Una lectura necesaria de los resultados del 15 de febrero debe trascender el inmediatismo y el apasionamiento —malos consejeros en asuntos políticos— pero no puede evitar que hagamos una presunta que nos acosa: ¿vivimos en un país insano? No se trata de repetir frasecillas inútiles y fascistoides como “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” sino de comprender las motivaciones que impulsan conductas claramente patológicas. Un poco más de 54 por ciento de los electores votó por un proyecto político excluyente y autoritario que propicia la perpetuidad en el poder del gobernante menos capacitado que hemos tenido, incluido Jaime Lusinchi que ya es decir una obscenidad. Más de 6 millones de venezolanos están —después de diez años— a favor de un gobierno que ha fracasado en sus políticas públicas en el campo de la salud, la vivienda, la seguridad personal, la producción alimentaria y la infraestructura, por sólo nombrar cinco asuntos esenciales. ¿Cómo se explica esto?
Esta Venezuela enferma tiene que importar gasolina, comprada a precios internacionales y vendida internamente a precios ridículos, porque la devaluada PDVSA ha perdido capacidad de producción y refinación. Un país donde los poderes públicos no son autónomos no puede considerarse sano. Todos recordamos la conducta parcializada del CNE a lo largo de los dos meses de campaña. Hace dos meses, por cierto, 70 por ciento de los venezolanos rechazaba la reelección indefinida. ¿Qué los hizo cambiar? ¿Puede un país ser sano cuando las fuerzas policiales —devenidas en delincuencia— atacan una sinagoga, una iglesia, un ateneo, un centro de estudiantes? ¿Puede estar en sus cabales un país que observa impávido cómo los sindicalistas del chavismo se asesinan entre ellos? Por otra parte, si bien fue derrotado el No —con todas sus terribles consecuencias para los que vivimos en este país, ya seamos chavistas o demócratas— las fuerzas de la oposición crecieron en número. A pesar del ventajismo electoral, del despilfarro de la campaña oficialista, del hostigamiento y la violencia. Incluso esas fuerzas democráticas crecieron a pesar de una dirigencia política que no ha estado aún a la altura de los ciudadanos movilizados. Ese 46 por ciento que se movilizó a votar No conforma la esperanza de este país insano. Pareciera que todavía hay cierta cordura. No podemos perderla.
Cierto, y es de reconocer el valor de los millones de votantes por el NO, pero Algo extraño hay en el encéfalo de un tercio de la población cuando ocurren resultados como ese en medio de este desmoronamiemto de país.
Alfonso excelente artículo, el análisis no ha podido ser mejor. Nosé que me pasa pero no entiendo porqué nos hemos convertido de un país luchador , a un país tan permisivo y apático.
Me dá tristeza.
Julieta