, varios años después de aclarase qué significan los golpes a la puerta que resuenan en Macbeth después del asesinato de Duncan. Entonces, en 1823, escribió Los golpes a la puerta de Macbeth. Al leer juntos ambos textos, el ensayo de 1823 y el relato de 1854 se advierte la unidad profunda de la visión crítica y la intuición narrativa, distintos aspectos de una imaginación apasionada y poderosa.
Su escritura maldita, llena de ironía pone en la picota los valores que la sociedad pretende tomar como sagrados –por ejemplo, la vida humana-, mostrando que precisamente la transgresión de esos valores es la base cotidiana de la moral. El autor, entonces irá más lejos: si el crimen es un hecho diario, hay que darle la forma artística que merece, elevarlo al rango sobrecogedor de lo sagrado; si el terror es inevitable, hay que hacer de él un estremecimiento místico.
¿Podrá alguien suscribir en la Venezuela actual, donde el horrible homicidio deja carroñas diarias a la orilla del camino hacer suya la frase de Lactancio: “Quid tam horribile, tam tetrum, quam hominis trucidatio?”.
¡La harmonia mundi está en el horizonte!
Extraordinario escrito…