Naky Soto LAS VENEZOLANAS BELLAS*

Es un fenómeno extraño esto de vivir con el mito de la “belleza de la mujer venezolana”. Pero no hay forma de escapar de él. Se convierte en un compromiso, una obligación, un rasgo al que hay que corresponder con lo que se tenga –o se pretenda tener-. Ocurre que, en el sostenimiento de este mito, se inscribe el esfuerzo de toda una organización que lleva años dedicada al reclutamiento, selección, modificación, concurso y exposición de un modelo particular de belleza artificiosa: la Organización Miss Venezuela.

Año tras año, con Osmel Sousa a la cabeza -que a estas alturas más que, es un logo saturado de botox e hilos rusos- esta organización se ha encargado de promover a pesar de sus hondas crisis, el máximo evento de la belleza nacional, aquel cuya canción compite en subsistencia con el guión del limpiador de pocetas Mas; y que presenta a un montón de jóvenes ataviadas con trajes imposibles de llevar en ninguna otra ocasión, peinados que requieren centenares de litros de laca, cejas reubicadas en mitad de sus frentes y, como ya es común, implantes de pecho que reajusten a las concursantes su necesario 90 de talle. El Padrino

Ocurre también que en un país cuyo índice informativo cuenta entre sus primeros lugares –permanentes-, noticias referidas a crímenes, corrupción, protestas, fallas de servicios, escasez, inflación, y reseñas regularmente escabrosas sobre el gobierno en ejercicio, los venezolanos nos sentimos obligados a refugiarnos en los dos únicos rubros que arrojan medianas satisfacciones: el deporte y la farándula. Llega un momento, después de ser expuestos a pésimas crónicas en los resúmenes noticiosos, que cruzamos los dedos esperando saber qué tan bien lo hizo Magglio Ordoñez la noche anterior, o si el equipo de Arango pasó a primera división; y a quienes el deporte le viene igual, les queda un pequeño percentil y bien vale la pena saber si Roxana Díaz grabó otro vídeo, si Alicia Machado volvió a engordar o finalmente que nuestra representante ¡ganó el Miss Universo!

Es una victoria significativa para lo simbólico y para lo operativo también. Levantarse y vernos unos a otros, por ejemplo, en los reducidos espacios de un vagón de Metro y con la contraportada del diario de algún afortunado que va sentado, decirnos sin mucho protocolo: ¿viste que ganó? Y de esa pregunta desatar una serie de disertaciones sobre la supremacía que se le observaba a la muchacha desde el principio. Tejer colectivamente todas las fuentes de legitimación posibles de un veredicto que ya nos favoreció, pero que requiere de las ratificaciones que sus compatriotas podemos darle, para esperar la transmisión especial que hará el menguado Sábado Sensacional con recibimiento en Maiquetía y todo. Ganó ella, pero ganamos todas a través de ella. Todas las que ni por error hubiésemos podido concursar alguna vez e incluso aquellas que teniendo con qué, ni de broma les resultó una opción.

Pero ocurre algo más. Una interesante mutación de la exposición de la belleza de la mujer venezolana. Ciertamente el Miss Venezuela ya no es lo que fue, ni volverá a serlo aunque traigan cinco coronas seguidas, y no lo será porque ahora la vitrina más importante de belleza, de exposición de belleza no es la pantalla cada vez más soez y menesterosa de Venevisión, no, ahora ser bella tiene que venir acompasado de estar terriblemente buena y mostrarlo. No es la admiración de los rasgos de un rostro armónico -empapado de maquillaje- y de un cuerpo esbelto cubierto con vestidos ridículos, no. Ahora hay que mostrar, mostrar mucho, aunque siempre corras el riesgo de traspasar la débil raya entre lo sensual y lo impúdico, pero es que si no lo haces no entras en el concurso permanente de belleza en calle.

Nuestra nueva pantalla de belleza se llama Urbe Bikini. Un proyecto que arrancó con poco esfuerzo pero que cobró tanta fuerza y mercado, que desbancó la compra –mucho más costosa- de las tradicionales Playboy o Penthouse. A diferencia de este par de referentes internacionales, aquí no se trata de mostrarlo todo, sino de sugerir más de la cuenta, al punto que, el esfuerzo para “imaginarse el resto” no es tampoco un reto olímpico. Son tantos los ejemplos que listarlos me aburre, pero les invito a revisar las fotos de los perfiles de Facebook y probablemente encuentren, antes que el rostro, un ángulo que favorezca con notoriedad el pecho, las piernas, el vientre o todas las anteriores en un esfuerzo de “entrar” en concurso. Pantalones de corte bajo que muchas veces terminan exponiendo innecesariamente el pedacito de tela que constituye la ropa interior o lo que es peor la ausencia de la misma. Tops de cortes tan abiertos que más de una habrá tenido que maquillarse también las aureolas para poder lucirlos con tranquilidad. Por ahí van las líneas.

A veces me resulta fastidioso conversar sobre el tema porque mis brujas suelen ponerse muy intensas, y terminamos discutiendo sobre lo terrible de convertir a la mujer en objeto, de cosificarse olvidando su condición de sujeto y bla, bla, bla. Creo en ello, y creo igual que son elecciones, como los reflejos en el cabello, los zapatos que te compras, o la crema dental para cepillarse. Cada una tiene el legítimo derecho de ejercer desde sí la técnica de promoción de belleza que mejor le parezca, circulando y viviendo la prueba continua de dejarse mirar, el conteo de piropos, las ofertas de travesía y todo lo que arrastra ser bella en estas calles nuestras.

Sea cual sea la categoría de concurso, el baremo masculino de percepciones sobre mujeres es tan amplio, que es difícil, ¡vaya que es difícil!, que alguna regrese a casa sin un saldo de silbidos y palabras, muchas seguimos apostándole a la antipatía como mecanismo de defensa, pero también un pocote, cuando los obtenemos, sentimos un alivio soberbio ante tanto esfuerzo en arreglo. Aunque no vayas a tener nada con nadie, aunque ya estés debidamente enamorada, es imperativo el reconocimiento continuo.

De cierre, me permito hacerles una oferta de un brevísimo juego, la próxima vez que estén con un grupo de mujeres, mencionen como anécdota a un tipo que piropeó a una mujer que caminaba por no sé dónde. ¡Por las pecas que tengo!, ocurrirá que, apenas concluyan la historia, varias de las asistentes narrarán su propia experiencia, la más reciente, y así se tejerá todo un guión que sustenta el mito de la belleza de la mujer venezolana, tan inconsistente como necesario, en un país que se niega al aprendizaje social, en el que constantemente nos reinventamos todo, hasta lo nimio.

P.S: Mauricio me hizo reparar justamente en un detalle que olvidé mencionar, y es que me resultó sumamente extraño, políticamente sospechoso, estéticamente suspicaz, que la corona (del Miss Universo) se debatiese al final justo entre Colombia y Venezuela, ¿no creen?

Tomado de http://zaperoqueando.blogspot.com

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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