Cine MEMORIA MUSICAL DE UN HOMBRE Y SU ÉPOCA

Un grupo de amigos celebra a Billo

Quien vaya a verla buscando un homenaje a Billo Frómeta se quedará un tanto perplejo. El que espere una biografía completa del músico de origen dominicano echará en falta algunos datos que la película de Rafael Marziano dejó fuera del montaje. Lo mismo le sucederá a quien busque un film musical al estilo tradicional. Porque Swing con son es —ante todo— la evocación de un personaje que influyó de manera determinante en la forma de festejar de los venezolanos, que impuso un tipo de música popular hegemónica en las radios y los salones de baile a través de medio siglo y que marcó un sendero hasta ahora indeleble en la forma como un hombre venido de lejos se identificó con un país y sobre todo con una ciudad que ya no existe. La Caracas de Luis María Frómeta hace rato que se convirtió en otra, pertenece a otra época, pero permanece en el registro creador de sus contemporáneos y se preserva gracias a sus fans, que son muchos. Swing con son es una película sobre la herencia de un creador y su época.

El rasgo determinate del documental reside en «el otro Billo», por decirlo de alguna manera simplista. Ese otro Billo distinto al músico que impuso sus temas más comerciales y fáciles, que puso a bailar a varias generaciones con canciones pegajosas y que es recordado con una nostalgia que comienza a perderse en el olvido. El otro Billo de Marziano y sus aliados —Federico Pacanins, Alberto Naranjo, Jesús Pérez Lares, Márluy Escalona Román— es uno oculto en las cavernas de los melómanos, de los conocedores de su talento, de los cultores de sus creaciones más íntimas. Tal vez por ello el film evade la discografía más conocida y más bailada de este hombre de éxito inusual y busca poner de relieve sus creaciones más legítimas, menos comerciales y menos conocidas, al lado de los testimonios de quienes compartieron con él sus vivencias musicales.

El documental se estructura en cuatro grandes secuencias. La primera es la que mayor carácter biográfico tradicional tiene, en la medida en que ubica al espectador en  1937 cuando Billo llegó a Venezuela después de una breve carrera en República Dominicana, siempre bajo la conducción de Caridad Canelón. Las referencias más antiguas de una Venezuela aún campechana donde la alta sociedad no bailaba los ritmos de los negros. En en ese contexto donde interviene Frómeta con sus merengues, aunque luego derive hacia otros ritmos del Caribe. Luego se inicia una secuencia muy peculiar en la que Rafa Galindo, el único sobreviviente de la Billo’s Caracas Boys original, transita las calles de la ciudad donde se encontraron el Roof Garden y otros locales nocturnos de hace 60 años. La cámara sigue a Galindo, mostrando su espalda y su nuca, en medio de las calles y los recovecos de una Caracas que ya no está. Galindo, además, adquiere un relieve poco usual en este tipo de relato y le roba el show al propio Billo. La tercera secuencia registra la influencia del músico dominicano en distintas generaciones de músicos venezolanos para ilustrar su capacidad de transformar su entorno cultural. Desde la remenbranza de Héctor Monteverde hasta la interpretación de Los Hijos de la Calle en clave hip hop. No hay intención de sociologizar al respecto. Simplemente recoger y exponer esa influencia. Finalmente, la secuencia del homenaje con un epílogo muy bailado y con un mosaico nada tradicional.

Aunque es importante la expresa decisión de Marziano y sus aliados de abordar a Billo desde una perspectiva no convencional, sería conveniente seguir algunos lineamientos básicos del documental. Por ejemplo, muchos de los participantes no están identificados o lo han sido de manera demasiado rápida. Cuando la vi en el Centro Plaza, a sala llena, los espectadores se confundían al tratar de identificar los personajes presentados, sobre todo si no eran tan famosos. La narración da por sentado que el público conoce a los personajes y sus situaciones. Evita el uso de inserts con los nombres de los entrevistados. Quien no ha intercambiado opiniones con Naranjo o Pacanins, por ejemplo, se pregunta quiénes son esos señores que intervienen a menudo o merodean los lugares de encuentro. Por eso digo que es la película de unos amigos que quieren compartir sus afectos y admiraciones con el público. Por eso también digo que se trata de un film para melómanos y para «billólogos», con ciertos niveles de erudición que desubica al espectador normal. Tal vez por eso, algunos espectadores afirman que en el film no está «su» Billo, que faltan sus canciones más bailadas. Puede ser. Lo cierto es que este Billo para músicos puede ser en alguna medida excluyente, pero también manifiesta su intención de comprender y querer a un músico que alteró nuestra forma de festejar.

SWING CON SON, Venezuela, 2008. Dirección: Rafael Marziano. Producción: Makatoa Media Producciones, Fundación Para la Cultura Urbana, Federico Pacaníns y el Centro Nacional Autónomo de Cinmatografía, con patrocinio de Bandes. Guión: Rafael Marziano, Federico Pacanins, Alberto Naranjo, Jesús Pérez Lares, Márluy Escalona Román. Producción ejecutiva: Márluy Escalona Román. Fotografía: Paolo Collarino. Montaje: Giuliano Ferrioli. Participantes: Caridad Canelón, Rafa Galindo, Arturo Guaramato, Estelita del Llano, Alberto Naranjo, Federico Pacanins, Los Hijos de la Calle, Joe Urdaneta, Héctor Monteverde y María Rivas entre otros. Distribución: Cinematográfica Blancica.