Aprende de mí que toda enfermedad es una confesión por el cuerpo. El verdadero mal es un mal oculto; pero cuando el cuerpo se ha confesado, basta bien poco para traer a sumisión el espíritu mismo.
“Cántico del conocimiento”
O. W de Lubicz-Milosz
Hace ya 28 años que Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke publicaron el libro La enfermedad como camino, cuya lectura iba a perturbar –y lo sigue haciendo– a tantos lectores. En su prólogo los autores dicen: “Este libro es incómodo porque arrebata al ser humano el recurso de utilizar la enfermedad a modo de coartada para rehuir problemas pendientes”.
La frase misma es incómoda, y quien se atreve a seguir leyendo debe estar dispuesto a conocerse a través de lo que su cuerpo dice. Pero la noción no es nueva. Ya Samuel Hahneman (1755-1843), el padre de la Homeopatía, había dicho que muchas enfermedades tienen un origen psíquico, tesis que confirmará, casi un siglo después, la Psicología. Otro adelantado, el lituano O.W. de Lubicz-Milosz (1877-1939), narra en el prólogo de su libro La amorosa iniciación su encuentro con Einstein, a raíz de haber escuchado por radio una entrevista en donde el científico hablaba de su teoría de la Relatividad. Teoría que el poeta místico ya había entrevisto en su búsqueda esotérica. Pero, por interesante que sea, eso hace parte de otra historia.
Freud, en su Psicoanálisis del arte (1907), corrobora la percepción poética y dice: “En la Psicología, sobre todo [los poetas], se hallan muy por encima de nosotros los hombres vulgares, pues beben en fuentes que no hemos logrado aún hacer accesibles a la ciencia” (El delirio y los sueños en la “Gradiva”, p.107). Así, pues, que lo que ya Lubicz-Milosz sostenía en su “Cántico del conocimiento” se hace hoy casi verdad científica: Toda enfermedad es una confesión por el cuerpo.
Es interesante, sí se tiene guáramo para leerlos, lo que Dethlefsen y Dahlke van acotando respecto a cada una de las enfermedades que analizan. Así, por ejemplo, dicen del cáncer:
La célula cancerosa tiene argumentos tan buenos como los del ser humano, sólo que su punto de vista es otro. Ambos quieren vivir y hacer realidad sus ansias de libertad. Ambos están dispuestos a sacrificar al otro para conseguirlo. En el ejemplo del Estado ocurriría algo parecido. El Estado quiere vivir y hacer realidad su ideología, un par de disidentes también quieren vivir y hacer realidad su ideología. En un principio el Estado trata de eliminar a los disidentes. Si no lo consigue, los revolucionarios sacrifican al Estado. Ninguna de las partes tiene piedad. El individuo extirpa, irradia y envenena las células cancerosas mientras puede, pero si ellas ganan aniquilan el cuerpo. Es el eterno dilema de la naturaleza: comer o ser comido. Sí, el ser humano se da cuenta de la implacabilidad y la miopía de las células cancerosas, pero ¿ve también que él se comporta del mismo modo, y que nosotros, los humanos, tratamos de asegurar nuestra supervivencia por el mismo procedimiento que utiliza el cáncer? (p.287).
Siempre me ha intrigado la capacidad que tenemos en nuestra especie para colocar afuera lo que adentro nos incomoda, para señalar en el otro aquello que somos incapaces de reconocer como de nuestra propia autoría. A veces pienso que es parte consubstancial de nuestra naturaleza y que la lucha contra esa artimaña –que usamos con tanto éxito– será por siempre inútil.
Pero cuando la enfermedad nos toca, cuando hace caer nuestras máscaras, cuando a solas con nosotros mismos sabemos que la llevamos como un gemelo no nacido desde el momento mismo del alumbramiento, quizás desde el momento mismo de la concepción, recuerdo una frase luminosa, atribuida por Borges a Schopenhauer, y encuentro cierto consuelo y cierta explicación al misterio: “Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio” (J.L. Borges (1949). “Deutsches réquiem”. El Aleph)
Señora Dioverti, su reflexión es sabia y certera. Siempre son interesantes sus lecturas e interpretaciones. De esta manera los hechos de la vida común dejan de ser meramente cotidianos. Un saludo, CARLOTA MARTINEZ
Hola, Carlota! El reto del columnista es poder estar a la altura de sus lectores. Gracias por sus palabras.