Apuntes para su comprensión EL MILITARISMO EN AMÉRICA LATINA (1), por Jorge Lazo Cividanes

Militarismo 2En América Latina el tema del militarismo viene siendo estudiado sistemáticamente por las ciencias sociales desde la década del sesenta del pasado siglo, cuando las complejas manifestaciones del fenómeno comienzan a demandar análisis que vayan más allá de las valoraciones críticas sobre la presencia de los militares en el poder. Así, junto a otros términos relacionados (autoritarismo, intervencionismo militar), se acuña el de militarismo y se desata un interés creciente por el estudio de sus particularidades en el subcontinente. El uso de la expresión es, sin embargo, muy anterior.

Por vez primera fue utilizada, en la Francia del Segundo Imperio, por los republicanos y los socialistas para denunciar el régimen de Napoleón III. Posteriormente, la expresión se extendió rápidamente a Inglaterra y Alemania para nombrar la predominancia de los militares sobre los civiles, la creciente penetración de los intereses de carácter militar en el tejido social y su amplia aceptación, el uso de recursos de la población para fines militares en prejuicio de la cultura y del bienestar y el consumo de las energías de la nación en las fuerzas armadas (Bobbio 1998, 963).

El militarismo encontró sustento a partir de la creación y profesionalización de organizaciones militares permanentes destinadas a monopolizar la violencia dentro de los Estados. De acuerdo con Bobbio, la profesionalización de los militares se inicia el 6 de agosto de 1808, cuando el rey de Prusia abrió los altos grados del ejército (no sólo miembros de la aristocracia) y fundó la primera escuela militar de especialización, la Kriegsakademie (2). Con estos ejércitos, alimentados por conscripciones masivas y dirigidos por especialistas (oficiales), se inicia el fin de la subordinación de los militares a los gobernantes civiles en cuanto miembros de una misma clase con los mismos intereses objetivos (…) La institución militar, como todo otra organización profesional, puede de esa manera regular el acceso de individuos a su interior tanto reclutando sólo aquellos que poseen ciertas capacidades o conocimientos explícitamente sancionados como socializando a los individuos reclutados a las normas, a los reglamentos e incluso a las costumbres vigentes en el interior de la institución. El proceso de profesionalización de los militares forma parte por lo tanto del más amplio proceso de diferenciación estructural que las sociedades occidentales o no, han atravesado y que experimentan aún ahora en el curso de la modernización social, económica y política (3).

Existen múltiples y variados abordajes conceptuales del militarismo, desde los muy elementales que lo describen como el “control de los militares sobre los civiles” hasta interpretaciones que recogen aspectos motivacionales o cognitivos. No obstante, de modo muy general, podríamos entender que militarismo evoca un exceso, una intervención desmesurada, frecuente e ilegal del sector militar en política (4). El “exceso” viene dado por el criterio de que, dentro de ciertos límites, es innegable una participación política del componente militar a través de mecanismos sistémicos y de perfecta legalidad, como carteras ministeriales u organismo de consulta en temas de defensa, etc.

Elementos para el análisis

El fenómeno del militarismo en América Latina ha sido interpretado de muy diversas formas, sin llegar a agotarlo. Entre las principales explicaciones se señalan: el escenario que deriva de la incapacidad de los sectores sociales para imponer su proyecto consensualmente, la dependencia externa y la asistencia (especialmente de EEUU durante el período de la Guerra Fría) que reciben los cuerpos armados del subcontinente y la presunta condición de “dispositivo represivo del estado burgués” atribuida por algunos a los ejércitos nacionales latinoamericanos (5). En este esquema, América Latina habría vivido dos períodos característicos de esta crisis: el primero, entre 1930 y 1966, tras la caída de la dominación oligárquica y los intentos inadecuados de sustituirla dentro de un proceso de industrialización insuficiente o inacabado; y el segundo, a partir de 1970, bajo la dinámica que intenta dejar atrás las experiencias populistas y el “desarrollismo”.

