Perder la inocencia, perder el paraíso DISPERCEPCIÓN, por Silvia Dioverti

Basura en Caracas(…) pero mientras se comprueba la verdad de lo que dicen

 uno corre el riesgo de ver señales donde las señales no existen,

y de creer que todo pájaro habla cuando canta.

William Ospina El país de la canela

 

Los ojos no pueden cerrarse ante el horror.

Francisco de Goya Los caprichos

Él está vestido con una malla de baile negra que tiene un gran hueco en la nalga y otro en el muslo, lleva el torso desnudo, los pies descalzos. No tiene, seguro, más de veinte años. Acuclillado, husmea entre los desperdicios y encuentra una botella con algo de agua, la bebe ansioso y vuelve a sumergirse en la bolsa de basura en donde alcanzo a ver unos huesos de pollo. Adivinando el próximo movimiento, completamente incapaz de soportar lo que imagino, desvío la mirada. A su lado, en una de las calles más agitadas de La Candelaria, tan cerca de algunos de los centros de poder, la gente va y viene, nadie lo mira o nadie lo ve.

Compro un vaso de chicha y una empanada, me le acerco. Ahora tiene la cabeza dentro de la bolsa, lo llamo, le tiendo la comida, levanta unos ojos en donde no habita nadie. No hay ya ningún rastro de humanidad en esa mirada, solo hay un vacío inmenso, desolador, el de una mirada que pasa a través mío, vaya a saber hacia qué dimensión. Agarra lo que le doy y lo apoya en el brocal de la acera más interesado en la bolsa y en sus desperdicios. A pocos metros, en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, los restos de José Gregorio Hernández, el Santo Doctor, el Siervo de Dios, consuelan a los que no tienen adónde acudir en este país en el que, para muchos, los males se curan así, a fuerza de fe, que es el único medicamento que no cuesta nada.

Mi recorrido por esa Corte de los Milagros* en la que se ha convertido la zona de La Candelaria y sus adyacencias me hace preguntarme con qué ojos miro, con qué mirada taso lo que veo y por qué todo se me antoja sucio, fétido, infrahumano, y vuelve a asediarme, como un ritornelo demente, la misma pregunta: ¿qué cosa somos los seres humanos? A mi lado pasa la gente y esquiva un cuerpo que duerme en un portal, piernas y boca abierta, la mano desmayada sobre el sexo. Un perro resguarda su sueño, atento a quienes pasamos por su lado, ¡ah, quién fuera perro, simple, irracional!; caminamos esquivando montañas de basura, vómitos, ratas desventradas. Desde los miles de afiches padre e hijo sonríen, prometen la mayor suma de felicidad posible. “De tus manos brota lluvia de vida”, reza un cartel. Ojalá, pienso, una lluvia diluviana, apocalíptica que mientras se comprueba la verdad de lo que dicen pase limpiando las calles de esta pobre ciudad. ¿De qué lado querrá usted vivir cuando el Muro de Caracas termine de hacerse visible?

Miro los rostros de la gente para averiguar si ven lo mismo que yo, si está la mirada dilatada por el asombro, incapaz de cerrarse ante el horror. Pero no. El asombro ha desaparecido y ya nada sorprende. Mientras sigo mi descenso por los infiernos, le digo a esta ciudad: dame una cosa, una sola cosa sobre la que sea posible posar la mirada y reivindicarme como ser humano. Levanto la vista y veo crecer, en las grietas de un edificio pustuloso, un helecho. Y la Corte de los Milagros vuelve a engullirme y me regresa a mi mirada deformada, y pienso: tengo distorsionada la percepción, adolezco, pues, de dispercepción.

Para poder continuar hacia donde voy trato de imaginar cómo era esta ciudad antes… porque alguna vez tiene que haber sido armónica, hermosa, en un pasado quizá no tan remoto. Y entonces vienen a mi memoria aquellos versos de Jorge Manrique de todo tiempo pasado fue mejor. Y recién ahora, tanto tiempo después de haberlos fijado en la memoria, comprendo por qué, para la perdida inocencia, todo tiempo pasado fue mejor. No, ningún tiempo pasado fue mejor. En todos se han cometido las mismas tropelías, en todos, desde el mismísimo principio, estaba presente esta condición humana capaz de hacernos descubrir la penicilina o de llegar a la luna y, al mismo tiempo, seguir golpeando con el hueso cainesco los cuellos fraternos. No es, pues, el ayer lo que se añora, sino la pérdida de la inocencia, ese tiempo cándido en el que se creyó que hubo otro tiempo anterior que fue mejor. El ayer era igual de convulso y malformado que el hoy, solo que en ese ayer, en cualquier ayer de cualquier persona, estaba, hasta su posterior pérdida definitiva, la inocencia. La inocencia es el paraíso. Y la pérdida de la inocencia es la pérdida del paraíso, y es eso, tal como lo expresó Manrique, lo que recordamos con dolor. La pérdida de la inocencia es también la pérdida del asombro: ya estamos más allá de lo inverosímil, ni siquiera nos sorprende que cualquier pájaro hable cuando canta.

*La Corte de los Milagros era una zona del París medieval habitada por mendigos, ladrones y prostitutas. Se encontraba en el barrio del mercado de Les Halles. Recibió este nombre porque sus habitantes, por el día, pedían limosna fingiéndose ciegos o discapacitados pero de noche, ya en la Corte, recuperaban milagrosamente la salud. (Wikipedia)

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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2 respuestas a Perder la inocencia, perder el paraíso DISPERCEPCIÓN, por Silvia Dioverti

  1. Amiga mía, siempre inspirada y precisa. No olvidar que en esta «corte de los milagros» el pájaro habla y se comunica con el candidato…

  2. …..sin embargo…ayer, en una conversación con mi vecina, ella dice: “catarsis, lo que estamos viviendo es la catarsis muy necesaria para esta sociedad. Tú crees que sin esto lo que estamos viviendo ahora pudiéramos aspirar a tener un Enrique?”

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