Alberto Rodríguez Barrera LA CULTURA EN VÍAS DE ESCLAVITUD

alberto-rodriguez-barrera-1A propósito del acoso al Ateneo de Caracas

El crimen está por todas partes. Por cada crimen que se expía en prisión, miles son cometidos a diario por quienes condenan. Comenzamos a pensar que el crimen está en las fibras y en las raíces de ciertos seres. Cada minuto agrega crímenes frescos al calendario; el criminal caza al criminal; el juez condena al juzgador; el inocente tortura al inocente. La guerra es limpia por comparación; el verdugo es una paloma por comparación; Atila y Ghengis Khan autómatas descuidados por comparación. El crimen es todo lo que está fuera de la paca y lo que se busca lujuriosamente, envidiosamente, codiciosamente. Por todos lados brillan los cuchillos, las pistolas, los cañones. Es como si nos estuvieran encerrando en una Cuba de nuevo cuño, ya que los horribles embalsamadores pagan generosamente a los mercenarios para ir juntos en una procesión de desgracia. Se quieren robots de descarte rápido para incrementar la chatarra.  No se ve que el robot aprendiz y el maestro robot se mantienen por la tenue y fugaz llama de una riqueza no trabajada, que desaparece sin resultados, cual lingotes birlados.

Entre las excepciones a la regla podrían estar, como contraste abismal, los artistas; y con ello quiero decir los creadores de talento, independientemente de sus campos de operaciones. Porque sí hay una clase de gente audaz que han permanecido como vigorosos individuos, abiertamente despreciativos de esa tendencia, apasionadamente dedicados a su trabajo, imposibles de sobornar o seducir, que trabajan largas horas, a menudo sin recompensa ni fama, o exceso de silencio, que están motivados por un impulso común: la alegría de hacer como les place. Separados en algún momento de los otros, pueden ser detectados por un talante que registra algo más vital y más efectivo que la lujuria por el poder. No buscan dominar, sino realizarse desde un centro donde se evoluciona, crece y nutre con tan sólo ser lo que son.

Este interés por la sabiduría y la vitalidad obedece a nuestra creencia de que Venezuela está prematuramente envejecida, como una fruta que se pudrió antes de tener la oportunidad de madurar. La palabra clave para todo el vicio que vivimos es desperdicio. La gente que desperdicia no es sabia, ni pueden permanecer jóvenes y vigorosos. Para transmitir energía a niveles más altos y sutiles, primero hay que conservarla. Lo pródigo se gasta pronto, víctima de las propias fuerzas con que tonta y temerariamente jugó. Hasta las máquinas deben ser manejadas con habilidad para obtener de ellas máximo resultado. Y los seres humanos no pueden ser descartados como máquinas.

Sobrevivir, meramente o pese al montaje, no confiere distinción. Los animales y los insectos sobreviven cuando especies más altas son amenazadas de extinción. Para vivir más allá de lo pálido, trabajar por el placer de trabajar, envejecer con gracia reteniendo nuestras facultades, nuestras entusiasmos, nuestro respeto propio, uno debe establecer otros valores que no son los que endosa la masa. Se requiere de un artista para abrir esta brecha en la pared. Un artista es fundamentalmente alguien que tiene fe en sí mismo. No responde al estimulo normal: no es un esclavo ni un parásito. Vive para expresarse y al hacerlo enriquece al mundo.

La Venezuela democrática, en los últimos 50 años del siglo 20, se llenó a rabiar de creadores, como nunca antes, sin la excusa, muleta o cantaleta de que «somos un país joven», o de que «el mensaje estaba equivocado». En ninguna instancia el  genio de un pueblo ha esperado hasta que la vida política y económica se arregle de manera utópica. La condición de las masas, en cualquier período que escojamos, ha sido siempre deplorable.

¿Y entonces qué es lo que se está frenando —a veces sutil y otras concretamente— con la mordaza que se aplica en todos los órdenes a la creatividad? ¿Hay que cerrar como lo han hecho el cincuenta por ciento de las industrias, hay que callar por temor a las multas billonarias y seguir el ejemplo de la mediocridad inmensa del  canal (o canales) del Estado, o es que hay que dejarse comprar como parece ser la intención militarista?

Ya tenemos a quienes andan por ahí orondos con sus «triunfos» oficialistas, que no son más que triunfos de buenos negocios. Tal «éxito» es de algunas pocas personas dedicadas a lo comercial. El artista sigue de último en la rebatiña, siempre buscando la inspiración al costo del hambre, la humillación y el ridículo. A menos, claro, que haga lo que desprecia, vendiendo servicios para cuanto templete surja en la mente de los monarcas lavacerebros,  que arruinan la cultura bajo el concepto de que eso es lo que quieren las masas, técnicas de bajo nivel estético que se estrellan desde hace mucho en todas partes, y que aquí no logran siquiera hacerle honor a la maravilla que es nuestro arte popular.

Así como las calles se van convirtiendo en terrenos bombardeados y basureros hediondos, donde hay cada vez más gente durmiendo, cagando y muriendo, quizás estén llegando nuevas horas para la hambruna de los artistas, para la demolición y pulverización de lo existente por parte de los vándalos bárbaros de la tan extraña revolución. A la velocidad que vamos sólo sobrevivirá una rica cultura esclava, protegida por soldados en cada esquina para que la esterilidad sea total y no moleste la vida activa de las cárceles, los manicomios, las colas de comida y el incremento de suicidios.

La filosofía nueva se fundamentará en la pregunta ¿por qué tratar de preservar la vida sino no hay nada para qué vivir? Y así se crearán, por pura bondad del bolsillo mandatario, sociedades de eutanasia para quienes no están preparados para los terrores de la vida moderna.

El artista podrá ser el guardián del gobierno, permitiéndosele deambular por ahí de forma esporádica para no matarlo de una vez o al menos no antes de que haya realizado un «servicio útil» a la sociedad. Los ricos serán inducidos para que apoyen a otro museo; los académicos nos proveerán de perros guardianes o hienas; los críticos podrán siempre ser comprados para matar lo que es fresco y vital; los educadores desinformarán a los jóvenes sobre el significado del arte; los vándalos serán instigados para que destruyan lo que sea poderoso y molesto.

Los pobres serán catequizados para pensar sólo en comida y problemas de alquiler y los nuevos ricos coloraditos podrán entretenerse coleccionando inversiones seguras de los zamuros que trafican con el sudor y la sangre de los artistas, y pagarán entrada para asombrarse y criticar, vanidosas sobre sus a-medio-cocinar conocimientos del arte y tímidas para respaldar a los hombres que en su corazón temen, sabiendo que el verdadero enemigo no es el hombre de arriba, a quien deberán adular servilmente, sino el rebelde que expone en palabra, música o pintura lo podrido del edificio que ellos, la clase esclavizadora sin espina dorsal, están obligados a apoyar. Los únicos artistas que serán generosamente recompensados por su trabajo serán los saltabancos; éstos incluyen no sólo la variedad importada sino a los hijos nativos que tienen habilidad para levantar una cortina de humo cuando las cosas serias están en juego.

Quizás la guerra prometida sea una bendición disfrazada. Quizás, después del baño de sangre, le haremos caso a quienes buscan solucionar la vida en términos diferentes a la codicia, la rivalidad, el odio, la muerte y la destrucción. Quizás…

 

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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