Por su parte, la perspectiva de la dependencia y la asistencia externa ofrece, más bien, un análisis que coloca el estudio del militarismo bajo el esquema interpretativo del modelo dependentista, en el cual -dentro del terreno militar- existiría una imposición de intereses, una desmedida influencia y un adoctrinamiento (de EEUU, naturalmente) en los componentes militares latinoamericanos, dada la asistencia recibida por estos últimos en materia de armamento y adiestramiento. No obstante, esta interpretación conviene matizarla a la luz de las evidencias históricas: la voluntad política de los dirigentes de Washington desde la década de los sesenta, de ganar las elites militares del subcontinente para las perspectivas estratégicas de Estados Unidos, y de hacerlas actuar como relevo local del poderío estadounidense, es innegable. Pero hay cierta ingenuidad en afirmar que tal proyecto ha tenido un éxito total y que todos los militares latinoamericanos, víctimas de una estrecha socialización en provecho del imperio, han renegado de su valores nacionales. La definición de las misiones de los ejércitos del subcontinente por parte del Pentágono y los cursos en Panamá no impidieron la aparición de coroneles socializantes en Perú en 1968, bajo el régimen del general Velasco Alvarado, ni el gobierno progresista del general Torres en Bolivia a principios de la década de los setenta, ni en la misma época el régimen nacionalista del general Torrijos en Panamá. Para no hablar de los jefes de la guerrilla guatemalteca de la década de los sesenta, entre los cuales figuraban jóvenes oficiales, recién salidos de los cursos antiguerrilla del Pentágono (6).

En tercer lugar, nos encontramos con los análisis que parten de una visión del militarismo en la que se considera al ejército una institución que monopoliza el ejercicio legítimo de la violencia, un dispositivo coercitivo del Estado burgués. Así, su principal papel sería el de “restaurador” del status quo previo a la caída de los sectores económicos poderosos a manos de las fuerzas reformistas o “populares”. Rouquié advierte que “los ejércitos en América Latina no están por definición, naturaleza o formación al servicio de actores sociales o políticos internos o externos. Constituyen un factor en juego y asumen, en función de sus propios valores y de las hipótesis de guerra que elaboran, la defensa más o menos transitoria de ciertos intereses sociales” (7). Sin embargo, a este respecto hay que saber distinguir entre un ejército al servicio de un tipo de estado, por ejemplo del tipo burgués o del tipo socialista, y un ejército al servicio de una forma particular de estado (…) Sin abandonar el tipo capitalista, el ejército se ha puesto al servicio de formas estatales diversas. Aun más, del propio ejército incluido en una forma estatal determinada han surgido procesos que han negado dicha forma estatal. Esto se refleja, entre otros casos, en la deposición de Vargas y el fin del Estado Novo en 1945, en el golpe militar de 1943 que terminó con el período de la restauración oligárquica en la Argentina y en el proceso que llevó en Perú, en 1974, al reemplazo de Velasco Alvarado. No obstante, es posible extraer la siguiente conclusión frente a esta cuestión: la experiencia latinoamericana indica que los militares del área jamás se han orientado hacia una modificación del tipo de estado. O sea que el hecho de que constituyan una institución estatal parece determinar la imposibilidad de que rebasenel tipo general de dominación (8).

Pero además, como complemento de lo anterior y frente a la recurrente consideración que atribuye mecánicamente al militarismo una misión de defensa de los intereses del capitalismo internacional, luce apropiado detenerse en que los regímenes autoritarios en América Latina no nacieron con la internacionalización de los mercados interiores que caracteriza a la fase presente del desarrollo. Si bien la formulación de esta teoría quiere decir que las inversiones extranjeras prefieren los regímenes de orden a los gobiernos populares, se trata de una verdad muy antigua y, para decirlo de una vez, de una perogrullada. ¿Cómo afirmar una correlación mecánica entre los movimientos del capitalismo internacional y la aparición de los regímenes autoritarios en el último período cuando la realidad se encarga de desmentir de manera tan cruda un enfoque considerablemente mitológico? En efecto, ¿qué decir de la poca prisa de las multinacionales industriales por invertir en Chile a pesar de los Chicago boys, en el Uruguay liberalizado posterior a 1973 y en la Argentina abierta a todos los vientos bajo Martínez de la Hoz, superministro de economía de la dictadura de 1976? ¡El capital internacional sería entonces capaz de instaurar regímenes de su conveniencia pero no aprovecharlos! (9).

