Azú EL SÍMBOLO INCOMPLETO DE UNA LUCHA, por Alfonso Molina

Azú 1

Pedro Durán y Flora Sylvestre Joseph lideran la rebelión de los esclavos en «Azú», de Luis Alberto Lamata.

En su séptimo largometraje Luis Alberto Lamata aborda el tema del racismo en Venezuela a través de la historia de Azú, una adolescente esclava, traída de África en 1780 y vendida a don Manuel Aguirre, hacendado criollo que se obsesiona con ella, al punto de incurrir en graves hechos que conducen a la enajenación y la muerte. La trama expone la vida en ese recinto rural lejano de la Caracas del poder de la Corona, con dos vertientes definidas: la blanca, católica y explotadora y la negra dominada, confusa y en resistencia. La presencia de esa muchacha de piel oscura y de blancos ojos inmensos, quien no habla el idioma de Castilla ni profesa la fe de sus amos, cambia la vida de los habitantes de la hacienda y se convierte en la figura de la rebelión de los esclavos. Palabra más, palabra menos, tal es el planteamiento medular de Azú, producida por La Villa del Cine sobre la base de un guión de Darío Soto y del propio Lamata, uno de nuestros cineastas más respetados.

Su nuevo trabajo señala diferencias conceptuales con respecto a una filmografía donde destacan Jericó (1992), Desnudo con naranjas (1994), Miranda regresa (2007) y Taita Boves (2010), todas enmarcadas en diferentes períodos de nuestra historia. Las dos primeras narran experiencias de personajes ficticios —un sacerdote en la colonización del siglo XVI y dos perdedores en las guerras que azotaron el siglo XIX— y las dos últimas recrean figuras de alto valor en el proceso de independencia del imperio español. Azú se inscribe en el primer campo pero se distancia de sus antecesoras en el tratamiento dramático de su personaje central, concebido más como un símbolo que como un ser humano. Poco sabemos sobre esta supuesta princesa de la tribu calabarí en África Occidental que es asumida por el curandero Yanga como la señal para la fuga de los sometidos y que despierta una pasión desmesurada y sin explicación en Manuel Aguirre. Ambos hombres  y las mujeres que los rodean —la esposa virtuosa, la desplazada Ventura, la esclava sumisa Jacinta— tienen una mayor desarrollo que la propia Azú. No sabemos cómo piensa esa muchacha esclava ni qué quiere ni por qué lidera la fuga. Pero al final entendemos que es más un símbolo que un personaje.

Esta deficiencia en el guión se extiende al tratamiento general del film, con un esquematismo muy marcado entre los dueños del poder —todos blancos y desalmados— y los esclavos —negros buenos, malos y regulares— en esta suerte de representación de la lucha entre el bien y el mal con un insólito final de moraleja, más cercano a la propaganda que al cine. Son personajes al borde de lo inverosímil. Manuel Aguirre es un psicópata capaz de cualquier hecho de sangre, su esposa es la representación del alma cristiana que teme al pecado, el sacerdote es el instrumento de la dominación ideológica, el suizo es el traficante de seres humanos, es decir, son los estereotipos establecidos. En el campo de los afrodescendientes, Azú representa el símbolo de la libertad, Yanga el operador religioso y político, Ventura la arribista, Malavé el mercenario y los otros esclavos la promesa de esa misma libertad. La película comienza y concluye con la voz en off de Ventura, con diálogos que no terminan de aclarar las confusiones surgidas a lo largo de la trama. Hay situaciones dramáticas que no guardan coherencia ni continuidad. En varias ocasiones los espectadores nos preguntamos qué papel juega tal o cual personaje. Se trata de una idea muy interesante con un desarrollo poco complejo.

Durante la proyección recordé La última cena (1976), aquel excelente film del cubano Tomás Gutiérrez Alea sobre las relaciones entre el señor de una plantación de caña y sus esclavos a partir de la recreación de la última cena de Cristo y sus apóstoles, en una Semana Santa a principios del siglo XVIII. Sé que las comparaciones son antipáticas pero no pude evitarlo. El racismo en Venezuela constituye un tema fundamental, no solo en el pasado sino hoy, en una «cultura popular» que pretende ignorarlo. Nuestro racismo guarda diferencias con el de otros países, pero existe y eso es lo grave. No lo podemos negar. De alguna manera Azú lo pone de relieve. Es un asunto fundamental que hay que abordar como fenómeno social y cultural para comprender lo que somos y que exige una visión muy amplia y a la vez precisa de lo que nos ha sucedido como nación.

No obstante estas reflexiones, aprecio los valores de producción de Azú con un buen nivel de calidad, especialmente el montaje de Jonathan Pellicer, la dirección de arte de Tania Pérez, y el sonido de Mario Nazoa, tres factores fundamentales. En cambio, la fotografía de Cheo González luce irregular. A ratos ofrece excelentes imágenes con un tratamiento poético y en otros momentos se aprecia desleída, sin fuerza expresiva. La verdad es que no sé si se trata de un problema de la copia exhibida. También debo destacar la cámara de Luis Martínez. Otro renglón a celebrar se halla en las interpretaciones de la debutante Flora Sylvestre Joseph como Azú, el gran Pedro Durán como el curandero Yanga, Juvel Vielma como el iracundo Aguirre, Carmen Francia como la temerosa Jacinta, Maryelis Rivas como la bella Ventura y Antonio Machuca como el terrible Malavé. Buenos actores que se apropian de sus personajes.

Lo que más me inquieta de Azú se halla en la razón que tuvo Lamata para dirigir una película tan alejada de sus mejores filmes. Sin duda, es un realizador que sabe narrar una historia pero le hizo falta un guión más elaborado y menos comprometido con lo ideológico que termina derivando en propaganda. Tengo un gran respeto por su obra y por su pensamiento creador y espero que sus próximos trabajos recuperen el nivel de su trayectoria.

AZÚ, Venezuela, 2013. Dirección: Luis Alberto Lamata. Guión: Darío Soto y Luis Alberto Lamata. Producción: Orlando Rosales y Andrea Herrera Catalá. Fotografía: José “Cheo” González. Montaje: Jonathan Pellicer. Sonido: Mario Nazoa, Luis Martínez. Dirección de Arte: Tania Pérez. Elenco: Flora Sylvestre Joseph, Maryelis Rivas, Juvel Vielma, Pedro Durán, Roland Streuli, Antonio Machuca, Mariela Reyes, Carmen Francia, Freddy Aquino, Ernesto Montero, William Cuao, Marcos Carreño. Distribución: Cines Unidos.

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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