Por último, existen una serie de abordajes del fenómeno del militarismo latinoamericano que parten del estudio de la institución militar en sí misma. Es decir, a partir de la composición social de la oficialidad, de los aspectos doctrinarios y del ejército como organización. En cuanto a lo primero, dejando a un lado las tesis sobre extracción de clases de la oficialidad, se propone un análisis de los militares como categoría social en tanto funciones sociales que desempeñan. Acerca de los aspectos doctrinarios, representa el estudio de las doctrinas de guerra (por ejemplo, la Doctrina de Seguridad Nacional), en el entendido de que las mismas constituyen plataformas de desarrollo y visiones de mundo. Y, finalmente, la organización militar como estructura que condiciona y construye al interior el desenvolvimiento de lo político. Así “la disciplina, la jerarquía y la verticalidad, por obvias razones, constituyen las reglas de oro de lo militar. Los modos de la política –el cotejo de opiniones, la discusión, las decisiones por mayoría, etc.-, en cambio, atentan contra dichas reglas” (10). Asimismo, se destaca la importancia que políticamente tienen, en el interior de los ejércitos, el prestigio militar, la solidaridad por arma, los merecimientos profesionales, los ascensos y destinos, en la constitución de “circuitos internos de lealtades”. Romero destaca que en nuestra región la ideología militar dominante es difundida a través del sistema educativo de la institución castrense, sistema que ha tendido a generar, entre otras, las siguientes peculiaridades en la formación intelectual de los oficiales: una lectura conspirativa de la historia, una lectura corporativa de la sociedad (que es vista como rígidamente dividida en corporaciones en juego cerrado y jerárquicamente organizado), la militarización del lenguaje y de los comportamientos políticos, la absolutización de determinados valores (especialmente la seguridad), la segregación del estamento militar como distante y distinto del resto de la sociedad civil, la expropiación del concepto de interés nacional y de su representación por las instituciones castrenses y el cultivo de una autoimagen de superioridad ética (mesianismo militar) como corporación detentora de un poder de reserva moral en naciones geopolítica e ideológicamente amenazadas y espiritualmente frágiles o casi inermes (11).

La Doctrina de Seguridad Nacional

A raíz de la influencia e interés por el estudio de la geopolítica en el ámbito militar de los grandes países de la América del Sur se van a desarrollar una serie de consideraciones y propuestas ideológicas sobre el tema de la seguridad y la defensa el subcontinente. De un modo general, éstas serán conocidas como Doctrina de Seguridad Nacional (la forma singular no supone la inexistencia de numerosos cuestionamientos y propuestas ni una forma acabada o estática).

Esta Doctrina de Seguridad Nacional, inicialmente deudora de la teoría de la dependencia y auspiciada por gobiernos militares suramericanos en la década del sesenta y setenta del siglo pasado, estaba caracterizada por la creencia de que, dados los recursos naturales existentes y la escasez relativa de la población, mediante una expansión territorial interna se podría alcanzar un rápido desarrollo. Asimismo, considera que la seguridad nacional descansa sobre el desarrollo integral de la nación y que el retraso y el subdesarrollo debe ser superado mediante un proyecto totalizante. Y contemplaba, desde luego, la idea de que la conducción del proceso de desarrollo nacional debía estar a cargo de una elite cívico-militar orientada bajo principios de la planificación nacional (12).

Como ha quedado evidenciado posteriormente, la Doctrina de Seguridad Nacional poseía un carácter instrumental e ideológico que encubría falsas valoraciones, tendencias militaristas y proyectos autoritarios: la Doctrina de la Seguridad Nacional fomenta la influencia del modo militar de comportamiento en la sociedad y disminuye la idea de pluralismo. Con la ampliación de la Doctrina de Seguridad Nacional a muchos ámbitos de la vida social, la división de los poderes, por lo demás débilmente presente en el sistema latinoamericano, fue abolida y toda la sociedad quedó expuesta a la intervención del Estado (…) La Doctrina de Seguridad Nacional suministra a las fuerzas armadas una supuesta legitimación como últimas guardianas y salvadoras de la nación, en vista de una crisis que, para los años sesenta y setenta, comienza a cuestionar el status quo mantenido por ellas (13).

Fundamentada en la hipótesis de la insuficiencia hegemónica, López propone una tipología para el militarismo o las intervenciones militares en América Latina, que se divide en tres modalidades (14): 

a) Modalidades dictatoriales: orientadas a afirmar una dominación imposible de alcanzar consenso por intromisión directa de los militares (Somoza, Stroessner, Pinochet); o afirmadoras de una dominación imposibilitada de convertirse en consensual por intromisión indirecta de aquéllos (Colombia en la actualidad, Argentina durante la llamada “década infame” 1930-1943).

b) Modalidades tendientes a reconstruir un sistema hegemónico afectado: de pauta moderadora (militares intervienen para “corregir excesos” –especialmente de gobiernos populistas– con carácter transitorio e intercalado entre dos gobiernos civiles); y de pauta bonapartista (Getulio Vargas en Brasil, 1930).

c) Modalidades propiciadoras de hegemonías nacionales alternativas: participación directa en los comienzos que deja lugar a un posterior funcionamiento de los medios demoparlamentarios de representación política (peronismo en Argentina entre 1943-1955); o participación militar directa y precario funcionamiento de instancias institucionales consensuales (Velasco Alvarado en Perú entre 1968-1974).

Por su parte, Rouquié recoge una tipología para el militarismo que atiende criterios como objetivos institucionales, la cultura política de la nación en cuestión y la naturaleza de los proyectos desde el punto de vista socio-económico (15). Para los dos primeros criterios, nos habla de:

a) Gobiernos militares provisionales: gobiernos transitorios, surgidos tras el derrocamiento del poder en funciones con el de devolver el gobierno a los civiles según procedimientos legales.

b) Regímenes constituyentes: al igual que los anteriores, son transitorios y producto del derrocamiento del gobierno que le precede, pero difieren de aquél en que no fijan límite a su existencia y manifiestan su intención de modificar las reglas políticas o introducir cambios sociopolíticos antes de entregar el poder. Esta tendencia ha sido muy generalizada en el subcontinente desde la “revolución brasileña” de 1964.

c) Militarismo reiterativo: está caracterizado por la alternancia de gobiernos civiles y militares, tras el proceso de politización de estos últimos y su asunción como interlocutores obligados de la vida pública.

En cuanto a la naturaleza de sus proyectos socio-económicos, dentro de un esquema dicotómico de gobiernos conservadores y reformistas, Rouquié registra cuatro fórmulas en las décadas de los sesenta y setenta: a) El modelo patrimonial: dictaduras familiares cuyo proyecto socio-económico difícilmente va más allá de la prosperidad privada y el enriquecimiento dinástico (Somoza, Stroessner).

b) Revoluciones desde arriba: caracterizadas por un reformismo pasivo, del cual el Perú del general Velasco Alvarado constituye su forma más clásica y acabada pero no la única.

c) Regímenes burocráticos “desarrollistas”: gobiernos cuyo objetivos es substraer el desarrollo acelerado y “asociado” al capital extranjero al debate político y a las presiones sociales (el Brasil posterior a 1964 y la Argentina de 1966-1970) (16)

d) Regímenes terroristas o neoliberales: corresponden a experiencias en las que se alían una violencia represiva inédita y el liberalismo económico más voluntarista u ortodoxo. Su ambición común es reestructurar la sociedad a fin de establecer si no un orden contrarrevolucionario permanente, por lo menos una vida política y social sin riesgo para el statu quo (Uruguay, Chile y Argentina a partir de 1973). 

Finalmente, antes de concluir este esbozo sobre el militarismo, es necesario introducir una consideración para su estudio, cualquiera sea el enfoque que se utilice para aproximarse al fenómeno. Nos parece prudente tener presente que, en sus causas fundamentales, la situación de hegemonía militar no se deriva propiamente de variables internas de ese estamento, sino de la inestabilidad o debilidad del sistema político, independientemente de la ambición y codicia de ciertos cuadros militares (17).

Jorge LazoEs decir, el análisis del militarismo debe partir de la consideración de que “la intervención de lo militares en política es, primero, síntoma y efecto de decadencia de la sociedad civil y de la clase política y, luego, causa de una ulterior desintegración” (18).

Obviamente estos procesos frecuentemente crean círculos viciosos y soluciones que muchas veces aumentan dolorosamente el saldo social, político y económico de las crisis y conflictos que que las intervenciones militares pretenden resolver.

Jorge Lazo Cividanes

1 Este texto corresponde a un capítulo de mi trabajo de grado (2000) en la maestría de ciencia política de la Universidad Simón Bolívar, titulado: “Aproximación a los Fundamentos Ideológicos del Discurso Político de Hugo Chávez Frías”.

2 Bobbio, N., Matteucci, N. y Pasquino, G., Diccionario de política (México: Siglo XXI Editores, 1998), 964.

3 Ibid, 965.

4 Ibid, 971.

5 Ibid, 972.

6 Rouquié, A., América Latina. Introducción al extremo occidente.( México: Siglo XXI Editores, 1989), 210.

Rouquié, América Latina, 230.

8 Bobbio, N., Matteucci, N. y Pasquino, G., Diccionario, 973.

Rouquié, América Latina, 210.

10 Bobbio, N., Matteucci, N. y Pasquino, G., Diccionario, 975.

11 Romero, A., América Latina: militares, integración y democracia (Caracas: Instituto de Altos Estudios de América Latina, USB, 1989), 30.

12 Werz, N., Pensamiento Sociopolítico moderno en América Latina. (Caracas: Nueva Sociedad, 1995), 99-101. 13 Ibid, 101.Tipologías del militarismo latinoamericanoñ

14 Bobbio, N., Matteucci, N. y Pasquino, G., Diccionario, 971.

15 Rouquié, América Latina, 227.

16 Esta categoría se vincula a la propuesta por O´Donnell (Estado autoritario burocrático) para hacer referencia a un tipo de régimen surgido a raíz de la crisis del modelo populista en América Latina y las tensiones creadas por la necesidad de modernización.

17 Rouquié, América Latina, 211.
18 Bobbio, N., Matteucci, N. y Pasquino, G., Diccionario, 968.

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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